Queridos hermanos, estimados radio-oyentes:
Al retornar a esta cátedra sagrada, que el Señor me ha encomendado para conducir espiritualmente una Arquidiócesis, quiero expresar un agradecimiento especial y una simpatía y cariño para todos ustedes que no siguen la palabra, el pensamiento de un hombre, sino la revelación de Dios que se ha continuado dando aun en la ausencia del Arzobispo. Recibí una carta en la cual me expresaban que a las misas de la Catedral concurrían, abundante y fervorosos, los fieles; y que se sentía el aletear del Espíritu. "Y al terminar -me dice la carta- le estrechamos la mano al P. Fabian lo mismo que a usted, con la misma fe en el Cristo que nos predican..." Yo siento que lo que ha dicho hoy San Pablo: "El Cristo que Silvano Tito y yo les predicamos", es lo que interesa. Eso es lo que me llena de alegría, y es mi afán de despertar una admiración y un seguimiento no a mi pobre persona mortal, frágil como todos ustedes, sino en el Inmortal, en el Eterno, en el que puede ser causa de sólida esperanza.
Quiero agradecer, por eso, el recibimiento tan cordial que me dieron el viernes al regresar, a toda la comunidad: sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles, comunidades. En este agradecimiento, también quiero expresar gratitud especial a las autoridades del Aeropuerto que, con agradable sorpresa, me dieron deferencias tan exquisitas. ¡Dios se los pague!
Por eso, ahora, al tener que reflexionar sobre la palabra de Dios, en mi comunidad después de haber estado en contacto, a través de los obispos, con comunidades de los diversos países de nuestro continente, y junto con otros invitados: de Europa, de Africa, quiero también cotejar la vida de la Iglesia aquí entre nosotros y la de allá en países lejanos. Quiero enmarcar en esa palabra universal del Evangelio el mensaje concreto que, los obispos reunidos en Puebla, dirigimos a todos los hombres de América Latina aunque no tengan fe cristiana pero que tengan buena voluntad. Y desde América Latina, con una voz de testimonio de una Iglesia viva, una voz también para todo el mundo, me parecen bien oportunas las lecturas de hoy para hacer este marco bíblico a ese mensaje que, este día domingo sin duda, se está proclamando en muchas catedrales de América Latina. Desde luego, los obispos -que todos han partido ya para sus sedes- estarán diciendo, más o menos, lo que yo quiero decirles ahora. Tomadas de la Sagrada Biblia esas lecturas tan preciosas y encarnándolas en la realidad de América Latina, son el marco bíblico del precioso mensaje que quiere ser un llamamiento de fe, de esperanza y de caridad, como comienza dicho mensaje.
La primera referencia que yo encuentro para una homilía, sería ésta:
Porque no quisiera que quedara un recuerdo triste de estas predicaciones. "Hay quienes -como decía Cristo-, tienen oídos y no oyen", pero me alegra que un pueblo haya comprendido y captado lo que aquí se quiere decir siempre. "No quiero predicar otra cosa -diré yo, como decía San Pablo- más que a Cristo y éste, crucificado". Este es el mensaje eterno de la Iglesia que ya lo anunciaba la primera lectura siete siglos antes de Cristo: Isaías, cuando habla: "No recordéis lo de antes, mirad que realizo algo nuevo". Iba anunciando la redención de los pecados que se iba a cumplir a lo largo de siete siglos en la plenitud de los tiempos: en Cristo. Es el Cristo que aparece hoy en el Evangelio con potestad para perdonar pecados y de orientar a los hombres por caminos verdadera liberación. Es el Cristo de San Pablo con el que vamos a cerrar la homilía final ya para digirnos al altar. Él es nuestro amén.
En Cristo expresamos nuestra confianza plena de Dios; así como Dios, a través de Cristo, es el sí de su amor para nosotros. Cristo, la palabra siempre nueva de la Iglesia:
1. Es una Palabra que se encarna en la historia (Mensaje de Puebla).
2. Es una Palabra que ilumina la historia (La teología de la historia).
3. Cristo, Palabra que es garantía de esperanza en nuestra historia.
Los hechos concretos, Dios no los desprecia. Querer predicar, sin referirse a la historia en que se predica, no es predicar el Evangelio. Muchos quisieran una predicación tan espiritualista que dejara conformes a los pecadores; que no les dijera idólatras a los que están de rodillas ante el dinero y ante el poder. Una predicación que no denuncia las realidades pecaminosas en las que se hace la reflexión evangélica, no es evangelio. Sobran aduladores, sobran falsos profetas; sobran, en tiempo conflictivos como los nuestros, quienes tienen su pluma pagada y su palabra vendida, pero no es esa la verdad. Me contaron que cuando sacaban mi valija de la aduana, antes de ayer, alguien dijo: "Ahí va la verdad". La frase breve me llena de optimismo porque en mi valija no traigo contrabando ni traigo mentira, traigo la verdad. He ido a aprender más la verdad. Y cuando un periodista me pregunta: "Dicen que después de Puebla va a cambiar su predicación, ¿qué piensa usted?". Le dije: La verdad no tiene por que cambiar, la verdad se dice siempre tal vez con más finura pero siempre contando con nuestras limitaciones. Es la palabra concreta de un hombre que tiene su estilo y su manera de ser, pero no es más que el instrumento de Dios, es en la historia concreta. Y las lecturas de hoy nos dan este ejemplo, queridos hermanos.
¿Qué es la primera lectura sino Isaías reflexionando en la realidad de su historia del momento?
- Eran los israelitas prisioneros y cautivos en el destierro de Babilonia. Y en ese hermoso capítulo dice que Dios va a dejar caer ya los cerrojos de todos los prisioneros y van a volver libres. Isaías canta este retorno e invita con un canto precioso: "No os acordéis de lo pasado, he aquí que hago nuevas cosas; ya están brotando". Bajo la figura de ríos que brotan del desierto quiere decir que hasta lo imposible puede hacer Dios cuando se pone en Él la confianza. Y habla de un retorno.
- La esperanza: la conciencia que los profetas alimentan. Les parecía a los israelitas en Babilonia que todo se había derrumbado, muchos perdieron la esperanza, pero había una conciencia en el resto de Israel. Siempre había una conciencia, era como "el resto de la esperanza". Y esa es la conciencia que los profetas alimentaron.
- Los tiempos históricos son diferentes, pero Dios siempre es el Dios vivo. Por eso, hermanos, la historia de Israel, que recordaba con nostalgia los tiempos cuando Dios los sacaba de Egipto y los conducía a través del desierto guiados por Moisés, era una historia de grandes ilusiones, pero decían: "ahora todo se ha derrumbado, otra vez en el cautiverio, ya no hay esperanzas". Isaías les dice: "Aquellos prodigios del pasado, olvídenlos, porque vendrán cosas mayores todavía". El Dios de la historia de Babilonia, no es el Dios de la historia de Egipto. Ya es otro capítulo, pero es siempre el Dios vivo. Es una reflexión comunitaria. Es hermoso ver un pueblo, como lo estoy viendo aquí en la Catedral y lo presiento a través de la radio, reflexionando en su esperanza. Es aquel Dios de Egipto, es aquel Dios de Babilonia, es aquel Dios de los primeros cristianos, es aquel Dios que cuando llegó a la plenitud: Cristo, también lo siente su pueblo.
Estos capítulos de San Marcos, los capítulos dos y tres, describen una lucha ideológica entre el Cristo que anuncia la salvación nueva, prefigurada ya en los tiempos de Isaías y garantizada en la curación de un paralítico como signo, como sacramento, de la verdadera salvación del pecado, y las prácticas religiosas de su tiempo. ¿Qué es más fácil: decirle a este paralítico: "Te son perdonados tus pecados", o decirle: "levántate y camina?" Como el perdón de los pecados no lo pueden mirar, Dios ha querido dejar el signo del enfermo: "levántate". Y para el Dios, que puede curar lo mismo que perdonar, quedaba un argumento en pie: el perdón. Es la salvación que Dios trae y aquel paralítico se sentía más feliz de su conciencia limpia que de sus miembros ya curados.
El mismo evangelio de San Marcos no fue escrito como una biografía de Cristo, fue escrito como una reflexión de la Iglesia a la que Pedro predicaba en Roma y Marcos, como secretario de Pedro, escribía. Por eso, el Papa actual, Juan Pablo II, cuando tomó posesión de su catedral de Letrán dice: "Es el obispo de Roma hoy, sucesor del obispo de Roma que vino de Galilea". Y quien comenta el evangelio de Pedro, escrito por San Marcos, descubre que no hay una relación casi ordenada, sino que hay, más bien, una aplicación de la vida y de la doctrina del salvador a los hechos concretos de aquella comunidad. Así es el evangelio: una reflexión concreta de una comunidad; de tal manera, hermanos -esto es hermoso pensar-, que la figura de Cristo no está escrita en ninguna biografía, está reflexionada en la Iglesia primitiva para transmitirla luego a la Iglesia universal.
Si hoy leemos los cuatro evangelios, no olvidemos que lo mismo estamos haciendo nosotros: reflexionando la vida y la presencia de Cristo en el mundo, eso hacían las primitivas comunidades, eso hacen hoy las Comunidades Eclesiales de Base, eso hace la homilía, cuando tienen la felicidad como ésta de la Catedral, de ser atendida y reflexionada con una atención que yo soy el primero en sentirme conmovido.
Estamos reflexionando la vida de una presencia divina entre nosotros y, por eso, los Evangelios reflejan no sólo el hecho que narran. Aquí por ejemplo, no sólo se refleja la curación del paralítico, sino que se refleja ya: cómo se reflexionaba esa curación del paralítico en una comunidad humana que se llamaba cristiana. De allí, que ciertas frases son posteriores al hecho. Cuando San Marcos dice: "Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad para perdonar pecados", esa frase, sin duda, Cristo no la dijo a sus enemigos los fariseos solamente, sino que se hacía reflexión eclesiástica en la comunidad que estaba reflexionando: cómo la enfermedad curada milagrosamente puede ser el signo de una presencia divina entre nosotros que perdona los pecados.
La Carta de San Pablo a los Corintios nos describe, también, una situación. Pablo no podía ir ya por segunda vez a Corinto, y les escribe su segunda carta, que es la que tiene más características de carta: familiar, sencilla: un poco desordenada, en que narra sus sentimientos y se defiende contra ciertas murmuraciones que se hacían en Corinto: "Dijo que iba a venir y ahora no viene, así es de informal". Y por eso contesta: "Mi predicación no es hoy 'sí' y mañana 'no', es siempre el 'sí' de Cristo".
O sea, hermanos, que en esa línea: del Dios de Egipto, de Babilonia, de los tiempos de Cristo, de los tiempos de los apóstoles, llegamos también nosotros: comunidad de hoy. Podemos recibir un mensaje que, desde Puebla -hecho concreto de nuestra historia latinoamericana donde nos acabamos de reunir con pastores de toda la América-, pueden decir los obispos a América: "Sobre nuestro continente, signado por la esperanza cristiana y sobrecargados de problemas, Dios derramó una inmensa Luz que resplandece en el rostro rejuvenecido de su Iglesia". Citan estas palabras de Medellín para decir después: que Puebla es también otro acto de la Iglesia y que quienes querían encontrar contradicción entre Medellín y Puebla, se olvidan que el mismo Dios de la historia inspiró hace diez años el Mensaje de Medellín es el que ahora en Puebla inspira el Mensaje de 1979.
Solidaridad de los obispos en Puebla. Es el mismo Dios de nuestra historia que en ese precioso mensaje, todavía más concreto de unos queridos hermanos, quisieron hacerse más solidarios con la diócesis de San Salvador. Y por mi medio les mandan decir esto: "A través de ti queremos dirigirnos a todo el pueblo de Dios que está en tu Arquidiócesis y a todos los pobres de tu país a quienes anuncias la buena noticia de Jesucristo en su situación concreta. Ellos son, como tú lo escribiste en tu Segunda Carta Pastoral, el Cuerpo de Cristo en la historia. Ellos han estado presentes aquí en Puebla -ustedes hermanos han estado presentes- a través de tu voz. Sabemos que se trata de un pueblo de gente digna y dignificada por el honor del trabajo con que penosamente mantienen su vida. Se trata de un pueblo contra cuya opresión y represión has dicho y seguirás diciendo cristianamente: "¡Basta ya!", "¡Así no puede ser!". Se trata de un pueblo que, sabiéndolo o no, es el siervo de Yahvé viviente y doliente hoy. Con su dolor, con la entrega de su vida por su dignidad, se va realizando una comunión que lleva en sí semillas de vida nueva para hoy y para mañana".
Esta es la historia y el Dios de nuestra historia. Y por eso, hermanos, al regresar de Puebla me he interesado en la realidad de nuestra historia concreta. ¡Qué historia más densa la de nuestro pueblo salvadoreño!.
No ha habido tiempo de profundizar en el conocimiento de estos días.
Leyendo nuestro semanario Orientación me doy cuenta que la Comisión de Derechos Humanos y Nuestro Socorro Jurídico han tomado el caso de Manuel Antonio Rodas, de 29 años, comerciante en pequeño, capturado en Usulután y llevado luego todo golpeado al Hospital de Usulután. Gracias a Dios está ya puesto bajo el tribunal, pero se teme, por él.
También, en el periódico de nuestra Arquidiócesis, encuentra el hecho de José Macario Miranda Mejía, que en la carretera que conduce a Zacatecoluca fue capturado por la Guardia Nacional. Su familia dice que él no tiene ninguna vinculación de color político. Era simplemente un peón que trabajaba en una construcción y al cual se le quiere complicar con una casa misteriosa que se dice se ha encontrado muy cerca.
Sobre las noticias laborales está informando el periódico de nuestra Arquidiócesis.
En San Miguel se ha vivido una semana de terror, después de las capturas y asesinatos del Profesor Oliverio Gómez y de José Leonardo Umanzor Guevara, este último empleado del Hospital San Juan de Dios. Se ha implantado una situación de miedo. Son numerosas las personas que relatan los indiscriminados cateos y capturas realizadas en operativos militares.
Me doy cuenta, también que el terror no ha cesado en Tecoluca. Aunque no son mis diócesis San Miguel ni San Vicente, un sentimiento humano y patriótico me lleva a sentir también como mío el dolor de estos ciudadanos que temen por la suerte de sus seres queridos.
Me gustó mucho ver la referencia del 12 de febrero de El Diario de Hoy, de quien criticaba esos cateos indiscriminados, porque muchos jóvenes son capturados injustificadamente y el trato que reciben en los cuerpos de seguridad hace que estos jóvenes comiencen a tener una imagen de la represión. Puede hacerse más mal que bien con estas situaciones de terror.
Me llamó mucho la atención el hallazgo de dos cadáveres a la orilla del Lago de Ilopango por estas circunstancias que dice el mismo periódico "El Mundo" del 15 de febrero: La juez dijo que ambos jóvenes fueron desnudados para registrar sus cuerpos a fin de establecer si presentaban alguna lesión. En el sitio donde fueron encontrados no hay vecinos inmediatos. Para sepultarlos fue necesario quitarles las esposas, con varias llaves de varios vigilantes y de agentes de la Guardia Nacional que estuvieron presentes en la diligencia. ¿Por qué coincidieron las llaves de la Guardia con las esposas de los cadáveres?.
Es doloroso, también, encontrar el cadáver de un estudiante en las playas de San Diego. El informe forense dice que no murió ahogado.
Pero me llena un poco de esperanza dos noticias que me encuentro en los periódicos de esta semana. Se ha pedido en la Asamblea Legislativa, ante la violencia desatada, interpelar al Ministro de Defensa: qué significa lo que pasó en El Despertar, así como otros casos concretos. Me parece que esto es llamar a la justicia. Que no queden tantos crímenes y atropellos impunes y que, aunque sean vestidos de militar, tienen obligación de rendir cuenta ante la justicia de lo que han hecho y sancionar debidamente si se trata de crímenes vulgares.
Así mismo, me gusta cuando el periódico anuncia medidas de carácter social que dio a conocer el Gobierno: anuncia que se van a repartir 37.561 manzanas de tierra por parte del ISTA, sobre todo cuando el Señor Presidente dice: "Quiero dejar bien claro que el enfoque que nosotros estamos dando al problema agrario no consiste en el simple reparto de tierras porque estamos conscientes de que no radican ahí las soluciones. Lo que nosotros ambicionamos es elevar la condición de vida de las familias del campo en una forma integral. Queremos mejorar a ese sector en sus condiciones humanas".
¡Bendito sea Dios! Esto es lo que la Iglesia pide. Y la Iglesia ofrece plenamente su colaboración desde sus perspectivas evangélicas, como nos dijo Juan Pablo, en Puebla, a los obispos: de dar siempre actualidad a la doctrina social de la Iglesia. No puede Ella resolver técnicamente los problemas, pero sí puede dar luz desde el Evangelio, sobre todo, para esa promoción humana comenzando por decir que: ojalá esos repartos de tierra no sean simplemente favoritismo a los partidarios de la política, sino que de veras sea justicia y verdadera promoción del campesino sin tener en cuenta colores políticos, que sea verdaderamente un reparto al hombre salvadoreño que es tan noble en nuestros campos.
Esta Iglesia que está haciendo reflexión de hoy tiene también sus hechos de alegrías íntimas. Aquí quiero narrar algo, además de la alegría que me dieron a mi regreso, hecho como el que voy a tener a las 12 del día en Talnique, donde la Madre Juanita va a hacer una promoción muy original de campesinos que debidamente preparados van a recibir de su obispo la autorización para llevar la comunión a sus cantones. Ojalá me estén escuchando allá, porque supe que había amenazas para esta reunión y hasta me decían que tal vez era más conveniente que no la hiciéramos, que podía suceder algo. ¿Por qué no lo vamos a hacer si la Iglesia es libre en promover sus ministros, sus servidores del pueblo?. No voy a hacer nada malo; e invito a quienes han denunciado esta ceremonia que asistan a ella hoy a las 12 del día en Talnique, y verán que se trata de un servicio noble de la Iglesia que quiere llevar el Pan de Vida a las comunidades donde el sacerdote difícilmente puede llegar. Yo felicito a la Madre Juanita y a sus catequistas por esta promoción que corresponde perfectamente a la renovación litúrgica y a la vida de nuestra Iglesia.
He tenido el gusto de saludar a la Superiora General de la Congregación de la Asunción, quien con su Consejo Central se encuentra entre nosotros y le he pedido referir la satisfacción de nuestra diócesis en el trabajo de las hermanas de la Asunción.
Tendré la felicidad de ver esta tarde a la superiora General de las Religiosas Belgas que trabajan entre nosotros y tendré la satisfacción de felicitar la labor de la Madre Chepita. Una religiosa que se ha entregado de vida y corazón a la comunidad de San Antonio Abad, donde han sucedido cosas tan trágicas en las cuales ella también se ha visto envuelta injustamente. Ella merece todo el apoyo de la Arquidiócesis, yo le suplico Madre General que nos la deje, que dejará huérfana a una Comunidad si se la lleva por otras conveniencias que no son evangélicas.
En nuestra comunidad hay fiesta en Tonacatepeque, porque se está celebrando el primer centenario de título de aquella ciudad. Yo di al P. Casares la representación del Arzobispo. Le suplico que la lleve ante esa fiesta del pueblo que merece las bendiciones del Señor; felicito, pues, a esa ciudad.
Me he encontrado al llegar muchas falsas interpretaciones de Puebla y de los discursos del Papa. Me alegro de haberles dicho antes de irme que apelaba al sentido de discernimiento y madurez que ustedes van adquiriendo, que no se crean todo lo que se lea en la prensa, o se vea en televisión, o se oiga por radio. Están muy manipulados los medios de comunicación, muy condicionados, y hasta un discurso del Papa y una reunión tan sincera como la de los obispos de Puebla, puede tergiversarse para hacerse como apoyo de las injusticias y de los desórdenes que ni el Papa ni Puebla pueden tolerar.
Por eso, al estarles comunicando en la realidad de nuestra Arquidiócesis el mensaje de la sagrada palabra de hoy, quiero recordar estas palabras con que los obispos desde Puebla, miran la realidad de América Latina. "Si dirigimos una mirada a nuestro mundo latinoamericano, ¿qué espectáculo contemplamos?. No es necesario profundizar el examen. La verdad es que va aumentando cada vez más la distancia entre "los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho".
Son palabras entre comillas que Puebla cita de documentos pontificios que define perfectamente nuestra realidad salvadoreña, y los obispos dijeron: es la realidad de Latinoamérica, va creciendo la distancia entre los muchos que tienen poco; y en El Salvador diríamos: entre los muchos que no tienen nada, y los pocos que lo tienen todo. Esto no es comunismo, es palabra de Puebla, es palabra de los Papas, es palabra que Juan Pablo dijo en Santo Domingo, y en Oaxaca, y en Monterrey, y en Guadalajara: Que un deber de la Iglesia actual es servir al hombre en sus derechos. Y entendemos por derechos, dijo en Santo Domingo: campesino que deben tener tierra; obreros a los que se les debe respetar su derecho de organización y se les debe de pagar salarios justos.
Cuando oímos al Papa palabras que aquí no se han publicado, hemos pensado: el Papa correría la misma suerte que el Arzobispo de San Salvador: que se le callara, se le silenciara, se le marginara, cuando toca ese deber de la Iglesia. Pero los obispos en Puebla nos han dado un tremendo respaldo al decir, pues, que es una realidad que denuncia que nuestro cristianismo tiene mucho que progresar todavía: "Los valores de nuestra cultura están amenazados. Se están violando los derechos fundamentales del hombre". Son las palabras del Mensaje de Puebla.
También, entre esas realidades, el Mensaje menciona: "El hombre exige, por los argumentos más evidentes, que las violencias físicas y morales, los abusos de poder, las manipulaciones del dinero, el abuso del sexo, la violación, en fin, de los preceptos del Señor, no sean practicados, porque todo aquello que afecta la dignidad del hombre, hiere, de algún modo, al mismo Dios".
Recordaron, también, en su mensaje los obispos a América Latina: "Nuestras preocupaciones pastorales por los miembros más humildes del cuerpo social, algunas de ellas impregnadas de humano realismo, no tienen -fíjense bien en esta frase del mensaje- ninguna intención de excluir de nuestro pensamiento y de nuestro corazón a los otros representantes del cuadro social en que vivimos -los ricos-. Por el contrario, son serias y oportunas advertencias para que las distancias -que se agrandan- no se agranden, los pecados no se multipliquen y el Espíritu de Dios no se aparte de la familia latinoamericana".
Y porque creemos que la revisión del comportamiento religioso y moral de los hombres debe reflejarse en el ámbito del proceso político y económico de nuestros países -miren cómo la Iglesia en Puebla obliga a la evangelización de América Latina a reflejarse en el proceso político y económico-, invitamos a todos, sin distinción de clases a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo: "Todo lo que hiciereis a uno de mis hermanos, por humildes que sean, es como si a mí mismo se hiciera".
Aquí tienen la mejor respuesta dada por un documento colegiado en Puebla, para todos aquellos que cuando decimos la opción preferencial por los pobres no quiere decir exclusión de los ricos, sino que quiere decir: llamamiento también a los ricos para sentir como suyos el problema de los pobres, y para estudiar, junto con el Gobierno en un diálogo, con los técnicos, con los que pueden resolver este callejón sin salida de El Salvador. Tienen obligación de estudiar y poner todos los medios a su alcance como si se tratara de resolver su propio problema. No se resuelve el problema con mandar los capitales al extranjero; es necesario ponerlos a funcionar en un verdadero sentido social, como el Papa dijo en una frase tan bella: "No se olvide la propiedad privada que está gravada con una tremenda hipoteca social". Es aquí, pues, como el Mensaje de Puebla es la historia de nuestros pueblos.
Esa historia necesita una teología. Es la teología de la historia que hasta en los hechos triviales y concretos -hasta en los hechos criminales- encuentra algo de Dios.
El segundo pensamiento, después de esta realidad- que las lecturas bíblicas de hoy y el Mensaje Episcopal de Puebla tienen para nosotros esta mañana, es una reflexión teológica. La teología de la historia es una ciencia que hoy va abriéndose mucho campo desde que Juan Pablo II dijo: "Hay que mirar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio".
Dios habla desde la historia, Dios reclama desde lo bueno y bello que hay dentro de los hombres, como también reclama ante lo feo y lo malo que hay en las sociedades y en los hombres.
¿Qué encontramos en las lecturas bíblicas de hoy?. La primera lectura, donde Dios nos invita no sólo a gloriarnos de las alegrías del pasado, sino a confiar en que Él es capaz de hacer cosas nuevas, nos dice que Dios no se repite. ¡Es maravilloso esto!, saber que: ¿qué cosa nueva nos tiene Dios a nuestra historia de El Salvador?. ¡Creamos!, porque Dios lo ha dicho, creamos como creyeron al profeta cuando a los cautivos de Babilonia les anunciaba una libertad que no parecía llegar y llegó porque Dios no es mentiroso.
Y Dios llega en la primera lectura de hoy también a denunciar un pecado. Es tremendo el diálogo de la primera lectura donde Dios dice, por medio del profeta Isaías, al pueblo de Israel: "Me están agobiando con sus pecados, me están convirtiendo en siervo de ustedes, porque quieren que Yo haga su voluntad y no ustedes la mía. Por eso yo los llamo a juicio".
Pero el amor de Dios es más fuerte que la ingratitud de su pueblo. Y es un juicio, un tribunal el que hoy se levanta en la primera lectura, donde Dios juzga a su pueblo para decirle: "No os saldría justificado en un juicio en que sólo prevaleciera la justicia. Si yo te perdono, es porque miro mi buena voluntad y mi amor. Por mi amor te perdono". Esto es para abrirnos la confianza.
Hoy, aquí en El Salvador, Dios sigue siendo rechazado por los hombres, pero Él continúa declarándonos su amor.
¡Señor, nuestra sociedad salvadoreña ha cometido muchos pecados, te ha querido hacer siervo; ha querido hacer de tu Iglesia la vilipendiada!. Cuando he regresado de Puebla, me he dado cuenta de tantos ultrajes que si fuera yo más sensible a esas cosas, diría: ¡Qué ingratitud, les estoy predicando la liberación de Dios y me contestan con esos campos pagados, con esos anuncios tan ofensivos, con esos comentarios tan groseros!. No importa, porque el mismo Dios se queja ante su pueblo: Me están agobiando, pero sepan que los perdono -dice Dios- por amor a mí mismo; porque es tan noble mi causa, mi salvación que anuncio y predico, que no vale la pena fijarse en las basuras que quedan en la calle cuando hay por delante toda una historia...
¿Qué otras cosas encontramos en las lecturas de hoy? Aquí estamos en el meollo precioso del Evangelio. Cuando esta reflexión del milagro del paralítico se hace reflexión en la Comunidad, en los labios de Cristo aparece una frase: "He visto vuestra fe, tus pecados te son perdonados".
El mensaje de Puebla es un llamado a la fe y conversión. Aquí podíamos resumir también el mensaje de los obispos de América Latina: Fe y conversión. Dios necesita que los hombres se conviertan y por eso cuando hemos predicado a pobres y ricos, no es porque alcahueteemos los pecados de los pobres y no tengamos en cuenta las virtudes de los ricos. Unos y otros tienen pecados, unos y otros necesitan conversión: pero el pobre, en su situación de indigencia, es más propenso a la conversión, siente más la necesidad de Dios y, por eso, todos, si de veras queremos aprender el sentido de conversión y de fe, de confianza en el otro, es necesario hacerse pobre o, por lo menos, tomar como causa íntima nuestra causa de los pobres. Cuando tiene alma de pobre, cuando sabe que de nada sirven los capitales, y la política, y el poder, sin Dios no somos nada. Y el sentir esta necesidad de Dios es la fe y es la conversión.
De esta conversión hablamos muy preciosamente, desde Puebla para América Latina, en algo que nosotros mismos, los Pastores, nos acusamos. Dice el mensaje: "Queremos no solamente convertir a los demás, sino también convertirnos juntamente con los otros, de tal modo que nuestras Diócesis, parroquias, instituciones, comunidades, congregaciones religiosas, no sean obstáculo sino, por el contrario, un incentivo para vivir el Evangelio. Por todas nuestras faltas y limitaciones, pedimos perdón, también nosotros Pastores, a Dios y a nuestros hermanos en la fe y en la humanidad".
Crean que lo pronuncio con toda sinceridad. Hermanos: ¡el que denuncia, tiene que estar dispuesto a ser denunciado! Y desde el principio, he dicho que acepto con gusto las críticas cuando son constructivas y tratan de hacerme mejor de lo poco que puedo ser. Y, en verdad, pido perdón a todos aquellos a quienes el mensaje no se los haya sabido traducir debidamente, pero sepan: que no hay ni orgullo ni mala voluntad, ni tergiversación de lo que el Evangelio me manda a predicar a esta Arquidiócesis que se me ha encomendado.
Esta necesidad de conversión, que la vive el Pastor y la predica como una necesidad personal de él y de todos los que quieren hacer con él hacer la Iglesia auténtica de Jesucristo, es el centro de nuestro mensaje de la palabra de Dios desde que Cristo apareció en la historia, desde que lo anunciaron los profetas y a través de las acciones eclesiales, como la que acabamos de vivir en Puebla. No puede ser otra la palabra de la Iglesia, ni otra la actitud de los pastores auténticos. No somos Dios, somos hombres frágiles, limitados, y tenemos necesidad también de convertirnos. Créanme, hermanos, que yo quisiera ir adelante de toda esa procesión de conversión que nuestra diócesis está realizando. A mí me llena el corazón cuando oí en México a gente salvadoreña que vive allá, pero interesada de la historia de su pueblo, cómo están teniendo más confianza, más amor en la fe del Evangelio, en la Iglesia que aquí se predica. Por eso, no puedo cambiar, sino buscar más íntimamente mi adhesión al evangelio y puedo perfectamente llamar a todos: ¡Convirtámonos para que Cristo mire nuestra fe y se apiade de nosotros!.
Es una conversión a la cual llama nuestra historia en hechos que se dicen hasta con palabras que parecen violentas, pero que son el lenguaje de la Iglesia cuando llama a los pecadores al perdón. Cuando dicen, por ejemplo, los Obispos de Puebla: "La civilización que nosotros queremos, es la civilización del amor". Y hay un largo comentarios a esa frase que es también, como el centro de nuestro Mensaje a los hombres de América Latina: "Seamos todos constructores de una civilización del Amor". La frase es de Pablo VI ¡tan genial en sus frases!.
Civilización del amor ¿qué es? Civilización del amor quiere decir: tomar en serio el mandato de Cristo: "En estos conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis como yo os he amado".
"La civilización del amor repele la sujeción y la dependencia, perjudicial a la dignidad de América Latina". Miren como la Iglesia, santa en su afán de convertirse, diríamos que es hasta altanera en proclamar la dignidad del hombre porque sabe que es un tesoro que no es suyo, sino que es la imagen de Dios que Ella tiene que defender. "No aceptamos -dijimos en Puebla los Obispos- la condición de satélites de ningún país del mundo, ni tampoco de sus ideologías propias. Queremos vivir fraternalmente con todos, porque repudiamos los nacionalismos estrechos e irreductibles. Ya es tiempo de que América Latina advierta a los países desarrollados que no nos inmovilicen, que no obstaculicen nuestro progreso, que no nos exploten sino, al contrario, nos ayuden con magnanimidad, a vencer las barreras de nuestro subdesarrollo, respetando nuestra cultura, nuestros principios, nuestra soberanía, nuestra identidad, nuestros recursos naturales".
Éste es el espíritu de la Iglesia. Cuando se nos denuncia que andamos difamando a la patria por otros países, se olvidan que lo que hacemos es reflejar la realidad de nuestra patria, precisamente para que se respeten estos valores de nuestra gente y de nuestro pueblo. En ese espíritu creceremos juntos como hermanos, miembros de la misma familia universal. También, cuando decimos la Civilización del Amor, queremos anunciar que el amor: "...repudia la violencia, el egoísmo, el derroche, la explotación y los desatinos morales".
Y para aquellos que ya no creen en el amor y que han puesto su confianza en la violencia, en el terrorismo y que la Iglesia no los puede acompañar por esos caminos, los obispos desde Puebla, hacen un llamamiento: "A primera vista -la civilización del amor-, parece una expresión sin la energía necesaria para enfrentar los graves problemas de nuestra época. Sin embargo, os aseguramos: no existe palabra más fuerte que ella en el diccionario cristiano. Se confunde con la propia fuerza de Cristo. Si no creemos en el amor, tampoco creemos en aquel que dice: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado".
La civilización del Amor propone a todos la riqueza evangélica de la reconciliación nacional e internacional. No existe gesto más sublime que el perdón. Quien no sabe perdonar no será perdonado.
Éste es el llamamiento de la Iglesia desde Puebla: a construir entre todos una civilización del amor, a hacer de nuestra historia, vista con un sentido evangélico, un impuso para que nada nos apague ni nos quite el brillo de nuestro optimismo.
Hermanos, como los profetas anunciando a los cautivos de Babilonia horas de alegría y de libertad, puede parecer como una burla la palabra de la Iglesia llamando al amor, a la reconciliación, al perdón, mientras otros creen más en la violencia, en el secuestro, en el terrorismo. La Iglesia no caminará nunca por esos caminos y todo lo que en este sentido se diga, es falso, es calumnia que viene a ennoblecer más la aureola de nuestra persecución en la Iglesia.
Por eso, termino con este pensamiento que es el pensamiento de la Palabra de Dios hoy: Cristo y el espíritu de Dios infundido en su pueblo cristiano, es la garantía de nuestra esperanza. Decíamos que íbamos a poner un broche en nuestras reflexiones con la segunda carta de San Pablo. San Pablo sufría algo así como los apóstoles: críticas, como Cristo sufrió también. Este capítulo en que nos cuenta la curación del paralítico, forma parte de los capítulos 2 y 3 de San Marcos que es una exposición de la lucha ideológica entre Cristo y los fariseos y que va a terminar en el capítulo 3 versículo 6, donde ya el desenlace se anuncia con esta frase: "Los fariseos se confabularon con los herodianos contra Él, para ver cómo eliminarlo". Si alguien corrió el riesgo de un atentado, fue Cristo, y, sin embargo, fue fiel hasta poder decir clavado en la cruz: "Todo se ha cumplido". Para Cristo, también hubo atentado, hubieron, también, tentaciones de eliminarlo; y no sólo fueron tentaciones, sino que lo llevaron a cabo.
- Cristo: el "sí" de las promesas de Dios. Para San Pablo también debió ser una hora difícil cuando se burlaban de él en Corinto: de que su lenguaje era informal: "Hoy "sí" y mañana "no", anunciamos a Cristo que es el eterno "sí" de Dios". ¡Qué hermoso nombre para Cristo: el sí de las promesas de Dios! El Sí en que Dios, que ha prometido cosas tan inauditas como una salvación nueva, un perdón de los pecados, un llamamiento de todos los pueblos a formar un solo pueblo, un solo amor, no se arrepiente de sus promesas, sino que en Cristo las cumple aun cuando ese Hijo de sus amores sea llevado a ser clavado en una cruz. Si es condición necesaria para el cumplimiento de las promesas de Dios, Cristo muere crucificado.
- El sí del hombre a Dios. El sacrificio es la rúbrica de las grandes promesas de Dios y, por eso, dice San Pablo: "Así como también, los hombres que tratan de ser fieles a Dios, le dicen Amén". Revaloremos esta mañana, queridos hermanos, esa palabra tan usada y que tal vez de tan usada ya no tiene sentido para nosotros, pero cuando en nuestra liturgia decimos "amén", nosotros estamos haciendo un acto de fe, lo más hermoso que es decir: sí. Es el sí del hombre a Dios a través de Cristo.
- Cristo es el amén de la humanidad a Dios. En Cristo se hacen amén las esperanzas de todos los pueblos, de todos los hombres, porque en Cristo se hacen sí las promesas de Dios. En Cristo es la zona donde el hombre necesitado, los pueblos pecadores, las sociedades como ennegrecidas, sin esperanza, miran la esperanza de un Dios que todavía nos ama porque esa definición de San Pablo: Cristo sigue siendo el sí, en una construcción gramatical griega, es un tiempo que en nuestro castellano no existe; en que lo que sucedió, sigue siendo realidad para todos los siglos, Cristo vive, y vive en su Iglesia y vive en América Latina.
-Contribución de los Obispos a América Latina. Y por eso, el Mensaje de los Obispos, también, tomando esta actitud de San Pablo hoy: con toda su confianza que está en Cristo, quieren despertar en los hombres la misma esperanza.
Dicen, "Nuestra contribución... ¿qué tenemos para ofreceros en medio de las graves y complejas cuestiones de nuestra época?. -Muchas veces me lo han preguntado aquí en El Salvador: ¿Qué podemos hacer?. ¿No hay salida para la situación de El Salvador?. Y yo, lleno de esperanza y de fe, no sólo una fe divina sino una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: sí hay salida, pero ¡que no se cierren esas salidas!. ¿Cuáles son esas salidas?. Y los obispos de Puebla dijimos-: ¿De qué manera podemos colaborar al bienestar de nuestros pueblos latinoamericanos cuando algunos persisten en mantener sus privilegios a cualquier precio y otros se sienten abatidos, mientras que los demás promueven gestiones para su sobrevivencia y la clara afirmación de sus derechos?". Esto es grave, hermanos, como que los corazones se endurecen a defender únicamente posiciones egoístas.
- Levantaos y andad. Pero la Iglesia tiene su contribución: "¿Qué tenemos que ofreceros?. Como Pedro, ante la súplica dirigida a las puertas del Templo, os decimos al considerar la magnitud de los desafíos estructurales de nuestra realidad Era un paralítico, también, que a las puertas del templo de Jerusalén pedía limosna y cuando pasaba Pedro con Juan a orar, el pobre mendigo se les quedó viendo y como que le iban a dar limosna. Pero, entonces, Pedro pronuncia estas palabras: "No tenemos oro ni plata que daros", -y esto decimos también los obispos-. "No tenemos oro ni plata para daros, pero os damos lo que tenemos: en nombre de Jesús de Nazaret, levantaos y andad".
- Cristo es nuestra riqueza. "Aquí -dice el Mensaje- la pobreza de Pedro se hace riqueza y la riqueza de Pedro se llama Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, siempre presente, por su Espíritu Divino, en el Colegio Apostólico y en las comunidades que se han formado bajo su dirección".
Y recordamos aquí unas palabras de Juan Pablo II, en su misa inaugural como Sumo Pontífice, cuando en la Plaza de San Pedro exclamó: no temáis, abrid de par en par las puertas a Jesucristo. Abrid a su poder salvador las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo". Esto es lo que nosotros podemos aportar.
Ya recordamos una vez más este mensaje, que no es tarea de la Iglesia dar soluciones técnicas. Por eso la Iglesia tampoco se puede identificar con ninguna solución política. Los políticos, que estudien las soluciones políticas; los sociólogos que estudien las soluciones sociológicas; los economistas tienen materia donde estudiar en El Salvador soluciones economistas; la Iglesia solamente aporta un valor: la esperanza en los hombres. Decirles a los políticos, al técnico, al sociólogo, a todos los ricos y a todos los que tienen en sus manos las llaves de la solución: no desesperen, abran los campos a la doctrina de Cristo; la Iglesia no busca ninguna hegemonía, la Iglesia busca sólo servir, inspirar. ¡Ténganla en cuenta!.
Por eso pedimos perdón por si acaso no nos tienen en cuenta, porque nuestra mediación humana ha sido defectuosa. Pero no se fijen en nosotros, busquen a Cristo al que, ustedes y nosotros, tenemos que buscar como esperanza, en su doctrina.
Por eso San Pablo termina su lectura, hoy, diciéndonos: "En el Espíritu que Dios nos ha dado nos ha ungido, nos ha sellado, nos ha dignificado, nos ha hecho capaces de tener pensamientos de Dios, nos ha dado la gran dignidad de llamar Padre". Y un padre no se complace de ver perecer a su hijo.
Ésta es la gran esperanza que la Iglesia alienta y que en este Domingo en que las lecturas bíblicas han sido un marco para presentarlas a ustedes en nombre de todos los obispos de Puebla, un llamamiento a la esperanza, vamos ya a acercarnos a esta Vida que desde el altar nos da el testimonio de un amor imperecedero. Aquel eterno amén de los hombres y eterno sí de Dios, vive en nuestros altares. Es alma de nuestra Iglesia, vive en nuestro pueblo.
En el mensaje hay un pasaje donde se dice: "La riqueza de los hombres y de las mujeres en América Latina es su esperanza y su fe cristiana". ¡No lo malgastemos! que en algo puede servir esta palabra, sea para esto, hermanos. No tengo pretensiones de otra cosa. Y esto sería mi más grande orgullo: que ese tesoro que venimos heredando de la evangelización de los siglos pasados no se nos anquilose, no se nos paralice, no se haga inválido. ¡No perdamos la esperanza en nuestra Iglesia! La Iglesia es un organismo vivo, son ustedes bautizados, los ungidos por el Espíritu de Dios.
Ustedes, los cristianos políticos; ustedes, los que tienen capitales y son cristianos; ustedes: los sociólogos, los técnicos, los profesionales; ustedes tienen la llave de la solución; pero la Iglesia les da lo que no pueden tener ustedes: la esperanza, el optimismo para luchar, la alegría de saber que hay solución, de que Dios es nuestro Padre y nos va impulsado. Porque así como para curar al paralítico necesitó hombres que lo subieran al techo y lo pusieran frente a Cristo, también Cristo y Dios podrán hacer, ellos solos, la salvación de nuestro pueblo; pero quieren, también, tener camilleros, hombres que le ayuden a llevar a este paralítico que aquí se llama la república, la sociedad, para que lo pongamos: con manos de hombre, con soluciones de hombre, con pensamientos de hombre, frente a Cristo que es el único que puede decir: "He visto tu fe, levántate y camina". Y yo creo que ¡nuestro pueblo se levantará y caminará!
Creemos en un solo Dios.....
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