LA INTERIORIDAD

DECIMOQUINTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO


10 de Julio de 1977

Deuteronomio 30, 10-14
Colosenses 1, 15-20
Lucas 10, 25-37

 

Queridos hermanos, estimados radioyentes:

Hoy la palabra de Dios nos invita a la interioridad. Es como si Cristo nos dijera a todos los que vamos a hacer esta reflexión: "El Reino de Dios está dentro de vosotros". Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problemas, porque si de veras nos asomáramos a nuestra propia intimidad y comprendiéramos que la voz del Señor, la ley que nos santifica, no está, así como nos acaba de explicar la primera lectura, allá en las alturas del cielo; y entonces preguntaríamos: "¿Quién podrá subir hasta el cielo, y nos traerá y nos proclamará lo que Dios quiere?" O fuera una ley que estuviera al otro lado del mar, y diríamos: "¿Quién de nosotros cruzará el mar, y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?".
 

CONVERTIRSE POR DENTRO

¿Así andamos buscando cómo se mejorará nuestra República? ¿Cómo habrá más entendimiento entre los salvadoreños? Como que si estuviéramos esperando algo que nos venga de fuera, y le echamos la culpa al Gobierno, a las riquezas, a las cosas. Pero, ¿de qué serviría, nos dicen los documentos de la Iglesia, cambiar todas las estructuras sociales, políticas, económicas, si no cambia el corazón de los que han de vivir y manejar esas estructuras? Mientras los que se preocupan de los problemas no entren dentro de sí y desde su propio corazón escuchen lo que nos dice la palabra divina hoy: "Conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda tu alma". O mejor, si no escuchamos la palabra de Cristo, que nos dice más terminantemente ante el doctor de la ley que le pregunta cuál es el principal mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser". El hombre no es grande mientras no se mire por dentro.

El Concilio, que inició para el mundo moderno desde el corazón de la Iglesia, un humanismo nuevo, un humanismo cristiano, nos llega a decir que desde su propia interioridad, el hombre comprende que su vocación más alta es su intimidad con Dios y que en el corazón de cada hombre, hay como una pequeña celda íntima, donde Dios baja a platicar a solas con el hombre. Y es allí donde el hombre define, decide, su propio destino, su propio papel en el mundo. Si cada hombre de los que estamos tan emproblemados en este momento entráramos a esta pequeña celda, y desde allí, escucháramos la voz del Señor, que nos habla en nuestra propia conciencia, cuánto podríamos hacer cada uno de nosotros por mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que vivimos. Y si todos los salvadoreños, este domingo en que la palabra de Dios es la palabra del amor, tomáramos la resolución, de veras, de vivir el principal de los mandamientos y le diéramos a la intimidad de nuestro ser, su propia razón de ser, yo les aseguro, hermanos, que este domingo marcaría el cambio total y no habría necesidad de esperar desde fuera, porque cada uno está aportando desde su propio interior, lo que la patria y el mundo necesitan. Porque el mundo, la historia, no se va a construir sin nosotros. Somos partícipes de la construcción de la historia y en eso está evolucionando actualmente la humanidad.
 

PARTICIPAR PARA EL BIEN COMUN

Por eso, uno de los signos de los tiempos actuales es este sentido de participación, ese derecho que cada hombre tiene a participar en la construcción de su propio bien común. Por eso, una de las conculcaciones más peligrosas de la hora actual es la represión, es el decir: sólo nosotros podemos gobernar, los otros no, hay que apartarlos. Cada hombre puede aportar mucho de bien, y se logra entonces la confianza. No es alejando como se construye el bien común. No es expulsando a los que no me convienen como voy a enriquecer el bien de mi patria. Es tratando de ganar todo lo bueno que hay en cada hombre, es tratando de extraer en un ambiente de confianza, con una fuerza que no es una fuerza física -como quien trata con seres irracionales- sino una fuerza moral que atrae de todos los hombres, sobre todo de los jóvenes inquietos, el bien, para que aportando cada uno su propia interioridad, su propia responsabilidad, su propio modo de ser, levante esa hermosa pirámide que se llama el bien común, el bien que hacemos entre todos y que crea condiciones de bondad, de confianza, de libertad, de paz, para que todos construyamos lo que la República, la cosa pública, lo que es de todos y a lo que todos tenemos obligación de construir.

¿Cuál es la esencia de ese hombre salvadoreño, o de cualquier parte del mundo, pero que Dios ha creado precisamente para hacer feliz al mundo? Es hermoso el pasaje de la segunda lectura, donde San Pablo nos invita a mirar desde Cristo una perspectiva cósmica. "Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatura. Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes, terrestres, visibles e invisibles. Él es anterior a todo. Todo fue creado por él y para él".
 

CRISTO EL RESUMEN DE TODO

Hermanos, qué hermosa es la perspectiva cristiana. Cristo es el hombre-Dios y en cuanto hombre, vemos que en el hombre es capaz de amarse mucho, y en cuanto Dios sabemos que él es el principio y el fin de todas las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da las cosas. Cristo, pues, como hombre y como Dios, nos da la síntesis, el resumen acabado de todo cuanto existe. Sólo en él puede haber felicidad, prosperidad, amor, libertad, paz. Si se elimina a Cristo -dijo el Concilio- es suicidarse. Y lo decía a los gobernantes, porque el que desprecia a Cristo y lo que representa a Cristo en el mundo, que es su Iglesia, porque él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, y el que desprecia a esa cabeza y a ese cuerpo, se suicida, porque pierde la visión universal de las cosas y pierde el sentido de ver al hombre: y ya en el hombre no mira más que a un rival, un estorbo, una fiera y la trata a palos, brutalmente. Pero, si en cada hombre, como cuando el Papa decía al terminar el Concilio: Que este Concilio nos ha enseñado a mirar a Cristo y desde Cristo a cada hombre, y entonces miramos en el rostro de cada hombre, tanto más transparente y bello -cuanto más lo purifica el dolor, la pobreza, la angustia, el sufrimiento- el rostro de Cristo, que también es el rostro de un hombre sufrido, el rostro de un crucificado, el rostro de un pobre, el rostro, de un santo. Y en el rostro de cada hombre, aprendemos a ver el rostro de Cristo. Y amamos a cada hombre, con aquel criterio con que él nos va a juzgar al final del tiempo. "Tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber". Y cuando, asustados, los hombres le pregunten: "¿Cuándo, Señor te hemos visto en la tierra y te hemos socorrido?" Les dirá: "Todo lo que hicisteis con uno de estos pobrecitos míos, conmigo lo hicisteis". Será la sorpresa tremenda, hermanos, de que muchos buenos samaritanos, aún sin tener fe en Cristo, aun sin llamarse católicos y persiguiendo a la Iglesia, se encontrarán en aquel juicio final que se salvarán; mientras que muchos cristianos serán echados afuera, porque no cumplieron con esta ley del amor, de la misericordia.

¿Qué es lo que hace grande el rostro y la situación del hombre? Es precisamente esta visión de fe: mirar en cada hombre el rostro de Cristo, y entonces, el Señor nos puede decir la hermosa parábola del samaritano. Para mí, sacerdote, es una llamada tremenda de atención. Yo que estoy en el cumplimiento de la palabra de Dios, denunciando todo aquello que no es conforme a la palabra de Dios, me miro a mí mismo en el levita, en el sacerdote, que pasaron de lejos junto al herido y no le hicieron caso. El que denuncia debe estar también dispuesto a ser denunciado. Y yo les he dicho mil veces a ustedes, queridos hermanos, que cuando haya en nuestra actitud sacerdotal algo indigno de este amor que debe inspirar al predicador de la palabra de Dios, nos denuncien, pero con amor también, con caridad. No vayan a cometer el mismo pecado que ustedes denuncian: decirle al sacerdote que es marxista, que es tercermundista, que es escandaloso. Si se hace con caridad y se le corrige, se gana un alma para Dios. Y es un deber de los cristianos hacer. Pero, si se hace con esa saña con que se escriben muchos campos pagados y aun hasta con amenazas de muerte, esto no es defender la verdad ni el amor. Esto es el egoísmo más craso, y están pecando más gravemente que las deficiencias que puedan encontrar en nosotros, predicadores de la palabra de Dios, que, como humanos, estamos expuestos también a cometer errores. Pero si los cometemos, no es con la saña, con ese espíritu criminal de amenazar de muerte al predicador.

Convirtámonos de corazón. Nosotros sacerdotes tenemos que convertirnos también, y la parábola del samaritano es un toque de Cristo bien directo a la gente de Iglesia, no sólo a los sacerdotes. Pensemos aquí también, queridos religiosos, queridas religiosas, movimientos cristianos matrimonios cristianos todos ustedes que vienen a misa los domingos, todos tenemos que examinar nuestra conciencia a la luz de esta sincera parábola del Buen Samaritano. No nos complacemos en denunciar los pecados y las deficiencias del mundo pecador. Tenemos que partir, como comienza la misa, golpeándonos el pecho para reconocer nuestras propias culpas, porque es desde un arranque de sinceridad y de amor, desde donde debe de comenzar el amor al prójimo y el conocimiento de nosotros mismos.
 

EL HOMBRE, CORAZON DE LA CREACION

¿Pero qué tiene el hombre para que le tengamos tanto respeto? Hermanos, yo quisiera que recordáramos hoy esta página de San Pablo, para vivirla, pensando en nosotros mismos. Si se dice que por la palabra eterna de Dios fueron creadas todas las cosas y son creadas para él, una de esas creaturas soy yo, es cada uno de ustedes. Hemos sido creados por Dios y lo que no hizo en las otras cosas, lo hizo conmigo, con ustedes. El santuario íntimo de la creación es el hombre. Porque en ninguna otra cosa puso Dios tanto de sí mismo como en el corazón de un hombre, de una mujer, de un niño, de un anciano, de un joven.

¿Qué es esa originalidad del hombre en medio de la creación? Ser libre, ser inteligente; pero, sobre todo, esa inmensa capacidad de amar. La Ley de Dios es el amor; y por eso, el escritor del Antiguo Testamento nos dice: No tienes que irlo a buscar al otro lado del mar ni en las alturas del cielo; en tu propio corazón está el Reino de Dios. Sientes que amas, pero no de cualquier manera. Ama con ese amor que ha hecho santos a los santos. Qué felicidad sintiera, hermanos, si como fruto de esta palabra que yo les estoy transmitiendo de parte de Dios, despertara en la intimidad de cada corazón que me escucha, la inquietud de hacer florecer más esa capacidad de amor que lleva, ese respeto a su propia dignidad; y desde su propia dignidad y su propio amor, respetar la dignidad de los otros, amar a los otros, porque somos en esta capacidad de amar. No somos nosotros, lo hemos recibido de Dios. Así se llama en la Biblia esa donación de una familia o unos amigos íntimos, en aquel bocado, en aquella compartición de la felicidad de comer, se están dando a sí mismos. Dios nos hace ese "ágape", nos da su amor, para que nosotros también, desde nuestro corazón, demos hacia Dios y hacia el prójimo también como una invitación a cenar, un ágape, en que nos sentimos felices porque compartimos con Dios y con todos los hombres, sin excepción, esta inmensa capacidad de amar.

Amamos, porque somos el corazón de la creación. Ni la estrella, ni la flor, ni el pájaro, ni la aurora, ni el mar, ni el paisaje, tiene lo que tiene un hombre: capacidad de amar. Él le da sentido a la aurora y al pájaro y a la flor; porque es el hombre con capacidad de amar el que corta una flor y le da su sentido de amor para entregarla a un ser querido. Es el que le da sentido al concierto de los pájaros y de las auroras, para elevarse a Dios y decirle: "¡Qué bellas son tus obras, Señor, qué digno eres de alabanza!".

Por eso, cuando el hombre no ama, cuando el hombre no usa esa capacidad de corazón que Dios le ha dado en medio de la creación, ya es un réprobo. Y el infierno comienza, cuando se comienza a odiar. Una de las cartas más bonitas que me llegan, entre las muchas de estos momentos, es la de una persona que me dice: "Le doy gracias porque mi corazón era un infierno de odio. Yo no miraba más que maldad por todas partes y en nadie tenía confianza; pero cuando he comenzado a reflexionar en lo bueno que es Dios, en la necesidad de perdonar que usted nos predica, siento que me voy transformando y me voy sintiendo más feliz".

Yo sé, hermanos, que esta palabra está llegando a muchos corazones que son infierno, corazones que odian. Los que escribieron esa amenaza contra los jesuitas son plumas de infierno. Los que han matado a nuestros queridos sacerdotes son almas infernales mientras odiaban y mataban. Los que no pueden ver a la Iglesia sin sentir el rencor, el resentimiento, son corazones que están ganados por Satanás. Satanás es el odio, la envidia, el mal. Hay muchos corazones, me da lástima pensar que todavía tienen el tiempo de llenarse de amor, arrepentirse y volverse a Dios, deponer sus armas, sus actitudes belicosas. Todo aquel que tortura a otro hombre es infierno. Todo aquel que desprecia la dignidad humana y la conculca está inspirado por Satanás, no es el amor.
 

EL AMOR TRANSFORMA AL MUNDO

El amor es lo único que puede transformar al mundo. Por eso decíamos, el domingo pasado, que si de verdad en el gobierno hay ansia de paz, tiene que ir a las raíces de la paz: justicia y amor. Un amor que nos haga perdonarnos, que nos haga botar las armas para darnos el abrazo de hermanos. Un amor que nos haga levantarnos hacia Dios y decirle: Gracias Padre porque me diste capacidad de amar; no quiero perderla en una sofocación de infierno; que deponga estos odios, esta envidia, esta mala voluntad. Y entonces decía Pablo VI cuando miramos al hombre con amor, ya hemos llegado a los linderos de Dios; porque ese hombre que amamos y respetamos es imagen de Dios. Y entonces, no cuesta cumplir el primero de los mandamientos: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente con toda tu alma con todo tu ser. Tanto es así, hermanos, que nuestra ocupación en la eternidad será esa: amar glorificar, ser felices con Dios nuestro Señor.

Y por eso, ya en esta tierra, no hay alegría más grande ni ocupación más noble que la de los santos que trabajan con el corazón puesto en Dios. No quiere decir esto una beatería que sólo piensa en Dios y no piensa en los deberes de la tierra. Si en la parábola del Buen Samaritano tenemos la condenación de todo aquel que piensa honrar a Dios y se olvida del prójimo; ni el sacerdote, ni el levita ni ningún hombre, que por ir a misa, por ir a adorar a Dios, por estar pensando en Dios, se olvida de las necesidades del prójimo. Y éste es uno de los movimientos que la Iglesia actual está impulsando; y muchos, cuando se habla del hombre, están pensando que ya la Iglesia se apartó de su destino eterno. El Papa, al clausurarse el Concilio Vaticano II, desmintió esta acusación. Si nos inclinamos al hombre necesitado, angustiado, en su pobreza, en su miseria, es porque el corazón está puesto en Dios.

Y en la medida en que cumplimos nuestro deber, nos ganamos la vida en el trabajo que tenemos, con el sueldo que se nos da, de cualquier manera; pero no lo hagamos por el sueldo, no lo hagamos por quedar bien con nadie, hagámoslo por amor de Dios. Uno de los reclamos más bellos de la esencia del hombre es la de la mano del mendigo que se tiende y le dice: "Una limosnita por amor de Dios". Qué campanazo de santidad nos da ese mendigo. Cuando tú haces las cosas por amor a Dios, esa acción es santa. En la intención del hombre está su modo de ser. Si un hombre de una limosna a una joven por seducirla y pecar con ella, es un perverso. Pero si esa misma limosna la pone en las manos de esa joven necesitada por amor de Dios, es un santo. Y por eso los ojos perversos de los hombres, no pueden mirar intenciones buenas en quienes lo hacen por amor de Dios. Pero esa es la santidad. Esa es la santidad, hermanos; por eso la santidad no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, está dentro de su propio corazón. Cuando tú haces lo que haces por amor de Dios, todo ese quehacer es santo.
 

AMOR EN EL TRABAJO

Construían una catedral y no de estos hombres observadores, se fue preguntando a los trabajadores mientras picaban las piedras de una hermosa catedral gótica: "Y tú ¿por qué trabajas?" Le dice un materialista: "Porque si no trabajo no como, porque el sueldo de picar estas piedras sirve para ganarme el pan y comer". Le pregunta a otro: "¿por qué trabajas tú?" "Porque no hay cosa más bella que las catedrales góticas y cada piedra que pico pienso que es una colaboración al arte". Era un hombre un poco más espiritual, pero no había llegado a la cumbre. Le pregunta a otro humilde obrero: "Y tú, ¿por qué picas piedras y no te aburres de estar picando todo el día esas piedras?" Y le contesta el santo obrero: "Porque es para una catedral, porque desde allí se elevarán muchas plegarias a Dios, y yo anticipo ya en mi trabajo la oración. Estoy picando piedras y orando". Esto es santidad. Tres hombres haciendo la misma cosa, pero el uno perdiendo sus méritos para Dios y el otro ganando todo para Dios.

Queridos hermanos y hermanas cuántos quehaceres estamos haciendo esta reflexión. Yo, pastor de una diócesis mis queridos hermanos sacerdotes en colaboración en este trabajo pastoral religiosas que santifican su vida obreros, esposos, madres de familia, profesionales, estudiantes, pudiéramos preguntar: ¿Por qué trabajas? ¿Y en este momento, por qué predicas? Si yo lo hiciera por ganar aplausos estaba perdido. Pero si yo lo hago, hermanos, con la sinceridad con que quiero hacerlo, de llevar una palabra de Dios a conmover los corazones para elevarlos hacia Dios y para que todos juntos, deponiendo odios, rencores, malas voluntades, construyamos un mundo según el corazón de Dios; y cada uno desde su propia vocación, trabaja en su trabajo por más humilde que sea -vender escobas barrer las calles, atizar la hornilla, todo eso es trabajo noble se hace por amor de Dios- tendríamos una patria de santos y no habría tantos criminales. Se depondrán del corazón tantos odios, habría más amor. Qué cuenta más severa nos va a pedir Dios a los salvadoreños, que nos ha dado cosas tan bellas, corazones tan capaces de heroísmo; pero que lo estamos poniendo muchas veces al servicio del odio, de la división, de la represión, de la desunción, del ultraje, de la tortura. ¡Qué cuenta más severa se dará del que pudo amar y odió!.

En la tarde de la vida, te pedirán cuenta del amor, dice una hermosa poesía de San Juan de la Cruz. No lo olvidemos: en el atardecer de tu vida cuando tu vida, decline como el sol en el ocaso, esto te pedirá cuenta el Señor. No de lo mucho que hiciste, no de las obras exteriores -que muchas veces son propensas a la vanidad- sino del amor que pusiste en cada una de tus cosas. Este es el mensaje de hoy, queridos hermanos. Por eso hemos repetido siempre: la violencia no es evangélica ni cristiana. La fuerza de la Iglesia es el amor.

Ayer, compartí con más de mil maestros de escuelas y de colegios una tarde inolvidable, pero lo más inolvidable es una frase de una profesora que todavía está vibrando en mi corazón. Me dijo: "Como usted ha sembrado amor entre los maestros, está cosechando este amor". No es gran cosa la que he hecho; pero si yo que apenas siembro un poquito de amor, tengo la dicha de recoger tan grandes cantidades de amor, hermanos, yo les quiero decir lo mismo. No puede nacer lo que no se siembra, no se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra República, si sólo sembramos odio? Sembremos amor, aprovechemos todas las circunstancias, las más difíciles, como son perdonar al enemigo; y las más chiquitas, como son hacer las cosas más ordinarias. Démosle a nuestra vida un sentido de inspiración de amor y veremos como el mundo se transforma sin tantas cosas exteriores, porque el Reino de Dios no está al otro lado del mar ni en las alturas del cielo, sino en la intimidad de tu propio corazón.
 

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