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Plan Prawer, el rostro moderno de la limpieza étnica de Palestina
El sábado 30 se llevó a cabo el Tercer Día de la Ira, una jornada de protesta que se extendió desde el Mediterráneo hasta el río Jordán contra el Plan Prawer. Llamado así por el nombre del legislador que lo ideó, el plan pretende destruir 36 aldeas beduinas “no reconocidas” en el desierto del Negev (Naqab en árabe) para construir en sus tierras colonias para población judía. Para ello, unas 70.000 personas beduinas serán desplazadas por la fuerza y despojadas de 800.000 dunams de su tierra ancestral [1].
Se calcula que en Israel hay más de 150 aldeas árabes “no reconocidas” por el Estado en las regiones del Naqab y de Galilea. Las mismas son consideradas ilegales por el gobierno, no figuran en los mapas y carecen de agua corriente, electricidad, teléfono, carreteras, escuelas y centros de salud. En el Naqab, las comunidades beduinas (cuyos habitantes tienen ciudadanía israelí) constituyen un 30% de la población, pero sus aldeas ocupan apenas el 2,5% de la tierra. Antes de la creación del estado de Israel, se desplazaban libremente a través del desierto; ahora, dos terceras partes de la región han sido designadas como campos de entrenamiento militar, inaccesible a la población beduina. La realidad conocida por todos es que grupos de colonos judíos de raza blanca están esperando ansiosamente que la tierra sea despejada de sus habitantes nativos para instalarse en los modernos y cómodos poblados que el Estado construirá para ellos.
El gobierno pretende presentar el plan [2] como una acción “humanitaria” que brindará vivienda adecuada, servicios públicos y “un futuro mejor para los niños” beduinos del Negev, permitiéndoles “integrarse ala estructura de un Estado moderno al tiempo que conservan sus tradiciones”. Pero la realidad es que ninguna de las comunidades afectadas ha sido consultada ni está de acuerdo con el traslado. Y tienen buenas razones: además de perder sus tierras, serán reubicadas en siete asentamientos superpoblados y empobrecidos donde ya otros grupos beduinos fueron concentrados hace años (por eso hay quienes hacen un paralelo con las reservaciones indígenas de EEUU).
“Hemos vivido aquí desde antes de la creación del Estado de Isarel”, declaró Maqbul Saraya (70) a Al Jazeera. "Sentimos que la democracia y la justicia de Israel no se aplican a nosotros”.
Rechazo local y global
En los países árabes vecinos y en varios de Europa, en Turquía, Túnez, Corea del Sur, Kuwait, Canadá y EEUU también hubo manifestaciones de solidaridad el sábado 30 para denunciar lo que se considera la operación sionista de limpieza étnica de mayor envergadura desde la Nakbade 1948.El Parlamento Europeo, el Comité contra la Discriminación Racial de la ONU (CERD) y otros organismos inter-gubernamentales han pedido a Israel que cancele el proyecto, que se convertirá en ley a fin de año. Organizaciones y redes internacionales como Amnistía Internacional, Voces Judías por la Paz, Avaaz, y por supuesto palestinas y algunas israelíes también han criticado el plan y lanzado campañas pidiendo su anulación. Más de 50 intelectuales y artistas británicos (entre ellos Ken Loach, Mike Leigh y Peter Gabriel) publicaron una carta en The Guardian calificando la intención de Israel de desarraigar a la población beduina como “desplazamiento forzado de palestinos/as de sus hogares y su tierra, discriminación y separación”.
En los territorios ocupados hubo protestas en Gaza, Ramala, Jerusalén, Hebrón, Nablus. Pero quizás las imágenes más elocuentes y que tuvieron mayor difusión [3] fueron las de las localidades que se encuentran dentro de las fronteras de Israel –donde la represión tuvo el mismo exceso de violencia que en Cisjordania: gas lacrimógeno, granadas de estruendo, cañones de agua pestilente, palos y patadas policiales y decenas de arrestos. Al ver la profusión de banderas palestinas en calles, plazas y alumbrado público y de rostros envueltos en kuffieyehs, resulta difícil para quien no esté familiarizado con la geografía del país entender que las fotos de Yaffa o Haifa (ciudades costeras que eran joyas de Palestina antes de 1948y todavía tienen una importante población árabe) fueron tomadas dentro de Israel.
Lo mismo vale para la manifestación en la aldea beduina de Hura, una de las que serán afectadas por el plan: las imágenes podrían ser del Valle del Jordán o las Colinas del sur de Hebrón, territorios palestinos ocupados y sometidos a las mismas políticas de desplazamiento forzado de la población nativa para entregar sus tierras a colonos judíos. El paisaje y el pueblo que lo habita son los mismos, y el poder que los oprime también.
En respuesta a la jornada de protesta, el ministro de Relaciones Exteriores israelí Avigdor Lieberman (un colono fanático y ultranacionalista –irónicamente emigrado de Moldavia-, que ha llamado abiertamente a anexar Cisjordania expulsando a la población palestina y a aniquilar a la de Gaza) hizo una de sus habituales declaraciones de racismo explícito: “Estamos luchando por el territorio nacional del pueblo judío, y hay quienes tratan deliberadamente de robarnos esa tierra y controlarla por la fuerza.”
Sionismo al desnudo
Quizás el ‘mérito’ mayor del Plan Prawer, más allá incluso que unir a la población palestina de todos los sectores políticos y geográficos, ha sido poner en evidencia -más que ninguna otra política israelí- la naturaleza y el programa del proyecto sionista: la expansión demográfica y territorial judía y la contención demográfica y el despojo de la población árabe nativa . El objetivo último de estas políticas perfectamente articuladas a ambos lados de la frontera internacional –no reconocida por Israel- es consolidar un régimen que muchos cientistas sociales (como el geógrafo israelí Oren Yiftachel [4] ) han calificado de etnocracia.
Al mismo tiempo, estas políticas revelan la falacia de analizar el conflicto desde el paradigma de ‘los dos estados’ o ‘las fronteras de 1967’. La realidad es un único Estado que, al definirse como judío, requiere para preservar su pureza etno-religiosa eliminar por todas las formas posibles la amenaza demográfica que constituye la población no judía. Eso incluye no sólo robo de tierras, colonización, limpieza étnica y apartheid hacia los palestinos, sino también expulsión masiva de los inmigrantes africanos.
Ese Estado no reconoce otras fronteras que la totalidad de la “tierra de Israel” bíblica y no está dispuesto a cederla a sus habitantes no judíos. No lo estuvieron los primeros líderes sionistas ni lo están los actuales. Todo lo demás –incluida la industria del proceso de paz- es discurso para consumo mediático occidental.
No menos importante, o más, es la cuestión de la integridad del pueblo palestino. Realidades como el Plan Prawer muestran la omisión que implica reducir la cuestión palestina a los 4 millones que hoy viven en Cisjordania y Gaza en menos del 20% de su territorio original: tan injusto como excluir de cualquier solución a los seis millones de refugiados/as dispersos por el mundo es olvidar al millón y medio de palestinas/os que viven dentro de Israel (20% de la población), expuestos a más de 55 leyes de apartheid y políticas de exclusión y desplazamiento por el afán ilimitado de judaización. Mientras no cambie la naturaleza de ese régimen colonial y racista, no habrá paz justa ni duradera –y menos democracia- en esa tierra desgarrada.
Con información de HarrietSherwood en TheGuardian: http://www.theguardian.com/world/2013/dec/01/israel-negev-bedouins-day-of-rage
Más información sobre la resistencia al Plan Prawer en: http://972mag.com/special/prawer-plan-to-displace-bedouin/
Notas
[1] Una dunam equivale a 1000 metros cuadrados.
[2] Este video de propaganda se ha colocado en los sitios web de las embajadas israelíes en el mundo: https://www.youtube.com/watch?v=bBr4gY4MPPI
[3] Ver por ejemplo: http://972mag.com/photos-day-
[4] “Etnocracia. Políticas de tierra e identidad en Israel/Palestina” (Bósforo, Madrid. 2011).
Fuente original: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177740
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