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Escucha, Israel
La tregua no basta. La sangre inocente de los niños, las mujeres, los civiles de Gaza, y hasta la sangre desesperada de sus milicianos clama contra ti desde el fondo de las ruinas, desde el fondo del drama. Tú, Abel de tantos crímenes a lo largo de la historia, te has convertido en Caín para tus hermanos palestinos. Se han tornado los papeles. En ellos te grita la sangre de Abel. Y su grito no cesará hasta que no te duela su dolor, respetes su dignidad, reconozcas sus derechos y repares sus ruinas.
También de ellos, no solo de ti, hablaba el Infinito Ardiente, cuando dijo a Moisés desde la zarza en llamas: “He visto su dolor, he oído sus gritos, conozco su sufrimiento. Bajaré a liberarlo. Vete a liberarlo”.
No tendrás paz hasta que no les hagas justicia. No serás libre mientras no liberes a tus hermanos palestinos, esclavizados y masacrados por ti, bombardeados por tierra, mar y aire tras haberlos encerrado en esa mísera franja de 40 km de largo por 7 de ancho donde viven hacinados casi dos millones de personas, en ese resto devastado de lo que durante milenios fue su tierra, hoy convertida en cárcel o tumba.
Vuelve a escuchar los oráculos de tus antiguos profetas, faros y vigías de la historia universal. Secunda si no es más la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”, una ley humanitaria cuando tus antepasados la formularon, pues quiso poner freno a la venganza desmedida: “Al que te arranque un ojo, no le arranques los dos”. Tú, en cambio, por cada uno de tus soldados muertos has matado a 30 palestinos, niños, mujeres y civiles en su gran mayoría, y aún consideras inadmisible esa proporción.
Jesús de Nazaret, otro de los tuyos, profeta rebelde y compasivo, fue mucho más lejos: “No respondas al mal con mal”. Más todavía: “Ama a tu enemigo. Y al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra”. ¿Estaba loco Jesús? ¿Acaso es aplicable tal principio en política? Tal vez no lo sea. ¿Pero de qué sirve una política no inspirada en la compasión? Mira a qué conduce la venganza. Mira a dónde vamos, a dónde vas.
Tú dices: “Tenemos derecho a existir como pueblo, a tener una tierra y a vivir seguros en ella”. Tienes razón. Rotundamente razón. Has sufrido demasiado durante miles de años. Has sido deportado, exiliado, perseguido. Has sido exterminado. Tu conciencia de pueblo y la historia de los horrores padecidos son tu argumento, y es inapelable.
Pues bien, hoy está en tu mano, más que en ninguna otra, la realización de ese tu derecho a vivir en paz en tu tierra. Pero escucha, Israel: nunca lo lograrás mientras tu política y la de tus aliados nieguen igual derecho a tu pueblo hermano. La tierra que la ONU os otorgó en exclusiva en 1948 era una tierra habitada por otros, y ahí se originó esta trágica confrontación de derechos, que la guerra desigual e interminable entre la violencia prepotente de vuestro Estado vencedor y la violencia desesperada de los vencidos, invencibles por desesperados, ha vuelto cada vez más trágica e insoluble. Pero después de 66 años, es claro como el agua del Hermón que ni la violencia de tu Estado ni la violencia de Hamás son solución; ambos se necesitan más bien para legitimar su objetivo común: la eliminación del enemigo. Avanzáis al infierno por el mismo camino.
¿No habrá, pues, más horizonte que el infierno compartido? De ti depende, Israel, más aun que de los palestinos. Cumple la resolución 242 de la ONU, una y otra vez reiterada, y siempre violada por ti, apoyado por amigos poderosos. Vuelve a las fronteras de 1948, abandona los territorios ocupados en la guerra de 1967, desmantela los asentamientos, accede a compartir la capitalidad de Jerusalén, busca la solución más justa y razonable posible a los 5 millones de refugiados palestinos. Si quieres, puedes.
Mira a los niños de Gaza, huérfanos de todo, que sin embargo juegan en las playas o en las ruinas de sus casas. Ellos no pueden ni saben, pero sus ojos te revelan la única solución justa. Y escucha a tus mejores ciudadanos que se manifiestan en tus calles contra la política criminal e insensata de tu Gobierno. Tampoco ellos pueden, pero conocen el único camino. Ellos y los niños de Gaza te enseñan cómo podrás vivir en paz en tu tierra.
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