PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PADRE ALFONSO NAVARRO


11 de mayo de 1978


 

NOTA: Al principio de esta homilía, hay partes inaudibles debido a una mala grabación. Se señalan con los puntos suspensivos.

... la voz del Padre Alfonso Navarro se sigue escuchando, aun cuando hace un año cayó desfigurado por la bala criminal de quienes lo mataron...

Da la impresión de que esta Catedral presidida por tantos hermanos sacerdotes y llena de comunidades cristianas son un signo de la fe, el peregrinar de la Iglesia, que somos una comunidad que la muerte no puede detener sino que la muerte le regala precisamente esos horizontes... y la estimula para seguir hasta el final. Hemos de recordar también con cariño fraternal, a nuestro hermanito Luis Torres que junto con él, caía bajo las viles balas que ciegan vidas inocentes.

Sería bueno que recordara la conferencia a la que iba el P. Navarro Oviedo y Torres, pero para el cristiano la muerte no es inspiración de condolencia, más bien nos acercamos a esta doble tumba y miramos en el sacerdote que lleva de la mano a un niño camino de la eternidad, una inspiración.

Y yo quisiera que recogiéramos cuanto la Iglesia necesita de esos tres testimonios que me parece recoger en los labios desfigurados que Alfonso Navarro derramó a sus testigos. . . . . que penetra hasta lo profundo del corazón. Un llamamiento a la unidad, un llamamiento a la verdad, y un llamamiento a la santidad...
 

UN LLAMAMIENTO A LA UNIDAD

Fue quizá el sacerdote en aquella histórica reunión cuando se iniciaba en su humilde servicio aquí en la Arquidiócesis, . . . él podía repetir que teníamos que estar unidos siquiera por un sentido de ética profesional y que la desunión entre nosotros, equivalía a un suicidio. Alfonso Navarro repetía esta frase: La desunión es un suicidio.

Yo quiero recoger ahora esa palabra obsesionante del Padre Navarro, para repetirla a mis queridos hermanos sacerdotes y a todos ustedes, queridos fieles, que en la comunidad de la Iglesia tenemos que ser el testimonio, sobre todo, de la unidad. Máxime cuando ya Alfonso Navarro nos habla desde el destino eterno de esta Iglesia peregrina, parece la desunión más criminal; y la belleza de la unidad, más luminosa, cuando sabemos que todos somos peregrinos de ese destino y cuando sabemos que todos formamos la comunidad peregrina hacia ese destino.

Que el aniversario de su muerte, sea para nosotros una inspiración de unidad. La perspectiva escatológica de la Iglesia, ese último momento hacia el cual camina el reino de Dios, y, sobre todo, el ser testimonio de ese destino, de ese origen y de esa comunidad Iglesia que Cristo señaló en su última palabra, cuando iba también Él a morir: "Padre, que todos sean una sola cosa como Tú y Yo para que el mundo crea que Tú me has enviado."

Precisamente, recibía yo una carta de un hermano Obispo de Guatemala, de la Diócesis de Verapaz, donde se ha tenido una semana de estudios pastorales y el Señor Obispo Gerardo Flores recibió el encargo de transmitir un testimonio de fraternidad de aquella Diócesis para la nuestra. Y yo no encuentro cauce mas apropiado para hacerlo llegar a todos ustedes, queridos hermanos sacerdotes y fieles que este testimonio precisamente como un llamamiento a esta unidad y a este trabajo. Dicen nuestros hermanos de Verapaz: "Nuestra semana se caracterizó por un deseo muy claro de todos los participantes de encontrar los caminos para vivir a plenitud la fidelidad al Evangelio. Los participantes en esta semana de Pastoral me pidieron expresamente que enviase a Usted y a su comunidad, un mensaje manifestándole nuestra solidaridad y nuestra admiración por el testimonio válido, valiente y evangélico que la Iglesia de San Salvador está dando a toda la Iglesia Universal.

Hemos seguido con gran atención y admiración todo el sufrimiento de esa Iglesia hermana, y hemos tratado de aprender mucho y tenemos la esperanza de poder ser capaces de imitar, aunque de lejos, tan digno ejemplo de fidelidad y de valentía cristiana.

Durante nuestras celebraciones eucarísticas, muchas veces nos acordamos de nuestros hermanos salvadoreños y pedimos para ellos la fortaleza en la hora de la prueba. Pero también nos sentimos animados a implorar la intercesión de los santos que sufren persecución por la justicia en esa hermana República, en favor de nuestro pueblo y de nuestro trabajo pastoral."

Entre estos mártires de nuestra fe, destacamos esta mañana el ejemplo de Alfonso Navarro, que como dije hace un año, sigue siendo la mano tendida en el desierto de esta tierra, para señalar el camino de nuestro peregrinar unidos como hermanos. Marchemos al encuentro del Señor.
 

UN LLAMAMIENTO A LA VERDAD

La segunda lectura de hoy nos ha hablado de esa verdad que nos hace libres. La lectura de San Pablo a los Efesios nos invita a ser valientes, a no ser cobardes, a vivir esa novedad del hombre cristiano que ha entrevisto entre las maldades de la tierra, la belleza de la verdad de Dios que es muy peligroso anunciar, proclamar; y desde ella, denunciar las injusticias, los desórdenes, los abusos, tan peligrosos, que si Alfonso Navarro no hubiera hablado, no estuviera muerto. Pero él es el testimonio de lo que él decía tomándolo del Evangelio: sólo la verdad hace libres. La verdad dicha con esa valentía que nos acaban de recordar nuestros hermanos de Guatemala, es la que llevó al Padre Alfonso Navarro a ser una personalidad discutida, ser una personalidad peligrosa, tan peligrosa que muchos todavía no se convencen de la belleza de su verdad. Y, sin embargo, fue la verdad la que lo ha hecho libre de las ataduras mismas de la tierra y de todas las cosas que atan en cobardía, en traicionen mentira a tantos hombres en la tierra.

He aquí, pues, que la muerte de Alfonso Navarro es para nosotros un llamamiento a tener valor en la proclamación de la verdad. Ojalá hermanos, que el recuerdo de este día sea para todos nosotros una inspiración de valentía. Alguien me decía hace poco: "Es que se nota que en la hora actual la lucha es entre la verdad y la mentira"; y no hay campo medio, porque aquel que quiera andar entre la verdad y la mentira, ya es un mentiroso, no da testimonio de la verdad. Y el Padre Alfonso Navarro ha muerto dando el testimonio de la verdad. Que él sea en esta mañana en que lo recordamos con admiración, todo este bello testimonio que se ha recogido en el precioso folleto que ya está siendo del conocimiento de todos, es el testimonio de la verdad. Quienes lo escucharon, quienes compartimos con él sus inquietudes, sabemos que a pesar de la fragilidad de la carne que es todo hombre, a pesar de las limitaciones y de los defectos, no los vamos a negar, cabalmente ellos son también testimonio de la verdad.

Nunca la Iglesia había sido tan verdadera como cuando en el Concilio Vaticano II se proclama Santa, pero necesita de penitencia. Santa pero buscando más la perfección. El que predica la verdad no es porque se sienta superior a los demás. Si algo hace bella a nuestra Arquidiócesis, es porque todos vamos buscando con la sinceridad de un camino que se busca, la verdad que sabemos que sólo la posee Cristo. Y que encontrar a Cristo es encontrar la verdad y ser fiel a su evangelio, a su presencia en el mundo y tratar de dar testimonio de esa presencia a pesar de nuestras miserias humanas. En eso consiste el testimonio sincero de una verdad que todos buscamos y todos seguimos porque la encarnamos en la belleza de Cristo. Y en esta hora de confusiones es este seguimiento de Cristo el que nos da el valor de seguir proclamando ese testimonio de la verdad.
 

UN LLAMAMIENTO A LA SANTIDAD

Y finalmente, queridos hermanos, la página del evangelio que se ha escogido para recordar a un año de distancia el asesinato del Padre Alfonso Navarro, la página de las bienaventuranzas es la inspiración de la santidad. Cuando el Santo de los Santos, Cristo, el único santo, abrió sus labios para hablar a la humanidad, de Él brotaron como perlas para el mundo sediento de bondad esas bienaventuranzas que terminan proclamando la bienaventuranza del que sufre, que terminan diciendo: "Bienaventurados seréis cuando por mi causa os persigan y calumnien." que termina diciendo el trastorno que el Evangelio viene a operar en el mundo. Porque sólo siguiéndolo, aún cuando se nos llame locos, cuando se nos llame subversivos, comunistas y todos los calificativos que se nos dicen, sabemos que no hacemos más que predicar el testimonio subversivo de las Bienaventuranzas que le han dado vuelta a todo para proclamar bienaventurados a los pobres, bienaventurados a los sedientos de justicia, bienaventurados a los que sufren. Y por ese camino es por donde Alfonso Navarro entró a la felicidad del cielo que ahora disfruta para decirnos, entre aquella nube de testigos que dice el Concilio, que el Evangelio no miente, el Evangelio dice la verdad; es el mundo mentiroso y sensual y pecaminoso, injusto, el que no dice la verdad. ¡Pobrecitos los que viven en la mentira y bienaventurados los que viven en la verdad!

Esta santidad del Padre Alfonso Navarro que nos proclama el Evangelio tiene muchos riesgos, y el riesgo más grande es el que él corrió: el martirio. Pero escuchen, hermanos, cómo nos señala la Iglesia de nuestros días el camino por donde Navarro se fue para la eternidad junto con Luisito Torres. Dice el Concilio Vaticano II hablando del llamamiento universal a la santidad a todos los hombres, a todos los estados, a todas las situaciones: "El martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba del amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia". ¡Qué bella página para ponerla como epitafio sobre la tumba de Alfonso Navarro, si una frase más bella no la hubiera sustituido!

Es el camino de la cruz, es el camino del martirio, es una gracia muy singular. No la concede el Señor a todos, pero todos la ansiamos. Y todos los que tratamos de seguir al Señor, sabemos que no lo podemos seguir sin un gran amor en el corazón. Amor que esté dispuesto a dar su vida por él. ¡Dichoso Alfonso Navarro, dichoso el Padre Grande, dichosos los que han muerto por la persecución del reino de Cristo, dichosos los que en odio de la fe han sido masacrados, dichosos porque a través de esas manos ensangrentadas y criminales, Dios ha dado la perla más preciosa que podía dar a nuestra comunidad!

Yo recojo, hermanos, con respeto, con admiración, con agradecimiento, con cariño de hermano, la vida y el ejemplo del Padre Alfonso en esta mañana, para decirle ¡esta perla es gloria de nuestra comunidad, corona la belleza de nuestra diócesis, es luz que nos invita al testimonio de la santidad, de la verdad y de la unidad!

Celebremos entonces aquella eucaristía que alimentó a Alfonso Navarro hasta el último momento. Esta mañana yo celebré en el altar donde Alfonso Navarro celebró su última misa y me emocionó, de veras, saber que el hombre sacerdote, cuando celebra su última misa en la tierra, es porque la vida sacramental de la Iglesia ya no tiene razón para él. Ya el sacramento que envolvía en cosas materiales, en figura de pan y de vino la presencia sonriente de Cristo, ya no es necesaria. Para Alfonso Navarro se rompieron ya esos envases sacramentales para dar lugar a la esencia purísima de la presencia más bella de Cristo que ahora él disfruta. Ojalá que mientras nosotros, peregrinos, todavía tenemos que buscar en la presencia sacramental de nuestra fe peregrina, medio ciega, la belleza de Cristo. Él, desde su cielo, siga alimentándonos en el camino que tenemos que seguir. No lo perdamos, y en pos de Él un día también gozaremos la alegría que ahora estamos celebrando en el aniversario de aquel cielo que comenzó para Alfonso Navarro el 11 de mayo de 1977.

Hacemos una oración por la comunidad, por la Iglesia Universal.
 

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