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Miércoles por la noche
Por Eduardo Valdez

Es miércoles por la noche. Las clases en la universidad ya terminaron y el cansancio del día se disipa al saber que voy a encontrarme con los compañeros y compañeras para visitar a las Muchachas en los focos.

Ya estoy en el “Proyecto Samaritanas”. Un cuadro del Che y otro de Monseñor Romero me reciben junto a la Mujer Embarazada en la Cruz. Esa mujer que encarna a todas las mujeres que sufren por nuestra hipocresía, por nuestra injusticia, pero que también dan a luz con su lucha, su resistencia, al Mundo Nuevo.

Una sonrisa y un abrazo son la mejor bienvenida de Lourdes y Jessenia. “¿Y entonces chavalo? ¿Cómo estás?” Siempre serán las palabras que inauguran el encuentro. Junto con la sonrisa, junto con el abrazo.

Estamos todavía en el proyecto. Los voluntarios comenzamos a platicar de nuestras vidas, que ha pasado en la semana, nuestras dificultades, las buenas noticias, los sueños. Es lo primero que hacemos después de saludarnos. Compartir nuestras vidas.

Este compartir lo hacemos todos los miércoles antes de hacer las visitas. Empezamos con nuestras vidas y después con la vida del Proyecto. De cómo van las actividades, los casos difíciles que han tocado atender, de los logros de las Muchachas en el Proyecto...

Algo importante de esta pequeña reunión antes de la salida, es que hablamos de nuestras experiencias en las visitas de la semana anterior. Los sentimientos que nos despiertan cuando vemos y hablamos con las Muchachas. ¿A qué nos invita? ¿A que nos compromete? ¿Qué tenemos que cambiar? Es un espacio muy importante porque nos enriquecemos de las experiencias de los otros jóvenes voluntarios y nos ayuda a crecer como humanos unos a otros. Porque esto de la visita a los focos no es solamente una actividad, significa el reto de ser más humano y solidario con los demás.

Después de una pequeña cena nos alistamos para salir. Llevamos preservativos, chocolatitos o algún dulce y sobre todo entusiasmo. Además, nos distribuimos en grupos: los que van a la carretera Masaya y los que van a la Norte.

Las luces de los negocios inundan la calle. Los carros lujosos no cesan de circular. La música estridente de las discotecas. Los casinos, el centro comercial. No parece que estuviéramos en el tercer mundo. Por momentos se puede olvidar. Así es la carretera Masaya.

Nos encontramos con las primeras muchachas. Algunas son adolescentes, otras son de mi edad, jóvenes. El frío de la intemperie nos acompaña.

Hay frustración en algunos rostros, seriedad y silencio. Otras nos esperan con un caluroso saludo tan necesario en medio del frío. ¡Ideay, ya creía que no iban a pasar! ¡Regalame un chocolatito para mi chiguín!. Rostros variados, muchos rostros.

Platicamos un ratito con ellas. ¿Cómo están tus hijos? ¿Te estás chequeando? ¡Acordate de llegar a los talleres! ¿Ha habido problemas con la policía? Muchas veces piden consejos u orientaciones a las mujeres del equipo. Y seguimos caminando por la carretera.

Al inicio, cuando empecé a salir a los focos, tenía mucha pena que alguien conocido me viera. Más que todo si alguien de la universidad que mucho frecuentan las discos, me mirara por la calle platicando con alguna Muchacha. Tenía miedo que me descalificarán o que no comprendieran el porque estaba ahí.

Además de eso, no podía entrar en conversación con ellas. No sabía que decir. No me salían las palabras. Pero poco a poco fui agarrando confianza y tuve seguridad en mi mismo, y la plática era muy natural y espontánea.

Los primeros sentimientos que me brotaron, fue al ver que jóvenes de mi edad estaban en esta situación. Me daba cierta indignación conmigo mismo por quejarme tanto de algunas cosas de la vida, mientras ellas son empujadas u obligadas a esto por la pobreza. A la vez valoraba la entereza por sobrevivir a este mundo sin oportunidades, era un ejemplo y un llamado a ser fiel en lo poco.

Tal vez una de las cosas que me distanciaba al principio, era el temor a ser rechazado. Pero que va ser. Nada de eso. Muchas de ellas nos acogían con mucho cariño y agradecían nuestra presencia. Otras, tal vez no, pero comprendí luego que esta cosa no es jugando llevarla a espaldas. Entendí que solo nuestra presencia era muy importante.

Ellas también han percibido que no todos los hombres las quieren comprar como si fueran un artículo. Que habemos hombres que las valoramos (que no es lo mismo que sentir pena por su situación de explotación) por el simple hecho de ser mujer. Y aprendía también a valorarme a mi mismo y a los demás por solo el hecho de existir. No tengo que ser fulano de tal, ni comprar el zapato marca tal, y comer la hamburguesa tal…EXISTO POR ESO VALGO. Las muchachas no son menos por tener que estar ahí en la carretera. Ellas también valen.

Un saludo en la carretera, es como un vaso de agua en el desierto. Donde no te valoran, solo te quieren usar y comprar, que alguien llegue y te pregunte que tal la vida, y se interese por tus problemas, no es mucho pero es muy profundo. Desde lo pequeño otro mundo es posible.

Las 11pm. La camioneta nos trae a nuestras casas. Y el corazón repasa cada rostro, palpita en el apretón de manos, tomando impulso para ser más humano en la semana. Esperando que algún día no sea miércoles por la noche, pero si que las sonrisas, los saludos, la vida, nunca falte.

Eduardo Valdez
Voluntario Proyecto Samaritanas
Managua, Nicaragua.

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