CARTA A IGNACIO ELLACURÍA

Extra pauperes nulla salus’, fuera de los pobres no hay salvación

JON SOBRINO, 21/11/05

SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

Querido Ellacu: De salvación y pecado antes hablábamos mucho en teología, y mirábamos a la realidad desde ambas cosas. Ahora, sin embargo, ya no se habla, pues pareciera que en la sociedad civil no hay lugar para tales conceptos. Pero es la realidad la que clama por una salvación que la limpie del pecado.

En nuestros días el pecado abunda de manera espectacular: la depredación del tercer mundo, y la privación de dignidad de sus pueblos; la violencia que da muerte, aunque ahora ocurra desde lejanos portaviones y con leyes comerciales que condenan al hambre -y como desesperada respuesta, seres humanos que se inmolan y dan muerte a otros; y la mentira, el encubrimiento y el silencio: los medios no acaban de decirnos la verdad de lo que es este planeta y de lo que somos nosotros. No faltan pecados, pero hay gran déficit de examen de conciencia y de la antigua “confesión de boca”: y no la van a hacer los gobiernos, el mundo político, la gran banca, los ejércitos...

Tampoco se habla mucho de salvación. En la sociedad del bienestar no está de moda hablar de la salvación del alma, por supuesto, ni de la del cuerpo. Y es que no hace falta: el buen vivir es el interés central de esas sociedades, y se congratulan de haber alcanzado un alto grado de buen vivir y de estar bien encaminadas a vivir cada vez mejor.

Evidentemente, Ellacu, entre nosotros las cosas no son así. No estamos en una sociedad del bienestar, sino en una sociedad del mal vivir de las mayorías. Y cuando nos ofrecen el buen vivir, no se preocupan de que eso traiga más justicia, más verdad, más humanidad, ni si va a traer una libertad menos egocéntrica, una luz más luminosa, y una mayor bondad -perdónesenos la palabra- para ser más humanos. Pues bien, en este contexto te escribo esta carta: extra pauperes nulla salus, fuera de los pobres no hay salvación. Bien sabes que el nulla salus surgió en el ámbito de la discusión teológica, pero ahora lo pensamos para iluminar la realidad.

Durante siglos se decía extra ecclesiam nulla salus, fuera de la Iglesia no hay salvación, con lo que se expresaba la alegría de haber encontrado salvación en Jesús, a quien nos hace presente la Iglesia. Pero reflejaba también un exceso de triunfalismo eclesial. Hoy ya no se dicen estas cosas, y después del Vaticano II se ha avanzado positivamente. Siguiendo sus huellas, Edward Schillebeeckx escribió bellamente: extra mundum nulla salus, fuera del mundo no hay salvación, con lo cual venía a decir que el mundo y la historia, la creación de Dios, es el lugar en que Dios lleva a cabo su obra salvífica en y a través de las mediaciones humanas. La idea es a la vez religiosa e histórica, habla de la acción salvadora de Dios y dice dónde y cómo aparece esa salvación que nos hace seres humanos, hijos e hijas de Dios.

Pero hemos dado un paso más. Como en muchas otras cosas, Medellín y la teología de la liberación, tan viva en sus intuiciones como enterrada, muchas veces con malas artes, por quienes nunca han querido entenderla o porque, entendiéndola, se han visto sacudidos por ella, concretó lo fundamental de nuestra fe desde los pobres. Habló del privilegio hermenéutico de los pobres para la teología: los pobres ayudan a interpretar textos y tradiciones de la fe. Y un obispo, con toda paz, desde los pobres reformuló al gran Ireneo: “Gloria Dei vivens pauper”, “la gloria de Dios es el pobre que vive”, sin retórica, sino profundizando el misterio de Dios. El obispo fue Mons. Romero

Pues bien, también en el tema de la salvación hemos dado un paso más, y decimos: extra pauperes nulla salus, fuera de los pobres no hay salvación. Creo que lo leí por primera vez en González Faus -y después en nuestro común amigo Javier Vitoria-, hablando precisamente sobre el legado de la teología de la liberación.

Que yo recuerde, Ellacu, tú no usaste esa fórmula, pero sí tuviste la misma intuición y la desarrollaste con originalidad. Y no sólo relacionaste a los pobres con el “lugar” de salvación (un ubi categorial, que diría Aristóteles), sino con el “contenido” de la salvación (un quid sustancial). Con profundidad y audacia, y con una originalidad difícil de encontrar en otras teologías, recordaste una verdad cristiana central: del siervo sufriente de Yahvé, de Cristo crucificado, proviene salvación. Y también redención, es decir, la erradicación del mal en el mundo.

Lo más original tuyo fue historizar esas grandes verdades, que se repiten ortodoxa y litúrgicamente, pero que rara vez se ponen en relación con la historia. Dijiste así que de los pobres viene luz para conocer la verdad y superar la mentira, lo que explicaste en dos conocidas metáforas: el tercer mundo como espejo invertido en el que el primer mundo puede ver su verdad, y como las heces que aparecen en el coproanálisis del primer mundo.

Dijiste también, desafiantemente, que de los pobres y de las víctimas nace esperanza, no el miedo que abunda en el primer mundo, y la fuerza para la conversión, el difícil cambio del corazón de piedra en corazón de carne, tan necesario al ver con cuánta dificultad el mundo de abundancia renuncia a su lujo insultante y sigue escenificando, sin avergonzarse, la parábola del ricachón y del pobre Lázaro. Y así otros bienes fundamentales que están más presentes en el mundo de la pobreza que en el de la riqueza: alegría, creatividad, lucha, paciencia, arte, cultura, esperanza, y no sólo como elementos aislados, sino como “una civilización de la solidaridad, que es el “reverso del mundo de los ricos”, que dice José Comblin.

También de los pobres provienen otros bienes, formas de vida social y comunitaria, formas de economía popular, y en muchas culturas un comportamiento ecológico que cuida y sana la naturaleza mucho mejor que occidente. Pero en conjunto, pienso que los bienes de los pobres apuntan sobre todo a la humanización de la humanidad, lo cual es todo menos tautología. Ese es su aporte a la salvación.

En los últimos diez años lo propusiste en forma de tesis, por cierto sin encontrar mucho eco: la civilización de la pobreza es lo que puede superar y redimir a la civilización de la riqueza. Veías en el mundo de los pobres espíritu para humanizar, o por lo menos un potencial y una reserva de espíritu mayores que en la civilización de la riqueza. Hoy, en la apoteosis propagandística de la globalización, te lo vuelvo a agradecer.

Que de abajo viene salvación y que fuera de los pobres no la vamos a encontrar para poder vivir como seres humanos, me sigue dando vueltas a la cabeza. Estos días, al celebrar los 40 años de la UCA, he repasado textos tuyos sobre “la inspiración cristiana de una universidad”, y me ha encantado ver que ya en tus primeros años pensabas en la salvación que viene de abajo. En 1979, en un texto sobre Las funciones fundamentales de la Universidad y su operativización, decías que “el testimonio más explícito de la inspiración cristiana de la UCA es si ésta es realmente para el servicio del pueblo y si en ese servicio se deja orientar por el mismo pueblo oprimido“.

Lo primero, que la universidad debe ponerse al servicio de los pobres y desarrollar modelos económicos, sociales y culturales para que las mayorías puedan vivir con dignidad, no era una novedad. Era hacer la opcion por los pobres, tan ortodoxa en aquellos tiempos. Occidente no la ha hecho ni se vislumbra que vaya a hacerlo.

Pero siendo todo esto verdad, me impacta más la segunda parte de la frase: “hay que dejarse orientar por el pueblo oprimido”. Supone que ese pueblo puede indicar el camino que debe recorrer una universidad y la sociedad. Lo mismo habías dicho -y en forma más tajante- en 1975 a los diez años de la fundación de la UCA: “El cristianismo ve en los más necesitados, de una u otra forma, a los redentores de la historia”. Son palabras mayores. Los de abajo, los pobres, los oprimidos y las víctimas, traen redención y salvación. Fuera de ellos difícilmente se encontrarán raíces para una salvación comprendida cristianamente como vida y fraternidad de hijos e hijas de Dios.

Lo que acabamos de decir es claramente contracultural en el occidente globalizado. Para que éste pueda al menos entender de qué estamos hablando tiene que despertar de un sueño dogmático: “de los pobres no puede venir salvación”, para lo cual, como nos avisaba Kant, no debemos ser eternamente “menores de edad”, sino que debemos tener “la audacia de pensar de otra manera”. Y si del filósofo Kant pasamos al teólogo Pablo, tiene que superar la hybris -arrogancia- de que “lo real somos nosotros”, lo que está arriba en la historia, en la sociedad de la abundancia.

Y para que no nos acusen de ingenuidad hagamos tres breves reflexiones. La primera es que en el abajo de la historias, el mundo, de pobres y víctimas, también está actuando el mysterium iniquitatis. Los horrores de los Grandes Lagos, los diez homicidios diarios en El Salvador, el machismo opresor... están ahí. Sólo que, pensamos, los males de ese mundo, por las carencias increíbles, por la desesperación que se puede apoderar de los pobres, por el bombardeo a que están sometidos para que abandonen sus valores y se apunten a los valores mucho más cuestionables del Norte y sus antivalores, nos parecen “menos malos” que los males de la sociedad de abundancia. Y, como hemos escrito, en él está presente, muchas veces de manera eximia, el mysterium salutis. Ese mundo es el lugar de la “santidad primordial”, que con dificultad aparece en el mundo de abundancia.

Por otra parte, también del mundo de arriba puede provenir salvación, pero tiene que pasar por sanación y redención, para lo cual tiene que abajarse, aunque sea análogamente, al abajo de la historia, sin olvidar cuál es el analogatum princeps de ese abajo y no caer en la manipulación que suele hacerse de “los pobres de espíritu” de Mateo, como si todos pudiesen ser pobres, sin dejar de ser ricos. No se puede estar abajo sin algún tipo de abajamiento real y de compartir realmente la pobreza. Pero esto sí puede ocurrir análogamente. Puede haberinserción fáctica y acompañante en el mundo de los pobres, trabajo inequívocamente en su favor, aceptación de riesgos por defenderlos, sufrir su destino de persecución y muerte, participar en sus gozos y esperanzas. Estas son cosas reales, no intencionales. Entonces, el mundo de arriba puede traer salvación.

Y por último hay que entender bien la finalidad de todo lo dicho. Que los pobres traen salvación no significa que para eso están los pobres, para prestar un servicio más a los ricos. Evidentemente no. Lo que sí es verdad es que, si nos dejamos salvar por ellos, con mayor decisión viviremos y nos desviviremos por salvarles a ellos. Como dice tu gran amigo Pedro Trigo, cuando hemos experimentado la misericordia de los pobres hacia nosotros, más decididamente usaremos de misericordia hacia ellos. Entonces haremos de la compasión y de la justicia, como dice J. B. Metz, lo central del cristianismo. Haremos mejor aquello en lo que tanto insistías: “bajar de la cruz a los pueblos crucificados”. Y viviremos en verdadera solidaridad: dando unos a otros y recibiendo unos de otros. Eso sí es familia humana y la superación de una especie animal racional.

No sé que pensará el lector de estas líneas. Quizás le parezcan exageradas. A mí no me lo parecen, pero en cualquier caso mucho habría que exagerar para acercarnos, nada digamos para superar, la increíble avalancha que nos viene en dirección contraria todos los días y de todas partes: de arriba, de la acumulación de la riqueza, cuanta más mejor, del poder, cuanto más mejor, de la prosperidad, cuanta más mejor, del éxito, cuanto más mejor, viene la salvación.

Ellacu, no sé que dirías hoy, en tiempos de globalización y postmodernidad, sobre la salvación, la civilización de la riqueza y de la pobreza. Por mi parte, quisiera terminar con una convicción y un deseo que expresé hace unos meses en una conferencia sobre cómo veías tú la realidad, el pecado y la salvación. Terminé con estas palabras:

“A Ellacuría lo mataron porque se enfrentó con la civilización de la riqueza. No le dejemos morir porque defendió una civilización de la pobreza”.