SAN ROMERO DE AMÉRICA
APUNTES BIOGRÁFICOS DE ÓSCAR ARNULFO ROMERO

Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador desde 1977 a 1980, año de su asesinato, nació en Ciudad Barrios (San Miguel) el 15 de agosto de 1917. Fue el segundo de 8 hermanos de una modesta familia salvadoreña. Su padre, Santos, era empleado de correo y telegrafista. Su madre se llamaba Guadalupe de Jesús. En esta época, El Salvador era un país eminentemente agrícola, cuya riqueza, basada en el cultivo del café, estaba en manos de una sociedad oligárquica que dominaba sobre una población campesina sometida.

A los 14 años ingresó en el seminario menor de San Miguel. Allí permaneció durante 6 años hasta que tuvo que interrumpir sus estudios para ayudar a su familia en unos momentos de dificultad económica. Durante tres meses trabajó con sus hermanos en las minas de oro de Potosí por 50 centavos al día.

En 1937 Óscar ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Siete meses más tarde es enviado a Roma para proseguir sus estudios de Teología. Es ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942 y continúa en Roma un tiempo con el fin de iniciar una tesis doctoral, pero la guerra europea le impide terminar los estudios y se ve obligado a regresar a El Salvador.

Su labor como sacerdote comienza en la parroquia de Anamorós, trasladándose poco después a San Miguel, donde permanece 20 años. En esos años, su trabajo es el de un sacerdote dedicado a la oración y la actividad pastoral. Mientras, el país vive sumido en un caos político: se suceden los golpes de estado en los que el poder queda casi siempre en manos de los militares.

En 1966 Monseñor fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Comienza así una actividad pública más intensa que viene a coincidir con un periodo de amplio desarrollo de los movimientos populares que se manifestaría de forma evidente apenas un año más tarde con la primera huelga general obrera.

Su nombramiento como obispo auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González en 1970, no fue bien visto por los sectores más renovadores. Monseñor Chávez y González y Monseñor Rivera (también obispo auxiliar) estaban impulsando los cambios pastorales que el Vaticano II y la Conferencia de Medellín de 1968 exigían para el desarrollo de una nueva forma de entender el papel de la Iglesia Católica en América Latina y los planteamientos de Monseñor Romero, nombrado además director del periódico Orientación, eran más conservadores.

Nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María se traslada a la misma en diciembre de 1974. El contexto político se caracteriza sobre todo por una especial represión contra los campesinos organizados. El 23 de febrero de 1977 es nombrado arzobispo de San Salvador. El sector renovador de la Iglesia salvadoreña esperaba el nombramiento de Monseñor Rivera. El gobierno y los grupos de poder, ven en Monseñor Romero un posible freno a la actividad de compromiso con los más pobres que estaba desarrollando la Arquidiócesis.

Sin embargo, un hecho ocurrido apenas unas semanas más tarde va a dejar clara la futura línea de actuación de Romero: el 12 de marzo es asesinado el padre jesuita Rutilio Grande, hombre progresista que colaboraba en la creación de grupos campesinos de autoayuda y buen amigo de Monseñor. El recién electo arzobispo insta al presidente Molina para que investigue las circunstancias de la muerte y, ante la pasividad del gobierno y el silencio de la prensa a causa de la censura, amenaza incluso con el cierre de las escuelas y la ausencia de la Iglesia católica en actos oficiales.

Este cambio que sorprendió a muchos, no fue para otros que le conocieron un cambio tan radical, sino que se fue fraguando lentamente a lo largo de los años. Su amistad con Monseñor Pironio (obispo argentino) le ayudó a redescubrir y comprender los documentos de Medellín y sin duda constituyó un punto de inflexión en la evolución de sus planteamientos ideológicos. Por otra parte, su paso por la diócesis de Santiago de María le había abierto los ojos a una realidad de injusticia y constante violación de los derechos humanos en El Salvador. El asesinato del padre Rutilio fue el detonante que impulsó su compromiso vital con el pueblo salvadoreño y con sus propias convicciones.

La postura de Óscar Romero, cada vez más "peligrosamente" comprometida, comienza a ser conocida y valorada por el contexto internacional: el 14 de febrero de 1978 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown (EE.UU); en 1979 es nominado al Premio Nobel de la Paz y en febrero de 1980 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina (Bélgica). En ese viaje a Europa visita a Juan Pablo II en el Vaticano y le transmite su inquietud ante la terrible situación que está viviendo su país.

En efecto, en 1980 El Salvador vivía una etapa especialmente violenta en la que sin duda el gobierno era uno de los máximos responsables. La Iglesia calcula que, entre enero y marzo de ese año, más de 900 civiles fueron asesinados por fuerzas de seguridad, unidades armadas o grupos paramilitares bajo control militar. De todos era sabido que el gobierno actuaba en estrecha relación con el grupo terrorista ORDEN y los denominados "escuadrones de la muerte".

Apenas llegado de su viaje, el 17 de febrero, el arzobispo Romero envía una carta al presidente Carter en la que se opone a la ayuda que EEUU está prestando al gobierno salvadoreño, una ayuda que hasta el momento sólo ha favorecido el estado de represión en el que vive el pueblo. Por esas mismas fechas, recibe el premio de la Paz de Acción Ecuménica Sueca.

En el arzobispado se reciben a diario montones de anónimos amenazadores responsabilizándole de cuanto ocurría en el país, de cada huelga, manifestación o acción de la guerrilla. Las manifestaciones populares eran salvajemente masacradas, los asesinatos se sucedían impunemente, en la ciudad y en los cantones. Se teme que la guerra va a estallar de un momento a otro. A comienzos de marzo es volada una cabina de locución de la emisora YSAX, la Voz Panamericana, que transmitía sus homilías dominicales. Romero había organizado esta emisora de radio junto con el padre jesuíta Ignacio Ellacuría.

En su homilía del 23 de marzo de 1980, Romero hace su última llamada a la conversión: "Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!".

Sólo un día después, el 24 de marzo, Óscar A. Romero es asesinado por un francotirador mientras oficiaba misa en la capilla del "Hospitalito", un centro de acogida para enfermos terminales de cáncer donde "Monseñor", como todos le llamaban cariñosamente, vivía.

Su entierro en la Catedral Metropolitana de San Salvador el 30 de Marzo de 1980, se convirtió en una autentica manifestación popular a favor de los derechos humanos y en contra de la represión, pero también como se temía, en una nueva masacre.

Sonaron varias explosiones. Se produjo una desbandada. La gente corría presa del pánico mientras desde el Palacio Nacional comenzaron a disparar indiscriminadamente. Como en otras ocasiones, quisieron refugiarse en el interior de la catedral, pero las verjas de hierro que la rodean fueron una trampa mortal para muchos. En el interior, totalmente abarrotado, no se podía respirar. Como pudieron, en volandas, entraron el ataúd de Romero. Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, leyó una breve oración y lo enterraron deprisa. El resultado: más de 40 muertos y doscientos heridos.

Tal como denuncia el Informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el gobierno no realizó ninguna investigación exhaustiva sobre el asesinato del arzobispo Romero. Roberto D'Aubuisson, líder de los escuadrones de la muerte y antiguo miembro de la Guardia Nacional de Somoza, fue arrestado en mayo de ese mismo año y, a pesar de las pruebas que lo implicaban tanto en el asesinato de Monseñor como en la conspiración para realizar un golpe de estado, fue puesto en libertad con el beneplácito del ministro de Defensa.

Cuatro años más tarde, el embajador Robert White declaró ante un comité del congreso que existían pruebas suficientes para afirmar "más allá de cualquier duda razonable" que D'Aubuisson había planeado y ordenado el asesinato, aunque éste nunca fue procesado.

Al asesinato de Monseñor le siguieron otros actos de violencia terribles contra una Iglesia comprometida con el pueblo salvadoreño, como la violación y asesinato de tres monjas y una seglar estadounidenses el 2 de diciembre de 1980 o en noviembre de 1989 el asesinato en la UCA de Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuítas Martín Baró, Segundo Montes, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, junto a Elba Julia Ramos, la cocinera, y su hija de quince años Celina, a manos de los escuadrones de la muerte.

Dichos actos se insertaron en un periodo convulso de enfrentamiento entre el poder represor y las guerrillas del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) que se prolongaría durante más de una década, con un saldo de más de 75000 personas muertas, en su mayoría civiles. En 1992, se firman los Acuerdos de Paz entre el gobierno y el FMLN. En 1993, la Comisión para la Verdad, auspiciada por la ONU, descubría que del 85% de las atrocidades cometidas, eran responsables los escuadrones de la muerte y otros grupos paramilitares del gobierno de El Salvador.

Desde entonces, la figura de Óscar A. Romero ha continuado siendo un símbolo de justicia y de compromiso social para el pueblo salvadoreño. La celebración del XX aniversario de su muerte en el año 2000 llevó a la creación de la Fundación Monseñor Romero y a una propuesta de beatificación que cuenta con el apoyo de católicos de muy diversos países, y que en cierto modo supone una forma de reivindicación del papel que aún hoy desarrolla una parte importante de la Iglesia Católica en América Latina.