LA NUEVA ÉPOCA LATINOAMERICANA EN LA NUEVA ÉPOCA MUNDIAL

Pedro Trigo, SJ
Centro Gumilla

El panorama latinoamericano aparece confuso: Hay sin duda movimiento, pero no se ve fácilmente la organicidad ni la dirección. Un indicador muy significativo es el agotamiento de las instancias de mediación: el debilitamiento hasta la casi desaparición de los partidos en bastantes países y en otros su crisis interna y más aún en su desempeño.

Pero el problema no son sólo los partidos, lo son también las demás macroinstituciones que durante largo tiempo han mediado a la sociedad. Vamos a poner dos ejemplos relevantes. El más característico sería la educción, en el sentido específico del sistema educativo. En la sociedad tradicional la educación era la encargada de trasmitir muchas pautas decisivas; así se reconocía pacíficamente, y por eso las discusiones sobre su orientación, por ejemplo religiosa iusnaturalista o positivista. Pero también fue crucial en el proceso modernizador: ella lo impulsó con bastante eficacia en los países en los que más se profundizó. Sin embargo ahora la educación parece no interesar ni a los alumnos ni a los docentes ni a los padres y representantes ni a la sociedad ni, por supuesto, al Estado. Se puede decir que lo único que se le pide es la trasmisión de los bienes civilizatorios de la última revolución tecnológica y, más perentoriamente todavía, el título, y de ahí el drama de reprobar a un alumno. Si la trasmisión tradente es la forma de la historicidad, el debilitamiento de esta función priva de sustancia humana y deja a los individuos a merced de poderes fácticos.

Esto se presenta de modo más drástico en el aumento exponencial del catolicismo practicante aeclesial: la institución eclesiástica, mediante la autoridad que le otorgaban muchos latinoamericanos para que rigiera su cosmovisión y sus conciencias, constituía una instancia primordial de esta trasmisión. Hoy ya no es así. Todavía sigue gozando como institución de gran credibilidad social, pero esto se debe a que no se ha gastado como las demás, pero no por la calidad de su desempeño sino por su escaso desempeño. Por eso, como se la ve un tanto al margen, se la suele solicitar como mediadora. Esto es tanto más llamativo porque coincide con una época mucho más religiosa que la de la modernidad. Pero las devociones que practica bastante gente se trasmiten ambientalmente por contagio capilar y no mediante pautas emanadas de la autoridad. En este campo de modelar conductas no se puede decir que la institución eclesiástica tenga una influencia apreciable. Aunque sí la tiene todavía en cuanto dadora de ritos y oficiante de fiestas tradicionales y efemérides de la vida de colectivos. Y, por supuesto, todavía existen, gracias a Dios, obispos y curas que son personalmente significativos y por eso poseen autoridad y son polo de referencia.

El lugar que tenían las instancias tradicionales de mediación lo vienen ocupando, o por mejor decir luchan por ocuparlo, los medios de comunicación social, emisoras de radio y algunos periódicos más influyentes y sobre todo las televisoras, que han pasado a constituirse en actores políticos. Han llegado a tener gran influencia en decisiones concretas; pero su falta de representatividad, no sólo de origen sino sobre todo porque sus intereses no son los de las mayorías, hace que su actuación haya sido por lo general muy perjudicial, primero porque al crear noticia en vez de informar y propiciar el debate abierto constituyéndose en canales de circunlocución, que es lo que justifica su existencia, impiden que la gente se forme una idea más complexiva de lo que sucede, y segundo porque la ideologizan en el sentido de sembrar una visión distorsionada de la realidad, al sesgar la información y no sólo la interpretación por el tamiz de sus intereses.

Esta función de mediar a la sociedad la empiezan a desempeñar de modo más orgánico los movimientos sociales. Pero en la mayoría de los países éstos tienen un desarrollo incipiente y no han alcanzado ni la influencia ni la madurez ni la coordinación que los permita nuclear una alternativa. Digo nuclear porque los movimientos sociales no están llamados a sustituir a los partidos y deben mantenerse en su nivel social, asumiendo su dimensión y por tanto su peso político, pero sin politizarse, sin actuar como partidos pretendiendo el ejercicio directo del poder político o convirtiéndose en el brazo de un partido concreto.


De modo más drástico el problema de América Latina estriba en que no parece tener una clara viabilidad histórica, por supuesto no parece tenerla cada país entendido como unidad independiente, pero ni siquiera la región como tal. La causa es la incapacidad hasta hoy de asumir con éxito los bienes civilizatorios de esta figura histórica mundializada, y por eso la incapacidad de mantener a nivel económico un intercambio positivo con el resto del mundo y más todavía un intercambio significativo, es decir de gran volumen. No parece que esta incapacidad se deba a la incapacidad de los individuos como tales sino a la incapacidad hasta ahora de organizar la sociedad productivamente, no sólo en el sentido económico sino en sentido humano integral. La capacidad de los latinoamericanos se evidencia entre otras cosas en el empuje de los emigrantes que son capaces de enviar tal cantidad de remesas a sus países que son la primera fuente de financiamiento en la región. El problema es de liderazgo, con lo que empatamos con lo que decíamos inicialmente.


CONSTRUIR UNA AMÉRICA LATINA PLURICULTURAL PARA CONTRIBUIR PROACTIVAMENTE A UNA MUNDIALIZACIÓN ALTERNATIVA

Vamos a enunciar a modo de tesis lo que pensamos que constituye estructuralmente el momento por el que atravesamos: América Latina está entrando en una nueva época histórica cuando no acaba de asumir la nueva época mundial. Tiene, pues, dos tareas simultáneas, y no tiene viabilidad histórica si no las resuelve ambas. Pudiera pensarse que son inversamente proporcionales, pero no es así, por el contrario, sólo si entra decididamente en su nueva época, estará en condiciones de asumir la mundialización, no de modo apendicular sino como una región de la que no podrá prescindir el mundo. Pero esto no será posible, si prevalece la dirección dominante que actualmente comanda el proceso de globalización. El que América Latina asuma decididamente la nueva configuración que exigen en ella los sujetos sociales emergentes la capacitará para intervenir eficazmente en el proceso en marcha de cambiar esa dirección dominante del proceso de globalización, en alianza con otras fuerzas de las diversas regiones e incluso con otras regiones del mundo como tales. Desarrollemos la tesis.


LOS TRES PERÍODOS DE LA SEGUNDA ÉPOCA LATINOAMERICANA

Brevemente tenemos que recordar que América Latina ha tenido hasta ahora dos épocas: la amerindia y la peninsular. No podemos verlas como tesis y antítesis, como una época en la que se vivía una vida armónica y feliz, y otra época desdichada por la intervención foránea que la desquició. Ambas épocas están atravesadas por movimientos de pueblos, conflictos y establecimientos con contradicciones internas. La prueba más clara de esto es que el establecimiento de los españoles se lleva a cabo en cada caso con la ayuda de pueblos amerindios, que los creyeron aliados para liberarse de pueblos indígenas que los sojuzgaban.

La segunda época comprende tres períodos. En el primero comparten la hegemonía los nacidos en la península ibérica y los gobiernos peninsulares, por un lado, y los peninsulares nacidos en América por otro. La emancipación da paso al segundo período: los peninsulares americanos, llegados a la mayoría de edad, rompen la dependencia de los gobiernos peninsulares y expulsan a los nacidos en la península que no acepten el nuevo estado de cosas. Así surgen las repúblicas señoriales, que, a pesar de la crisis del siglo XIX, se mantienen hasta mediados del siglo XX.

Entonces se conquista la democracia, que es el tercer período. Ésta consiste en que, por la presión popular con el liderazgo de la clase madia, los criollos dan paso a los acriollados para que compartan con ellos el poder. Los no étnicamente occidentales son admitidos a posiciones rectoras cuando se occidentalizan culturalmente. Esta occidentalización tiene lugar sobre todo mediante la cultura de masas. La democracia no se expresa sólo ni principalmente en el voto universal sino en la posibilidad tendencialmente para todos de una educación a la altura del tiempo como palanca de ascenso social, superados los prejuicios estamentales.

En la época de la democracia estamos todavía en la segunda época porque, aunque se reconocen las diversas etnias, se mantiene el paradigma occidental para su reconocimiento; es decir se reconoce a los de etnias no occidentales sólo en cuanto hayan asimilado la cultura occidental. Todavía estamos, pues, en la época de los peninsulares, ampliada a época de los occidentales por las migraciones de fines del siglo XIX y principios del XX, sobre todo al cono sur, y más aún las de mediados de ese siglo en todo el continente.


LA TERCERA ÉPOCA LATINOAMERICANA

La tercera época se abre cuando un creciente número de indígenas, negros, suburbanos y campesinos, pugnan con denuedo por adquirir los bienes civilizatorios y aun culturales del occidente mundializado, pero no, como lo habían hecho hasta entonces, para blanquearse, para dejar de ser lo que son occidentalizándose, sino para serlo más plenamente, para tener viabilidad histórica como seres de sus propias culturas. Por eso luchan igualmente por adquirir cuotas crecientes de poder político y por administrarlas directamente, sin aceptar ya la mediación de los partidos tradicionales que decían representarlos. En definitiva luchan porque América Latina deje de ser latina, no en el sentido de que no lo sea y se trasforme en indígena o negra o mestiza sino en el de que la cultura occidental dominante dé lugar a las demás culturas, no sólo para que se expresen como hasta hoy en sus ámbitos particulares y subalternos sino para que esas culturas impriman su sello en el continente como tal: en la configuración institucional, en el ambiente público, en el horizonte compartido, en el modo de relacionarse.

Hay que recordar que las demás culturas aprecian a la cultura occidental y quieren que esta cultura tenga una presencia vigorosa en la región. Lo que no están dispuestos a tolerar por más tiempo es a que tenga el monopolio de la configuración de la región y de su representación ante otras regiones y los organismos multinacionales. En definitiva luchan porque todos y sobre todo los occidentales americanos acepten que somos un continente multiétnico y pluricultural, y que acepten por tanto que esa pluralidad se exprese no como mera coexistencia pacífica sino como reconocimiento positivo de las demás etnias y culturas y como relaciones horizontales y mutuas, es decir en interacción simbiótica, que dé lugar a una nueva institucionalidad en los Estados y en la región, que consagre la multietnicidad y pluriculturalidad y de ese modo la resguarde y fomente.


ACCIONES Y REACCIONES QUE AÚN NO SE DEFINEN EXPLÍCITAMENTE

Hay que reconocer que, si por un lado está en marcha el movimiento hacia la conquista de esta nueva institucionalización, por otro ese movimiento histórico cada vez más poderoso y con más determinación no tiene, como es normal, suficiente distancia histórica como para plantear con esta explicitud el sentido de su marcha. Insisto que en la práctica sí va en esa dirección, pero, al estar enfrascado en los asuntos concretos, no la teoriza en toda su amplitud y trascendencia. Por otro lado a los criollos, que en el fondo intuyen de qué se trata, les da tanto pánico que llegue el fin de su época, que no son capaces de enfrentar el tiempo histórico que se abre y de resituarse en él, ya que nadie les niega un puesto en lo que se está fraguando. De este modo lo que podría abrirse con el concurso de todos y para bien de todos, se está desarrollando como la lucha de las mayorías ante la resistencia cerril de quienes todavía controlan las instituciones, una lucha que, al agriarse, enciende animosidades, cuando lo que requiere el tiempo es el concurso de unos y otros para una tarea que es superior al estado actual de cada grupo y demanda el crecimiento de unos y otros para estar a la altura del reto histórico.

Porque el reto histórico es consolidarnos como región multiétnica y pluricultural en estado de justicia, emulación y solidaridad, para así poder hacer frente al desafío de entrar como región específica en el proceso de configurar una mundialización policéntrica y simbiótica en la que los frutos de la última revolución tecnológica den de sí armónicamente para el bien de todos en un proyecto compartido y sustentable.


POLARIZACION POR AUSENCIA DE GRUPOS QUE ASUMAN A LA VEZ LAS DOS TAREAS PENDIENTES

Ante la ausencia de grupos que comprendan el sentido de los retos de la hora y estén dispuestos a contribuir resueltamente a que fragüe la nueva época para que estemos en condiciones de entrar productivamente a la mundialización, el escenario se está tornando cada vez más polarizado.


El polo que todavía acumula más poder lo constituyen grupos de derecha recalcitrante que sólo tienen ojos para la globalización y la conciben en la dirección dominante de esta figura histórica comandada por el capital financiero y las corporaciones mundializadas a cuyo servicio están las grandes potencias y que controlan los organismos multilaterales. Estos grupos hasta ahora se habían aliado a los regímenes de Seguridad Nacional y a viejos partidos conservadores. Ahora se están constituyendo en partidos políticos para gobernar directamente.

No es fácil que lleguen al poder democráticamente y menos aún que lo conserven ya que sus intereses están objetivamente en contra de los de las grandes mayorías para las que no hay espacio ni esperanza en la dirección dominante que ha tomado hasta hoy la globalización. Hacen valer el prestigio del dinero con el poder que él otorga, y manejan sobre todo el chantaje de que ellos son la única alternativa: o nos subimos, dicen, al tren en marcha de la globalización, sometiéndonos a sus dictados y por tanto aumentando exponencialmente la competitividad, lo que requiere sacrificios muy drásticos y prolongados, o no tenemos viabilidad histórica. También se apoyan en el desgaste irreversible de los partidos tradicionales. El esquema del populismo, ferozmente caricaturizado, es inviable. Al enfatizar esto, están exigiendo que se acepte el trabajo esclavo y la reducción al mínimo de los impuestos al patrimonio, a las ganancias e incluso al consumo, y por tanto la disminución drástica de la seguridad social y más en general de los servicios sociales gratuitos. Si este esquema se impone, se consuma el sacrificio de las mayorías para que marche un sistema en el que no caben sino como hormigas.


El otro polo, ascendente, es el de líderes que representan a las etnias y culturas preteridas y que, apoyados en ellas, proponen el ascenso al poder de los de abajo como seres culturales y desde él su desarrollo en todos los campos, lo que conlleva el desarrollo de sus culturas.

El problema es que hasta hoy estos líderes, al desconfiar de las instituciones por el estado decadente en que se encuentran y más aún por su carácter criollo, proponen el ascenso popular sin institucionalizar los procesos, ejerciendo más bien una relación directa con el pueblo y resolviendo cada problema y aun cada caso particular mediante operativos.

Es cierto que los problemas son tan extremos y agobiantes que su gravedad y urgencia puede hacer aparecer como imprescindible ese método ya que, se argumenta, los problemas no pueden esperar hasta sanear las instituciones. Pero, haciéndolo así, se olvida que la realidad es una trama abierta y dinámica de estructuras y que, por tanto, sólo se avanza realmente cuando los cambios llegan a cuajar en estructuras, con lo que las soluciones se objetivan, no dependen ya de sujetos particulares, y así se universalizan y perpetúan. Además, al institucionalizarse, la relación anónima libera a cada participante ya que no depende de la voluntad de quien la otorga y por tanto de la aquiescencia del que la recibe al que la da, que a la larga equivale a subordinación. En las relaciones societarias sólo una relación objetivada, en la que están claros de antemano los deberes y derechos de cada uno, y en la que cada uno se atiene a ellos, hace crecer humanamente y personaliza.

Es cierto que caben distintos tipos de instituciones, pero todas han de contemplar relaciones entre seres dignos que se reconocen mutuamente y se atienen a protocolos convenidos por ambos en igualdad de condiciones, y en las que aparezca clara la correlación de medios a fines, de manera que se puedan evaluar y ajustarse para que los consigan más eficazmente.

Si las relaciones están basadas en la fidelidad a la causa que patrocina el líder, que va más allá de la constitución de la república y que en definitiva es fidelidad al líder que la representa, y el funcionario tiene poderes discrecionales para admitir o rechazar al que viene a reclamar un servicio o a participar, esa institución no personaliza ni es idónea para conseguir sus objetivos proclamados. Es una relación estructuralmente corrupta que incluye y excluye arbitrariamente, que discrimina y polariza la sociedad. Aunque no se hayan derogado las leyes que regulan las libertades públicas ni depuesto a los funcionarios elegidos conforme a la ley, ese estado de cosas no constituye ya una democracia. Pero además es incapaz de realizar un estado de justicia. Y menos aún de dinamizar a la sociedad para que se cualifique y, mediante la emulación y colaboración, logre la competitividad que la ponga a la altura del tiempo y así la haga viable.

Quiero insistir en que una propuesta así no hace justicia al carácter multiétnico y pluricultural de la región porque, dando la vuelta a la tortilla, privilegia a una o unas etnias y culturas y posterga a otras, en este caso la criolla y la occidental mundializada. Pero más profundamente no hace justicia ni a las mismas culturas que dice representar porque en realidad las desplaza al subordinar a los sujetos humanos de esas culturas a los dictados del líder y a la ideología de la causa, que, aunque estén revestidos, al menos en parte, del lenguaje y símbolos de esa cultura, los distorsiona al usarlos como mecanismos del poder de una persona y un grupo y no como lo que vehicula la acción mancomunada, horizontal y libre de los miembros del colectivo.

Quienes auparon un régimen de este tipo pueden apoyarlo un tiempo por la gratificación de verse tomados en cuenta como seres culturales y en parte al menos como individuos particulares. Pero a la larga los problemas no resueltos se acumulan y llega un momento que la sociedad resulta inviable.

Entonces ha llegado el momento de volver de nuevo al otro polo no superador. Y así iremos dando bandazos, si no hay propuestas que hagan justicia tanto a la necesidad de institucionalizar la realidad multiétnica y pluricultural que somos, sin desconocer a ninguna de las etnias y culturas, de modo que las optimice a todas y consiga que el país se vertebre y marche expeditamente, como a la necesidad de colocarnos a la altura del tiempo mundial asumiendo sus bienes civilizatorios con tal prestancia que podamos tener ventajas competitivas y lograr de este modo intercambiarnos abundantemente con otras regiones.


INMENSOS SACRIFICIOS, PERO QUE NO SACRIFIQUEN LA CONDICIÓN HUMANA

Hay que insistir que ni el lograr exportar abundantemente y aumentar sostenidamente los índices macroeconómicos, ni el conseguir que las culturas hasta hoy subalternas se expresen institucionalmente, traen por sí solos un aumento de medios de vida y bienestar ni de humanidad cualitativa para los ciudadanos.

En el esquema dominante, el crecimiento de los índices macroeconómicos se realiza a cambio de la unidimensionalización de los que lo promueven y la exclusión de grandes mayorías y el sacrificio de los que están adentro y abajo. No tener medios para vivir hace muy cuesta arriba el llegar a constituirse como humanos, y progresar a costa de crecientes ventajas sobre la mayoría, deshumaniza.

El que las etnias y culturas preteridas lleguen al poder no da ninguna garantía de que lo desempeñen bien. Puede suceder que por mala conducción se pierdan en la irrealidad y la ineficiencia, desconozcan a los demás como los desconocieron a ellos, y de este modo dilapiden una oportunidad histórica y dejen a los momentáneamente perdedores más convencidos de que son razas y culturas inferiores que no merecen la hegemonía sino que no dan más que para vivir tutoreados o para dejar atrás lo suyo y pasarse a la que ellos consideran la cultura más exitosa de la historia.

En la nueva época mundial el punto de partida es la nula igualdad de oportunidades y por tanto el aprovechamiento de las ventajas adquiridas por parte de los que dominan el intercambio para aumentar el desequilibrio, y el dinamismo de las potencias emergentes que amenaza con destronar a mediano plazo a los triunfadores de hoy, con lo que éstos están cambiando rápidamente las reglas de juego. Estando así las cosas, es cierto que para América Latina entrar en ella exige en cualquier hipótesis inmensos sacrificios, tanto para adquirir los conocimientos de la última revolución y no sólo el manejo de sus productos, como para asumir la cultura organizacional imprescindible para manejar competitivamente procesos tan complejos.

En este sentido es cierto que no es sensato hablar al pueblo solamente de sus ingentes necesidades y sus derechos preteridos. No podrá mantenerse, porque no será económica ni por tanto políticamente viable, un estado pluricultural, a menos que todos compartamos prolongados sacrificios. En este sentido tiene razón los que desde el polo de la necesidad impostergable de asumir la globalización critican el populismo de los líderes que encarnan la pluriculaturalidad, pero que para ganar y conservar el apoyo del pueblo sólo le hablan de su dignidad, pero omiten los costos de hacerla valer.

Pero también tiene razón estos líderes cuando acusan a los empresarios y a los profesionales mejor pagados, de que ellos piden sacrificios a los demás, pero ellos no están dispuestos a sacrificar sus tasas exorbitantes de ganancia ni a asumir el reto de aumentar la productividad con más creatividad y no acudiendo al expediente fácil de elevar la ganancia a costa de los derechos del trabajo.

Hay que hacer grandes y sostenidos sacrificios, pero hay que hacerlos de tal modo que por su iniquidad no lleven a la deshumanización de quienes los imponen y a la desesperanza de las grandes mayorías. Tiene que verse su progresividad y su sentido y deben dejar energías para cultivar una vida cualitativa. Ni la división entre una raza de sacrificadores y otra de víctimas ni sacrificios que maten la condición humana.


DE LA DEMOCRACIA OCCIDENTALIZADORA HACIA UNA DEMOCRACIA MÁS COMPLEJA Y MÁS DINÁMICA

Quisiera insistir en un punto que me parece decisivo para entender el proceso que nos ha llevado hasta aquí, pero que tanto los que patrocinan la globalización como los que encarnan el pluriculturalismo se empeñan en negarlo. Se pasó de la fase democrática de la segunda época a la tercera época por el éxito que tuvo la democracia o por lo menos la primera fase de ella. El éxito consistió en sacar de su aislamiento a poblaciones indígenas o negras y más en general mestizas, campesinas. La educación formal, la presencia de los medios de comunicación masivos, el llamado político a participar y las migraciones del campo a la ciudad, que cambiaron el mapa humano de América Latina, supusieron un despertar de esos sujetos, un despertar de envergadura histórica que los llevó no sólo a adquirir muchos bienes civilizatorios y culturales y sobre todo un horizonte histórico dinámico de que carecían sino también a reavivar con todo ello su propio ser cultural.

Quedó evidenciado que el aislamiento produce un letargo que a la larga lleva a la descomposición y muerte cultural, mientras que la relación intensa, aunque sea en condiciones desfavorables, introduce un dinamismo histórico imprescindible. En la historia no hay marcha atrás. No podemos volver a los últimos imperios prehispánicos. Tampoco, a la configuración hispánica y ni siquiera occidental. El continente necesita reconocer su realidad multiétnica y pluricultural para poner en marcha toda su energía, toda su riqueza, todo su dinamismo. Pero esto no sucederá si fraccionamos el continente para que en cada área se aposente una sola etnia y cultura y se desarrolle cada una aisladamente. Así llegaríamos al aletargamiento de cada una y a su inviabilidad. Tampoco se logrará si, como reacción polar contra la hegemonía de la cultura criolla tradicional, se pretende prescindir de esa cultura y de esa etnia.

Lo que hay que hacer es equilibrar dinámicamente las relaciones. Pero de todos modos hay que tener en cuenta que es menos mala una relación desigual en pugna por la igualación que la no relación. Y hay que tener bien presente que la relación simbiótica no vendrá por una suerte de armonía preestablecida sino por la acción inteligente e incesante de muchísimas personas de las diferentes culturas, incesante porque nunca se arribará a un estado estable de justicia. Éste habrá que perseguirlo una y otra vez, ya que los dinamismos históricos la desbalancearán incesantemente. No hay, pues, que escandalizarse de la injusticia sino de no luchar siempre porque se restablezca. Pero habrá que luchar de tal manera que no se quiebre el dinamismo histórico, ya que en ese caso perderíamos todos.

ES LA HORA DE LA MEDIACIÓN Y POR TANTO DE LOS MEDIADORES

El drama de América Latina es afincarse sucesivamente en cada uno de ambos polos sin encontrar la mediación entre etnias y culturas, y entre la región y el mundo. El drama es ver sólo un problema y sacrificarlo todo a él, en vez de asumir la complejidad y acometerlo todo a la vez o por pasos, pero teniendo en cuenta el conjunto. Abelardo Villegas en un libro paradigmático de los años sesenta sentenciaba que en América Latina sólo había revolución cuando se lograba superar a la vez el colonialismo interno y el imperialismo. Hoy diríamos que la solución de América Latina pasa por constituirse en una región multiétnica y pluricultural en un estado de intercambio simbiótico y emulación, y a la vez por entrar en el concierto de la mundialización con muchas y buenas ofertas para otras regiones, y con la oferta de que el mundo se constituya como ella lucha por institucionalizarse: respetando y dialogando la diversidad.

La mediación no puede hacerse sino desde las diversas orillas y pasa por la fidelidad a todas ellas. Pensar que todos podemos salir ganando, pasa por el encuentro con personas e instituciones de diversas culturas, un encuentro no como bienhechor de los que andan necesitados sino con el convencimiento de que yo también salgo ganando y me enriquezco humanamente.

Hay que recordar que en la historia de América Latina siempre hubo mediadores. Son sus figuras más señeras. Habría que decir incluso que la existencia de la región, a pesar de tantas guerras civiles y entre vecinos y de ser la región con más desigualdades, en lo que tiene de realidad histórica genuinamente humana es una aventura extremadamente patética de mediación. Ante todo, la mediación simbólica de la cultura popular, con expresiones tan variadísimas, muchas de ellas enormemente cualitativas y en trance siempre de renovarse, que alimenta a todas las clases sociales y cuya expresión más fecunda sea quizás el catolicismo popular. Pero también del otro lado, los criollos que a lo largo de la historia han puesto lo mejor de sí en el crecimiento de la gente popular y que así han visto colmadas sus vidas, desde profesionales hasta políticos pasando por literatos y artistas. Habría que destacar como un elemento configurador de primer orden la mediación tan compleja que constituye la atracción entre etnias distintas que ha existido siempre, provocando tantos dramas y complejidades sicológicas, y que con el advenimiento de la democracia, se han podido expresar cada vez más simbióticamente. No podría omitir que el poblador suburbano se caracteriza precisamente por el estar-entre el campo y la ciudad, el campo y el barrio, el barrio y la ciudad y entre las heterogeneidades del barrio. Este tipo humano se expresa de modo bien diverso según esté dirigido a la ciudad teniendo el campo y el barrio a la espalda o según considere valiosos todos los elementos que le constituyen mediándolos en sí mismo y en la realidad.

No creo que sea exagerado asentar que lo que la región tiene de diferente respecto de otras regiones del mundo y que puede ser su aporte a ellas, es el hecho del mestizaje étnico y cultural, que está llamado a constituirse en el elemento más sólido de mediación entre etnias y clases distintas. El reconocimiento de esta condición creo que es la base objetiva para superar la polarización actual y aceptar como riqueza nuestra condición multiétnica y pluricultural.

La mayor dificultad para que el mestizo étnico y cultural se acepte como tal es el predomino abrumador de lo occidental, que lleva a cultivarlo en uno tratando de invisibilizar por antifuncional todo lo demás. Es muy explicable que, si lo occidental da dinero y prestigio, la mayoría trate de asimilarlo. Ahora bien, es completamente distinto que asuma lo occidental como uno de los componentes de mi ser humano a que lo asuma desechando lo demás y occidentalizándome íntegramente. Esto último no lleva a hacer justicia a mi propio ser ni por tanto a hacer justicia en los demás lo que niego en mí mismo.

En definitiva la pregunta de fondo es hasta qué punto ese predominio de lo occidental es muestra de la superioridad de esa cultura que todos ambicionan poseer o una imposición que priva de muchas riquezas y empobrece la condición humana de la humanidad. La lúgubre aprehensión de Rubén Darío ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? hace pensar en el mito, tan actual y sintomático, de la torre de Babel. Claro que sus fabricantes poseían una técnica que nadie más dominaba, así como una ingente mano de obra y también excedentes alimentarios para mantenerlos, y todo esto son sin duda frutos de excelencia humana. La pregunta es si la empresa era sensata y humanizadora. No creo que la humanidad pueda subsistir sin mucho de la ciencia, la técnica, la organización e incluso los valores de occidente. Pero también es cierto que los demonios del occidente están a la altura de sus logros y conspiran contra ellos. ¿Podrá salvarse occidente de sus demonios sin la ayuda de otras etnias y culturas? En el caso de América Latina ¿su salvación es la modernización o su camino es asumir la modernización pero integrándola a otro proceso más vasto y complejo?