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Desde Kiberia en la extrema pobreza
Por Jon Sobrino

Nairobi es la capital de Kenia, país que, en la lista de pobreza, está por detrás de Haití. Uno de sus suburbios, Kibera, donde se hacinan 800 mil personas -algo así como San Salvador- es el champerío, la favela más grande de África. Hay una letrina, infame, para cada 200 personas, y a veces hay que pagar unos centavos para usarlas. En algunos lugares, hay que esperar a las lluvias para poder evacuar la basura en pequeños riachuelos.

No me gusta empezar así, sobre todo por respeto a las personas que allí viven y a su dignidad que se expresa de mil modos. Pero si ignoramos la realidad de Kibera, nos quedaremos con los modernos rascacielos del centro de la ciudad y con el inmenso estadio, muy bello por cierto, donde tuvo lugar el Foro Social Mundial, del 20 al 25 de enero, pero al que no se pudieron hacer presentes los habitantes de Kibera, por la distancia y por el precio del pasaje en bus.

Además, tuve la suerte de participar en el Foro Mundial de Teología de la Liberación, del 16 al 19. No voy a ofrecer una crónica, pues se hace en otro artículo. Pero en el trasfondo de Kibera voy a hacer algunas reflexiones alrededor del tema.

Ante todo, Kibera es principio hermenéutico-principio de Interpretación, que dicen los filósofos, lugar teológico, que dicen los teólogos, para comprender la realidad e interpretar lo que debemos hacer con ella. Sin empezar por ahí, dudo que entendamos bien la teología de la liberación y cómo propiciarla de modo que ayude realmente a la liberación. Kibera abre nuestros ojos, aun cuando pensemos que ya los tenemos abiertos. Mueve nuestras entrañas a misericordia, aunque pensemos que ya nos dedicamos a los pobres. Y bien se nos puede ofrecer como sacramento del misteryum fascinans et tremens, misterio fascinante y aterrador, aunque pensemos que sobre el misterio de Dios ya sabemos lo suficiente -o que lo podemos ignorar sin mayor pérdida. Pero para los creyentes en el Dios de Jesús, dudo que haya mejor lugar para escuchar sus palabras: “Estos son mis privilegiados. Para ellos vivió y murió mi Hijo. Desvívanse para que tengan vida y libertad, y recuperen la dignidad. Aprendan de ellos a vivir, a resistir, a mantener esperanza. Y desde ellos tengan una utopía: ser todos hermanos y hermanas, no en abstracto, sino con ellos y ellas. Y recuerden lo que dijo Oscar Romero: ‘La gloria de Dios -mi gloria- es que éstos hombres y mujeres vivan’”. Y a Kibera hay que añadir otras 1.600.000 personas que en Nairobi viven en tugurios miserables. Son el 60% de la población, y viven en el 5% del territorio. Desde esa realidad voy a hacer las siguientes reflexiones.

1.-“Realmente mundial”. Así se llaman estos foros: “mundial”, y es bueno que así se llamen. Lo importante es que en ellos se haga presente el “mundo real”, y de eso saben mucho en Kibera. El lugar en que se celebra un foro no debe fungir sólo como mero lugar (un ubi categorial), sino como realidad (un quid sustancial). Con muchas miserias y muchas esperanzas, en lugares como Kibera todo es más real que cuando se habla de nuestro planeta en el consejo de seguridad de Naciones Unidas o en el Banco Mundial, en la noche de los Oscars o en campeonatos mundiales -y ciertamente más que en Davos. Y en esos foros hablan gentes reales de muchas y variadas partes. Lo harán mejor o peor, pero son palabras “suyas”, de esos “otros” que normalmente no hablan: mujeres africanas que nos cuentan lo que les aflige -ablaciones, por ejemplo- y lo que les da esperanza -se organizan para luchar. Otros, los del primer mundo, aunque no insertos, nos sentimos al menos reubicados en la verdad del planeta. Y desde la distancia, fuera de los foros, Kibera sigue siendo la pregunta de si somos reales, o si vivimos en el docetismo, en la irrealidad -el peligro de siempre. Y lanzan esta otra pregunta: “¿quién se responsabiliza de este mundo?”. Responsabilizar a otros no es difícil, y hay que hacerlo. Pero preguntarnos por nuestra propia responsabilidad no suele ocurrir, y también hay que hacerlo.

2. “Liberación redentora”. Hay que insistir -y se insistió- hasta la saciedad en la liberación de un mundo “gravemente enfermo”, que decía Ellacuría, “amenazado de muerte”, que dice ahora Jean Ziegler. Hay que liberar de la pobreza y de la injusticia, de la discriminación de razas y de género, del silencio y de la mentira, de la crueldad y la trivialización de lo humano. También de aquellas formas religiosas, democráticas, teológicas, que oprimen más que liberan. Y hay que liberar para la utopía de la vida y la fraternidad. La esperanza grita “otro mundo es posible”, pero antes la compasión grita “otro mundo es necesario”. Esta liberación es articulus statis vel cadentis humanitatis. La liberación tiene una necesaria dimensión de lucha, lo cual es, al menos, proclamado. Pero también de redención, de erradicar las raíces estructurales del mal. Para ello se necesita entrega y generosidad sin límites, lo que antes se enfatizaba en presencia de los miles de mártires que ofrecieron todo por la liberación de sus gentes, y de lo que hoy se habla menos, como si se hubieran encontrado caminos de una “liberación sin dolor”. Eso es no tomar en serio la dimensión agonista de la existencia cristiana, ni el dolor de la gente.

3. “El Dios de la teología”. El TesolDios mueve a la praxis de liberación, pero también exige e invita a un modo humano y cristiano de llevarla a cabo. En concreto, se necesita humildad, pues a veces da la sensación de que sólo los otros, los opresores, tuviesen necesidad de conversión, y como si a nosotros no nos salpicase la arrogancia-la hybris contra la que nos avisa Pablo. Sigue siendo necesario “hacer la revolución como un perdonado”, que decía González Faus hace treinta años. La conversión siempre es necesaria, aunque como todo realidad expresada en lenguaje religioso está siendo silenciada. También las praxis de liberación llevan el lastre de todo lo humano: incoherencias, personalismos, protagonismos, facilismos, y a veces también corrupción, encubrimiento… El Theos nos mueve a liberar a otros de la opresión que sufren, pero mueve también a liberarnos a nosotros mismos. Y, liberados, a liberar mejor a los demás.

4. “El misterio de Dios”. Dios nos remite a las víctimas para liberarlas. Y las víctimas, a su vez, nos remiten -o nos pueden remitir- a Dios, con toda seriedad. No es bueno para la teología ni es fructífero para la liberación que se haga de Dios un problema resuelto -o simplemente que se lo ignore. Buena es, por ello, la pregunta de la teodicea: el misterio del Dios ausente, y preguntarnos “si podemos encontrar a Dios en Kibera”. Sin hacernos esa pregunta no crecemos en humanidad. Pero, como en el final del evangelio de Marcos, el crucificado puede expresar también el misterio del Dios presente. En Kibera, en sus hombres y mujeres, podemos encontrar a Dios aun en medio de mil penurias, debilidades y desafueros. Lo podemos encontrar en su cotidiano vivir, en su firmeza y resistencia, en la dignidad y esperanza que podemos intuir cuando nos acercamos a ellos. En lo que cuentan las personas que les acompañan diariamente, sencillas religiosas muchas veces. En los niños -siempre sonrientes- que van a una destartalada escuela, con el afán de aprender y con muy poco más. Allí se asoma Dios, el Dios de pobres y víctimas. No estamos en disposición ahora de detallar más lo bueno y positivo. Lo que hemos dicho puede parecer poca cosa a los que damos la vida por supuesto, pero es un máximo. Es la santidad primordial. Existe vivo un principio de vida que genera vida. Y como dicen muchos allí, es su riqueza. Que Dios esté presente en esto podrá ser objeto de discusión. Pero mal haría una teo-logía de la liberación en no buscar a Dios allí. Y en no celebrarlo, cuando lo encuentra.

5. “Ecumenismo de religiones con vigor”. Ecumenismo, diálogo interreligioso, me parece bueno y necesario. Y existe. Nairobi y El Salvador están a miles de millas de distancia, y raro es que sus pueblos se conozcan. Sin embargo, algo los une. En una escuelita de Kibera, una niña me dijo: “¿El Salvador? La tierra de un obispo”. Se refería a Monseñor Romero. Un compañero jesuita de la República Democrática del Congo me habló de una tesis doctoral, escrita en la Universidad de Lovaina en el 2004, con el siguiente título: “El obispo Munzihirwa, ¿el Romero del Congo?”. Munzihirwa, muy parecido a nuestro Monseñor, fue asesinado en 1996. Y en la clausura del Foro de Teología, al final tuve la oportunidad de saludar a Desmond Tutu. Había tenido una ponencia impresionante, por la hondura de compasión, el hambre de justicia y la profundidad de fe. Se lo agradecí, y sólo añadí que venía de El Salvador, la tierra de Monseñor Romero. Entonces, como ensimismado, comentó con convicción y agradecimiento: “¿Romero? He inspired us”. Nuestro Monseñor, salvadoreño y católico, estaba presente en la Sudáfrica anglicana. Sin conocerse, Desmond Tutu y Oscar Romero, llegaron a ser hermanos, no sólo dialogantes ecuménicos. Y lo que ahora quiero enfatizar, lo fueron sin dejar ninguno de los dos su Iglesia, y sin buscar, para que prosperase el ecumenismo, mínimos comunes, sino verdaderos máximos: en ambos casos el gran amor por sus pueblos oprimidos, y la disposición a darlo todo por su liberación.

Este ecumenismo -o diálogo- debe ocurrir también entre las religiones. Pero quiero mencionar un peligro, tal como lo veo, y apuntar a una solución. El peligro es que el diálogo interreligioso se conciba desde lo que puede ser común a todos, aunque para ello haya que contentarse con mínimos, terminar con religiones diluidas, sin vigor. Entonces, todos podremos estar de acuerdo, pero lo acordado será poco y muy débil para revertir este mundo. La solución, pienso, va por otro lado: que cada religión profundice en lo suyo propio, en lo mejor que tiene y en lo que piensa que más va a transformar a este mundo enfermo. No sé cuánto ecumenismo generará, pero estará basado en la hondura de lo religioso. Es necesario expandir los acuerdos, aunque sean mínimos, pero a la larga es más fructífero profundizar en lo positivo de cada religión. Y no creo que esto dificulte el ecumenismo. Pienso que profundizar en Jesús de Nazaret, en el Gandhi del hinduismo, en el Buda, puede unificar a los hombres y mujeres de buena voluntad. Y me fijo aquí en testigos antes que en textos.

Mi esperanza es que coincidamos en lo profundo, en lo que -dicho ahora en terminología del cristianismo- queda expresado por Reino y Dios, profecía y utopía, compasión y justicia, praxis y gracia… El ecumenismo que el mundo necesita no es simplemente que todos nos encontremos en algún lugar, sino que nos encontremos haciendo, esperando y rezando por la salvación, la redención y la humanización que el mundo necesita. Y esto se logra cuando una religión -o religiones- es una religión con vigor.

En Nairobi -a la luz de Kibera- recibimos algo importante que he intentado poner en palabra. Y regresamos con una esperanza: con conversión y sin arrogancia, sin orgullo, con compromiso y sin docetismo, todos nos podemos unir para que la vida sea posible. Y así, la gloria de Dios. Monseñor Romero y Kibera, cada uno a su modo, lo proclaman: “La gloria de Dios es que el pobre viva”. Y “la gloria del pobre -prosiguiendo y parafraseando a Ireneo- es la visión del rostro del hermano y, en definitiva, del rostro de Dios”.

Jon Sobrino
Teólogo
Foro Social Mundial 2007

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