Queridos hermanos sacerdotes de la Arquidiócesis y de las diócesis hermanas, gracias por compartir con nosotros este dolor.
Queridos hermanos:
La voz de la sangre es la más elocuente de las palabras. Por eso, esta cátedra se siente solidificada por el testimonio de la sangre que en esta Catedral se ha hecho ya casi una voz ordinaria. Aquí se ha desparramado sangre del pueblo, sangre de sacerdotes. Desde esta Catedral hemos tratado de interpretar el lenguaje de tanta sangre derramada por nuestro país en las montañas, en las calles de nuestras ciudades y de nuestras carreteras, en las playas. ¿Dónde no se ha regado la sangre que esta Catedral, intérprete de ese lenguaje de dolor y de angustia, trata de hacerla un mensaje de consuelo y de esperanza?
Hoy, en la Catedral, es la sangre de un sacerdote la que está clamando: ¡Rafael Palacios! Dio su vida no sólo ayer, cuando caía acribillado en una calle de Santa Tecla, sino que desde que comenzó esa vida, ya era sentida para Dios. Allá en el cantón Talcualuya de San Luis Talpa, en el departamento de La Paz, el 16 de octubre de 1938 nacía de don Rafael y doña Concepción. Cariño de hijo y de padres que mantuvo siempre fiel, como una inspiración y una garantía de que Rafael siempre caminó por el camino de la bondad, el sentido de la familia. Se trasladaron a Suchitoto, que fue para Rafael y para sus hermanos, aquí presentes, como el pueblo de adopción. Sacerdote también en las parroquias de Tecoluca y de la Catedral en la diócesis de san Vicente; y luego, aquí en la Arquidiócesis: en Santa Tecla, en Ilopango y últimamente en San Francisco de Mejicanos.
Toda esta larga trayectoria puede decir de Rafael Palacios que se trata de una vida caracterizada por la rectitud, por el afán del estudio, por la verdad intransigente, tal vez hasta la exageración. Esto es lo que ha hecho de él la víctima que hoy recogemos: el quinto sacerdote asesinado en nuestra Arquidiócesis. Lo recogemos con el mismo respeto y cariño con que hemos recogido a los otros sacerdotes y con que nos hemos inclinado al dolor de tantas y tantas -ya incontables- muertes por asesinato.
Es grave el acontecimiento que estamos celebrando no sólo por tratarse de un sacerdote, que esto es ciertamente lo hace inconcebible en un pueblo que se dice cristiano, sino porque esa sangre clama desde la profundidad. Esta mañana nos invita a escuchar, en ese mensaje de la sangre, estas tres ideas:
1. Una revelación del misterio de la iniquidad
2. Una revelación del misterio de la fidelidad a Jesús
3. Un mensaje de esperanza para nuestro pueblo
Ante todo, yo miro en el asesinato del Padre Rafael que la voz de su sangre denuncia la iniquidad en nuestro pueblo: el pecado. La manifestación más elocuente, lógica del pecado, es la muerte. Por el pecado entró la muerte dice la Biblia, pero cuando la muerte se conecta tan directamente con el pecado que es una desobediencia criminal del quinto mandamiento, no matarás, se ve claro que el pecado y la muerte son misterios de iniquidad.
En su silencio de muerto, el Padre Rafael denuncia el pecado del mundo; pero también diré con respeto: denuncia el pecado de la Iglesia; y también diré con sinceridad: su propio pecado personal.
a) La muerte del Padre Rafael Palacios denuncia el pecado del mundo
La Iglesia está para continuar, como Cristo, denunciando el pecado del mundo, arrancando, si es necesario hasta quedar crucificado, el pecado del mundo; y el pecado del mundo es tan evidente en esta muerte de Rafael que podemos decir que hay allí una violencia estúpida, de una venganza irracional. ¿Por qué una extrema derecha tiene que cobrarse en un sacerdote el supuesto pecado de una extrema izquierda?. Esta estructura es pecaminosa; este mirar a los hombres del país polarizados en derecha y en izquierda nos lleva a entender que hay una crisis muy grave en la estructura de nuestro país. Una "estructura de pecado", como la dijeron los obispos en Medellín, una estructura de violencia que, mientras no se cambie, seguirá cobrando víctimas, ya sean de la izquierda o de la derecha.
Es irracional y estúpido cobrarse en un sacerdote, de una forma tan criminal, tan alevosa, tan premeditada, lo que se pretende que es culpa de una izquierda. El sacerdote no es de izquierda ni de derecha. El sacerdote está a la altura del corazón para amar a todos. El sacerdote, voz de la Iglesia, es amor que si se coloca por una opción preferencial al lado del pobre, no es para excluir a los que tienen, sino para decirles que nos e podrán salvar mientras no se coloquen sintiendo como propia la angustia del pobre; y ser ministros del Señor para ser felices no en una forma egoísta, sino en compartir como Dios comparte su riqueza con todos los hombres.
El Padre Rafael, el sábado por la noche, me buscaba, llevándome una carta donde me contaba la amenaza que el jueves ya le había hecho la UGB. Le habían pintado la fatídica mano de la venganza en su carrito; y cuando antes de ayer el Padre Palacios que estuvo conmigo dirigiendo una reunión de la vicaría de su parroquia, la vicaría de Mejicanos al terminar, me decía: "Hoy que han matado un militar y yo tengo esa amenaza, algo grave va a pasar en santa Tecla"; sentí el temor. Y así fue. Me pareció que era algo exagerado, pero cuando ayer me sorprendía la trágica noticia, pensé: ¡Qué grave es la situación de nuestra patria!.
Si es verdad que la muerte del Padre Palacios es en venganza de la muerte del día anterior -como se dijo de la muerte del Padre Navarro también: como una venganza del secuestro y asesinato del día anterior- ¿en qué se fundan estas venganzas?. Por eso, yo creo que esta denuncia de la muerte del padre está clamando justicia. Aquellos que tienen en sus manos la fuerza del poder controlar estas fuerzas del infierno y del asesinato tienen que controlarlas. Cuando se quiere, se hace. Recuerdo cuando amenazaba la misma institución fantasma a los padres jesuitas, el Presidente de la República hizo un llamamiento a la cordura y se detuvo la matanza. Luego se puede cuando se quiere.
¿Hasta cuándo vamos a estar soportando estos crímenes sin ninguna reivindicación de justicia?. ¿Dónde está la justicia en nuestra patria?. ¿Dónde está la Corte Suprema de Justicia?. ¿Dónde está el honor de nuestra democracia si han de morir así las gentes como perros, y se quedarán sin investigar las muertes como la del Padre Rafael?. Yo pido y exijo en nombre de la ciudadanía que se investigue y que se ponga coto a esta espiral creciente de la violencia, siendo así que, por lo menos, una de las ramas está bajo el control de quienes pueden detenerla.
El pecado estructural instalado, enquistado en nuestra sociedad, ya casi nos ha hecho insensibles. Es tremendo pensar que por el temor de un peligro posible comunista se olvide el pecado ya realidad entre nosotros. Es necesario que en esta hora en que recogemos una víctima de esas estructuras injustas, reflexionemos la necesidad urgente de estructurar de otra manera la vida de nuestro país. ¡Quienes tienen en sus manos las riendas de la dirigencia del país y de las clases poderosas tienen que hacer valer esa fuerza que la represión la hace sentir tan violenta!. También ¿por qué no se usa para refrenar las fuerzas de la derecha, que también son estúpidas y violentas?.
¡Pobre Padre Rafael, has pagado lo que lógicamente esperaba tu ministerio de denuncia, de aclaración a esta situación de nuestra patria!. Rafael conocía nuestra realidad y la enfocaba desde una luz evangélica que no puede prescindir de iluminar las injusticias, los desórdenes, los atropellos; y esto, naturalmente, hace levantar la mano soberbia del que peca y no quiere que le digan que está pecando.
b) La muerte del Padre Rafael denuncia el pecado de la Iglesia
Por eso digo también, con humildad y con respeto, que la muerte de Rafael denuncia el pecado de la Iglesia. Perdonen, hermanos, todos somos Iglesia y en las horas en que la familia se reúne a recoger un cadáver, tiene que decir con franqueza: "Tal vez hemos tenido algo de culpa". Recojamos nuestra culpa; el pecado también es triste herencia de la Iglesia compuesta por hombres. Aunque su mística es una tendencia continua a la conversión, hay muchos que no se dejan arrollar por esa corriente de conversión; entonces tenemos que el sacerdote que trata de ser fiel a denunciar esta situación injusta en el mundo no encuentra el apoyo tal vez en sus pastores, en sus hermanos sacerdotes o en el pueblo mismo de Dios, y tal vez, hermanos, hemos colaborado a esos señalamientos injustos que ya marcan a un sacerdote como un sentenciado a muerte.
Yo creo que la muerte del Padre Rafael debía hacernos pensar y reaccionar, de investigar la doctrina que predica, de ser amplios en comprender las revoluciones de la Iglesia y, en vez de instalarnos en una comodidad que no quiere la evolución en la vida de la Iglesia, tener el valor de seguir a aquellos que se preocupan por estar al día en esa voz de la Iglesia y no condenarla, no calumniarla, no dudar de ella. La corrección fraterna sería lo primero: el amor. La denuncia hecha con amor aún dentro de la Iglesia nos es necesaria; pero jamás dar la mano al enemigo para poner en sus manos, tal vez, el arma que después acabará con los miembros queridos de nuestra Iglesia.
Es hora de reflexionar sobre el pecado de la Iglesia que todos lo podemos cometer; y porque el que denuncia tiene que estar dispuesto a ser denunciado, lo estoy diciendo con franqueza cristiana y evangélica a los cristianos, empezando por mí mismo, un análisis de nuestro comportamiento frente a las exigencias de una Iglesia que no puede volver atrás en su compromiso preferencial por el pobre, en su denuncia del pecado y en todo aquello que la hace hacerse seguidora de nuestro Señor Jesucristo.
c) La muerte del Padre Rafael denuncia su propio pecado personal
Por eso hablo también de que en esta hora la voz de la sangre del Padre Rafael nos ha convocado para celebrar esta eucaristía y pedir misericordia también para él: su propio pecado. ¿Qué sacerdote no siente que es un pecador?. Y en el momento de ofrecer el sacrificio es el primero en recordar al pueblo: yo confieso ante Dios que soy un pecador y pido a ustedes que rueguen por mí.
La hora de la sinceridad, la hora de la muerte, no es para echar velos de hipocresía sobre los pecados, los defectos, las deficiencias del hombre muerto. Cualquiera de nosotros podría señalar defectos en el Padre Palacios pero en esta hora es la hora de decirle: Señor, perdónalo porque él también necesita tu misericordia y tu perdón. Así es como esa sangre con toda la sinceridad clama contra el pecado en cualquier parte en que se encuentre.
Yo decía que esta voz de la sangre derramada por el Padre Rafael nos revela el misterio de la fidelidad. No hay fidelidad sin sangre. El mismo Dios firmó con sangre el pacto de fidelidad con los hombres -el domingo pasado nos lo recordaba la primera lectura la sangre derramada sobre el altar y sobre el pueblo-: manifestación de una comunión vital no se puede expresar sin sangre. Por eso creo que Cristo, el modelo de los cristianos, tuvo que firmar con sangre su fidelidad a nuestro Dios. Y todo el que quiera ser fiel seguidor de Cristo y de Dios tienen que rubricar con sangre ese seguimiento.
Yo quiero decir que este es el gran testimonio que Rafael Palacios nos está dando en esta mañana: una fidelidad en su vocación hasta morir acribillado por el cumplimiento de su deber sacerdotal. Esta fidelidad a la Iglesia, yo puedo constatarla. Una fidelidad que se inspira en el evangelio y desde el evangelio tiene la audacia de denunciar los pecados mismos de la Iglesia, porque lo que interesa es que esta Iglesia sea fiel a Jesucristo, y en ella, la voz de los que quieren ser fieles a Jesucristo, tendrán que encontrar muchas veces algo que decir a los mismos miembros de la Iglesia.
Fidelidad a los pobres. Rafael era pobre a pesar de aquel porte tan digno, siempre limpio, siempre arreglado; era pobre. Lo puedo decir con toda sinceridad y esa fidelidad a la pobreza lo llevó a ser un sacerdote sin afición al dinero. Celebraba la misa, servía sin estar pendiente de los estipendios y de lo que le iban a pagar. ¡Cómo se prostituye el ministerio sacerdotal cuando se hace un comercio!. ¡Y cómo se eleva la fidelidad a la pobreza cuando el ministerio sacerdotal lleva en ese sentido de pobreza!. Es entonces cuando el sacerdote pobre puede hablar también a los ricos, porque el mejor testimonio es la vivencia de pobreza.
Finalmente, queridos hermanos, yo quiero que recojamos en esta hora de sufrimiento de la Iglesia un mensaje de esperanza. Cuando nos matan un cristiano o un sacerdote, ¡claro que nos duele!. Hemos visto llorar y me ha conmovido ese llanto profundo de las comunidades que conocieron al Padre Rafael. "¿Si sembró amor, por qué lo mataron?", me decía un feligrés de él ayer. Porque no debemos llorar sin esperanza, yo creo que este llanto indica que en el testimonio de Rafael, que deja una huella profunda de evangelización en el amor, queda para nosotros la semilla de una evangelización más fecunda.
Yo creo que el testimonio sacerdotal de Rafael, y marcado con su sangre derramada, es más bien un motivo de esperanza. En él vemos el hombre nuevo y el afán que él tenía de hacer esos hombres nuevos que urgen hoy en América Latina: no es sólo cambiando estructuras sino, sobre todo, cambiando corazones. Es la voz de la conversión, es la voz de una evangelización auténtica. Esto es lo que nos hace tener mucha esperanza: en sacerdotes que sepan motivar como Rafael motivaba hace dos días la evaluación de la vicaría de Mejicanos con un pasaje del evangelio de San Lucas. Es así como nos vamos a renovarnos también nosotros en nuestras tareas, que por más santas que sean, pueden complicarse alguna vez con el pecado. Para purificarlas y para que cada día sean más limpias y según el corazón de Dios, necesitamos hombres estrictos no sólo para los demás, sino para sí mismos, como era Rafael.
Esta muerte nos abre a las perspectivas de la trascendencia, de lo absoluto. Rafael ha muerto, su palabra ya no se puede confundir con las voces de la tierra. Y si la calumnia o la mala comprensión quiso confundirla con esas voces que solamente buscan la liberación de la tierra, ahora, cuando a la luz de su muerte podemos comprender que su mensaje nos eleva más allá de la historia y de las realidades de la tierra, su muerte no es silencio, su muerte es la voz más elocuente: no sólo su sangre, que quedó regando la tierra, sino su espíritu, que ha volado al cielo y desde allá nos dice: "Trabajar hasta dejar la sangre en las calles, pero morir con una esperanza que recoge el espíritu sólo para Dios". Así sea...
ÍNDICE GENERAL | CICLO B | ANTERIOR | SIGUIENTE |