PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL P. RUTILIO GRANDE

EL PAISNAL
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA


5 de marzo de 1978

Samuel 16, lb. 6-7. 10-13a
Efesios 5, 8-14
Juan 9, 1-41

 

Queridos hermanos:

... Cristo está pasando otra vez por el Paisnal. Cada vez que se celebra una Eucaristía, el Señor, como en el Evangelio de hoy, pasa por allí. Y nosotros hemos sentido este paso especial del Señor en esta mañana y queremos interpretarlo en la sinceridad de nuestra conciencia, en el cariño al P. Rutilio Grande, en la oración por él y por los dos campesinos que con él murieron hace un año. Quisiera encontrar, hermanos, la reflexión en la misma palabra que se acaba de leer, estos tres pensamientos: para que el P. Grande sea hoy el finado con toda su grandeza con que la Iglesia se gloría de él, una grandeza que no quisiera sufrir mutilaciones, una grandeza cristiana que no quiere tergiversaciones sino la auténtica liberación que él predicó y de la cual aquí venimos a recoger el mensaje.

Rutilio Grande como hombre, Rutilio Grande como cristiano, Rutilio Grande como sacerdote.

Ese es el mensaje que yo voy a recoger de su tumba esta mañana y que mis hermanos sacerdotes y religiosas y trabajadores de la pastoral, junto con todo el pueblo de Dios, queremos llevarnos para poder continuar -como ya se dijo aquí- la misión grandiosa que él emprendió y que terminó tan gloriosamente camino de su pueblo hace un año.
 

lº RUTILIO GRANDE COMO HOMBRE

El hombre, ¡qué hermoso es escuchar la primera lectura aquí en El Paisnal! Cambiémosle nombre, en vez de Belén, adonde es enviado Samuel a la familia de Jesé, porque Dios ha escogido un niño que va a ser grande: el rey de Israel. Aquí también en un hogar, en un pueblito como el de Belén de Judea, nace Rutilio Grande con las señales de un predilecto, de un elegido por Dios en su mismo pueblo, y viene Dios y lo unge como a David. También el cristiano, y podemos decir desde aquel día: el espíritu de Yahvé posaba sobre él -como dice la Biblia del jovencito David-. Es aquel hombre que llevó de aquí el amor a su pueblo. Aquel hombre que vivió este paisaje que estamos viviendo en este momento, aquel hombre que como los niños de hoy, del Paisnal, sintió lo polvoriento de estas calles, lo triste de esa pobreza, las dificultades de vivir en un pueblecito apartado y, sin embargo, aquí la riqueza moral de nuestro pueblo, la riqueza de ese hogar donde él aprendió a rezar, donde él aprendió a ver a Dios y amar al prójimo, donde Mons. Chávez y González en una visita pastoral lo encuentra entre los muchachitos de la catequesis y le pregunta: "¿quieres ser sacerdote?" Y se lo lleva para el Seminario. Pero aquí arranca el hijo de Jesé, el jovencito David, que aquí se llama Rutilio, para emprender el gran camino que lo ha de hacer cada día más hombre.

Y para que vean, hermanos, la grandeza del hombre no es ir a la gran ciudad, no es el tener títulos, riquezas, dinero; la grandeza del hombre está en ser más hombre, más humano. Por eso, cuando Rutilio llega a la plenitud de la humanidad suya, lo encontramos de vuelta para El Paisnal. En vísperas de un día de la fiesta patronal del pueblito, viene para acá, con el cariño del hombre que ha crecido en su corazón, pasando por universidades y por libros y estudios; aquel hombre ha comprendido que la verdadera grandeza donde lo ha conducido toda su inteligencia, su vocación, todo, no está en haberse ido de aquí para ser más rico en otro pueblo sino en volver a su pueblo, amando a los suyos, siendo más hombre. Esto es la verdadera grandeza. El verdadero desarrollo no consiste en tener más sino en ser más y Rutilio fue lo que empezó a ser aquí, lo desarrolló lógicamente hasta ser el hombre que nosotros estamos recogiendo en sus enseñanzas. Tan hombre que hay el peligro de confundirlo con ideologías meramente humanas; tan humano que parecería que no había más perspectivas que la de los hombres. Sin embargo, adentrémonos en su corazón y miraremos el otro aspecto: el cristiano.
 

2º RUTILIO GRANDE COMO CRISTIANO

El hombre que un día -como el ciego del Evangelio de hoy fue ungido aquí en su Iglesia parroquial. Y dice el Evangelio que Cristo le ungió con lodo hecho con su saliva y con polvo y después lo mandó a lavar a la piscina de Siloé. Todas las sugerencias de un bautismo, el Bautismo hace al hombre cristiano y ese cristiano es el que ahora escucha aquí la palabra de San Pablo: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz".

Rutilio -como hombre- hubiera muerto hace un año, pero como cristiano no puede morir. Lo ha iluminado la luz inmortal de Cristo; en su conciencia hay un compromiso con el que se encontró con él como el cieguito de nacimiento. "¿Crees en el Hijo del Hombre? ¿Quién es para creer?" Y aprendió en el catecismo, en el Seminario, en su vida religiosa: conocer a Cristo. Y como el ciego de nacimiento, cada día podía postrarse ante Cristo para decirle: Si Señor, creo en tí, te sigo a Tí, mi doctrina es cristiana, mi liberación es la del Evangelio, gyo no quiero que me confundan mi liberación con otras líneas meramente temporalistas. Quiero ser el cristiano que entrego una esperanza del verdadero progreso de esta sociedad, que no encontrará en la tierra un paraíso pero que ya quiere reflejar en la tierra ese paraíso hacia el cual camina. Es un Reino de Dios que ya se trabaja entre los hombres y que los hombres no quieren aceptar y que es necesario, aunque se muera mártir, predicarlo, anunciarlo.

Este es el Cristo que encuentra este cristiano y San Pablo en su epístola de hoy, como que está describiendo el alma del Padre Grande: "Caminad como hijos de la luz, toda bondad, justicia y verdad, buscando lo que agrada al Señor. No hagas de las tinieblas sino poniéndolas en evidencia, denunciándolas." Porque ¡cuántas maldades hacen los hijos de las tinieblas! Y qué duro es revelar, ponerlas en evidencia, predicar que eso es injusticia, predicar los desórdenes, los atropellos, los abusos. Y porque tuvo el valor de desenmascarar tantas cosas, ya se le buscaba para matarlo y se le mató.

Dicen que alguien, riéndose, el día del asesinato decía: "Ya comprobamos que también el pellejo de los curas es susceptible de balas". Así se rieron, porque creyeron truncar toda su predicación cristiana. Lo que no se esperaban es que la muerte de un cura suscita tempestades, suscita primaveras, como la que ha vivido El Salvador cristiano desde hace un año. Lo que no sabían es que ellos ponían en el surco una semilla que reventaría en grandes cosechas como decía Cristo: "El grano de trigo muere no para quedarse sepultado". No han triunfado sobre él. La cosecha de la persecución ¡cómo ha sido abundante!, hermanos.

Y yo quiero aquí, en este momento, agradecer a este cristiano, junto a los cristianos que con él murieron, junto a los cristianos que con él trabajaron, esta siembra de primavera que estamos recogiendo ahora. Se dice que en la Arquidiócesis, que en nuestra Iglesia, no había sacudido tanto su alegría de esperanza como en estos tiempos. Bendito sea Dios que es la muerte del cristiano, semilla de más cristianos, semilla de vocaciones, como diría el P. General de los Jesuitas. Esta es la vida de este cristiano que por el Bautismo emprendió unas perspectivas tan amplias que no las podemos abarcar desde la tierra.

Yo les invito, queridos hermanos, que en esta mañana haciendo esta reflexión a la luz del Evangelio, a que sea este el ejemplo que hay que seguir, ustedes, todos y nosotros, inquietos por una liberación de nuestro pueblo. Hermanos, no mutilemos esa liberación con liberaciones que se contentan solamente con horizontes de la tierra. No, abramos a los horizontes de la fe, creamos como creía el P. Grande, prediquemos una doctrina liberadora de la Iglesia con esas perspectivas, que no se mueren cuando lo matan a uno sino que quedan flotando sobre la muerte para seguirse encarnando en aquellos que vienen detrás. Los grandes ideales del cristiano fueron los que hicieron grande a este hombre que ya cristiano agigantó su humanismo, el cristianismo humano, el que se ensancha hasta Dios, el que se mueve porque vive en la esperanza.
 

3º RUTILIO GRANDE COMO SACERDOTE

a) EL JESUITA

Y finalmente, hermanos, el sacerdote. Perdonen, antes que es un sacerdote, es también un religioso: un Jesuita. Y yo quiero en este momento, tributar un agradecimiento pastoral, agradecimiento de pueblo a los PP. Jesuitas. Aquí está con nosotros el Padre Provincial de Centro América; aquí están compañeros del P. Grande que conocieron a fondo aquella alma religiosa que empapada del espíritu de San Ignacio de Loyola, sabe preguntarse ante el Cristo crucificado que ha muerto por mí: "¿qué he hecho por Cristo? ¿qué hago por Cristo? ¿qué debo de hacer por Cristo?". Y me parece que la vida de este religioso cristiano es precisamente la respuesta a esas preguntas: "¿qué debo de hacer por Cristo?" Así se explica una inspiración de una vida consagrada a Dios que lo haya hecho incansable por estos caminos polvorientos, con su alforja, como un peregrino campesino, llegar a las casitas humildes y sentirse hermano entre los pobres. Entre los campesinos sentirse el hombre más encarnado porque llevaba a Cristo en su corazón como buen Jesuita, a vivir y a sentir a Cristo que lo aprendió a vivir como dijeron otros Jesuitas expulsados de esta región: que aquí aprendieron a ser cristianos, que ustedes les enseñaron la imagen verdadera del Cristo que Ignacio de Loyola enseña y que no se aprende únicamente en el retiro espiritual sino conviviendo aquí donde Cristo es carne que sufre, aquí donde Cristo es cosa, donde Cristo es persecución, donde Cristo es hombres que duermen en el campo porque no pueden dormir en su casa, donde Cristo es enfermedad que sufre por consecuencia de tantas intemperies y de tantos sufrimientos; aquí es Cristo con su cruz a cuestas, no meditado en una capilla junto al via-crucis, sino vivido en el pueblo; es Cristo con su cruz camino del Calvario. Este es el Cristo que se encamó en este religioso, en este Jesuita seguidor de Jesús.

Queridos hermanos Jesuitas, tenemos en El Paisnal un Jesuita mártir; su tumba es gloria de la Compañía de Jesús y es gloria de la Iglesia. Yo quiero agradecerles todo lo que ustedes, como equipo, trajeron hasta acá, a enseñar a esta gente también a amar a Jesús y a darle un sentido de salvación, de liberación, de redención a su pobreza, a su sufrimiento. Pero el mayor sufrimiento del P. Grande sería no haber sido comprendido y que su mensaje liberador se mutilara. Hagámosle honor a él recogiendo su verdadero mensaje en Cristo Jesús sin el cual no hay liberación verdadera. Cristo es el único liberador sin el cual no se puede comprender toda la esperanza que él llevaba en su corazón y la cual le hace vivir alegre en su cielo porque sabe que vendrán días mejores para estas tierras.
 

b) EL MARTIR, EL SACERDOTE

Y finalmente digo, hermanos, el sacerdote. El sacerdote que aquí recogió su vocación y que fue ungido no solamente con el óleo santo que nos ha ungido a todos nosotros ministros del altar, sino que ahora lo veneramos ungido con el aceite del martirio, con su propia sangre como me pareció aquella noche cuando lo vi en la Iglesia de Aguilares: tendido, muerto, como cuando el sacerdote se postra en el suelo para ser también ungido, para ser inmortalmente sacerdote, ser allá un mártir. Y su misa comenzaba a celebrarse ya en su cielo. Pero había vivido aquí y lo sentimos tan nuestro. Ahora que aquí -rodeando el altar sus hermanos sacerdotes- decimos que nos hace falta, sentimos que debía de peregrinar todavía con nosotros, que lo mató algo que no debía matarlo: el crimen; que debía seguir peregrinando y haciendo tanto bien; estaba fuerte, estaba joven, podía hacer mucho.

El crimen es horrendo cuando se logra segar una vida que todavía da tantas esperanzas. Pero así como dice el P. Provincial, somos los que vamos a recoger su herencia. Y el puesto que él dejó, lo vamos a tratar de llenar bien. Ya está aquí el nuevo párroco, el P. Octavio Cruz; grande responsabilidad la suya como cuando Pablo VI se acerca a la tumba de Juan XXIII y dice: "Grande esta herencia. No, no puede quedar encerrada en esta tumba" y la recoge para continuar adelante la obra de la Iglesia. Así, también, es un sacerdote. Es un sacerdote y, por tanto, yo quiero ver su figura en la misma figura de Cristo que se dibuja hoy en el Evangelio sanando al ciego de nacimiento, diciendo: "Yo soy la luz del mundo, yo tengo que hacer las obras del que me ha enviado". Un sacerdote que como Cristo es juzgado en sus cristianos. Todo el odio de los fariseos contra el pobre cieguito que ha recuperado la vista, no es para el ciego, es para Jesús. Así también la saña de la persecución no es para los hombres sino que termina en Jesús. La saña de la persecución en Aguilares y en El Paisnal, termina en el retrato del Padre Grande, termina en su persona. Ya no lo pueden matar a él pero lo persiguen en aquellos que siguen su doctrina; es el compromiso que hemos adquirido no con él, sino con aquel a quien el sacerdote predica: con Jesucristo, el Inmortal. Es el sacerdote de quien se avergüenza la misma familia del cieguito: "ya tiene edad, pregúntenselo a él", porque tenían miedo, porque la autoridad había decretado que había que ser expulsado de la sinagoga aquel que proclamara Mesías a Jesucristo. Y ¡ay de aquel que predique la doctrina que predicaba el P. Grande!. Por miedo, se han apartado muchos. Ojalá, hermanos, que este aniversario nos recuerde el gran compromiso con Cristo que tenemos todos los bautizados; no sólo el P. Grande. Y que su ausencia sea un estímulo para seguir siendo fieles a la doctrina de Cristo que creemos y que llevamos por el Bautismo.

Expulsado por su causa, de la sinagoga, fue el cieguito por causa de Cristo; y el sacerdote tiene que saber que su predicación es peligrosa, que muchos alistados se apartarán de él porque no quieren comprometerse. ¡Cuántos amigos del P. Grande tal vez ahora se avergüenzan de decir que lo conocieron! Ojalá que no, porque yo sé que hay muchos valientes que siguen en pos de su predicación. Es el sacerdote, es Cristo que sale al encuentro de sus perseguidos para decirles: ¿quieres creer en el Hijo del Hombre?, no tengas miedo. ¿Quién es para creer? Yo soy el que está hablando contigo. El sacerdote lleva la presencia de Jesús, anima con la presencia de Jesús, es Jesús que haciendo actos sacramentales convierte los corazones a la gracia y es la verdad.
 

EL JUEZ

Finalmente es el sacerdote que junto a Cristo, acusado, se convierte en juez. Dice: "He venido a traer un juicio a la tierra". Un juicio: hacer ciegos a los que tienen vista y a dar vista a los que están ciegos. Es una ironía aguda del Evangelio de San Juan. Los fariseos le preguntan: "¿Entonces quiere decir que nosotros somos ciegos?". "No -les dice Cristo- si ustedes fueran ciegos, no tuvieran pecado. Pero como se glorían de ver y de ver demasiado, que les sale sobrando el ver de Dios, por eso son ciegos." Ciegos de alma, ciegos que no comprenden el mensaje libertador verdadero, ciegos porque son autosuficientes, ciegos que desprecian a los otros pero que han comprendido poco del verdadero mensaje y la luz del Señor.

Este es el sacerdote, el que se identifica con Cristo para sufrir, como el P. Grande, hasta morir si es necesario por una doctrina como Cristo murió por la suya.

Queridos hermanos, yo les agradezco que en el cariño de ustedes, la memoria del P. Grande viva tan entusiastamente que estemos haciendo esta concentración en su mismo pueblo. Hemos venido como Samuel a la casita de Jesé, a la tumba que es cuna también del P. Grande, y sabemos que en él palpita el Espíritu del Señor. Su memoria es esperanza para nuestro pueblo si la sabemos comprender en toda su dimensión cristiana y sacerdotal. Y por eso, esta memoria la estamos haciendo en la Eucaristía donde el sacerdote encuentra su centro, donde el P. Grande sintió la alegría, la esperanza, la angustia, el trabajo, los proyectos de su pastoral. La Misa es el centro, la Eucaristía que es Cristo. Vivámosla intensamente, hermanos, que es una hora solemne en nuestra historia, en que nos encontramos no sólo con el P. Grande y su mensaje sino con la fuente de aquel sacerdocio que es Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
 

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