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Reflexionando la realidad a la luz de Monseñor Romero - 20
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325. El que denuncia debe estar dispuesto a ser denunciado
“Los pobres son el grito constante que denuncia, no solo la injusticia social, sino también la poca generosidad de nuestra propia Iglesia”. Y por supuesto no solo la “poca generosidad”, también la falta de valor profética, la falta de una verdadera “evangelización”. Muchas veces en las Iglesias nos contentamos con seguir reproduciendo los ritos religiosos. No es posible que un niño/a que ha pasado por unos meses de catequesis donde tenía que aprender los dos credos, unas cuantas oraciones, aprender a confesarse y a portarse bien en el templo, al confirmarse se le vaya a llamar “adulto en la fe”. Sabemos que no es así, sino se sigue repitiendo. Evangelizar tiene que ver con descubrir a Dios presente en la historia, es ir al encuentro con Jesús, es comprometerse día tras día en la construcción del Reino (justicia, verdad, libertad, misericordia, fraternidad solidaria, vida,) de Dios.
La Iglesia debe estar dispuesta a ser denunciado cuando se encierra en lo religioso olvidándose del Evangelio, de la vida de Jesús presente hoy en los que tienen hambre y sed…. No es con dogmas, ritos, cánones y con ritos que el mundo se salvará, sino con acciones concretas de denuncia del pecado y de anuncio de la vida. No pocas veces encontramos iglesias que ponen el evangelio al servicio de la religión, en vez de poner la experiencia y vivencia religiosa al servicio del Evangelio, de la evangelización, de Jesús.
326. La pobreza es una espiritualidad
No pocas veces se menciona la oración y el culto cuando se habla de la espiritualidad de una persona o comunidad. Monseñor Romero dice que “la pobreza” es una espiritualidad: la actitud creyente de estar abierto a Dios. Son los y las pobres del mundo que conservan la esperanza de un mundo diferente, que realmente son libres para recibir los dones del Dios de la vida. La pobreza es una toma de conciencia aceptando la cruz y el sacrificio, una entrega, una disponibilidad al Señor y así las y los pobres serán “los mejores liberadores de su propio pueblo”. ES la misión de la Iglesia “forjar estos liberadores del pueblo”.
Por supuesto que Monseñor no santifica la pobreza, la miseria, ni la acepta con destino, ni como la voluntad de Dios. Sabe que es pecado y pecado mortal de parte de las y los responsables de tanta explotación económico y exclusión. Vivir esta espiritualidad de la pobreza es no ponerse de rodillas antes los falsos dioses del poder y del dinero.
En nuestras CEBs se ha propuesto apartar algo importante de nuestro presupuesto para “gastos navideños” (por muy sencillos que sean) para un aporte solidario a familias más pobres que las nuestras. Desde la espiritualidad de la pobreza liberadora nace la solidaridad y la esperanza.
327. Bienaventurados los pobres de espíritu
Nuevamente Monseñor aclara que se ha tergiversado tanto la expresión evangélica de “pobres de espíritu” hasta sugerir que en el fondo todos somos pobres, hasta el mayor explotador y opresor. El pobre de espíritu siempre será alguien que “carece, sufre explotación y opresión”, es decir “quien necesita de Dios para salir de esta situación”.
Los que están de rodillas ante los ídolos del poder, de la riqueza, del placer, de la “organización” (el partido), hasta la misma institucionalidad de la iglesia puede convertirse en ídolo, no necesitan del Dios de la Vida. Más bien se esconden de ese Dios, lo callan y matan a sus profetas.
Sin cierto grado de pobreza y limitaciones materiales, difícilmente se llega a ser “pobre de espíritu”. No se puede separar los “pobres de espíritu” del Evangelio de Mateo de “los pobres” del Evangelio de Lucas. Por supuesto que no todos los “pobres” son “pobres de espíritu”, pero solamente las y los pobres, solamente en la profunda solidaridad con las y los pobres y sus luchas se puede llegar a ser “pobres de espíritu”.
328. La dimensión política de nuestra fe
Para dar un ejemplo sencillo de la dimensión política de la fe, Monseñor Romero recuerda una frase del Magnificat de María: “derriba del trono a los poderosos”. Lo llama una expresión “insurreccional”. Dios mismo – canta María, la madre de Jesús – derriba del trono a los poderosos. Algún día llegará su fin por que dañan la vida del pueblo. Pero al mismo tiempo esta fe en ese Dios que derriba del trono a los poderosos motiva a las y los explotados a colaborar activamente en ese “derribamiento”. María lo ha vivido y seguramente lo compartió con Jesús que tenía bien claro el horizonte del Reino de Dios. Recordemos esa frase “a Dios lo que es de Dios” y no al “poderoso”, “a los ídolos”. Dar a Dios lo que es de Dios, no se refiere a “diezmos” y otras contribuciones que las iglesias piden, sino a asumir la causa de Dios, la causa del Reino, las dinámicas de ese derribamiento de los poderosos.
Da lástima ver como nuestro pueblo a 25 años de los Acuerdos de Paz no ha podido recuperar la conciencia organizativa, ni la fuerza integradora de la organización del pueblo. Ante la pasividad del pueblo ha crecido la corrupción, el abuso de los fondos públicos, también la violencia social. El derecho a la sindicalización ha sido manipulado para formar sindicatos “patronales” que ya no son del pueblo. Ante el poder manipulador de los medios de comunicación (casi en su totalidad en las manos de los idólatras del poder y del dinero), el pueblo se deja dominar. ¿No dijo el Papa Francisco hace poco que dejarse dominar por esos medios es como comer heces? Claro que el pueblo se enferma, se hace enfermizo y los poderosos se fortalecen en sus tronos. Por supuesto hay una gran responsabilidad de las iglesias y sus pastores. Monseñor Romero supo promover ese dimensión política fundamental de nuestra fe en Jesús y el Dios del Reino.
329. El prestigio de la Iglesia
Muchas veces en la historia de la civilización “cristiana” se ha valorado el prestigio de la Iglesia, el reconocimiento de la Iglesia y sus (altos) funcionarios, por las relaciones estrechas con la clase dominante, con las familias más ricas de la nación. Así reciben a obispos y sacerdotes, así se recibe “abundantes” donaciones para “la obra de Dios” (como construcción de templos). Claro, eso era el pensamiento verídico del Emperador Constantino cuando convirtió el cristianismo en la religión oficial del imperio: colmar de bienes (de lujo) a los pastores de la Iglesia, estos se transformarían en “justificadores de la explotación, de la corrupción, ..” Lo hemos visto tantas veces en la historia de las Iglesias.
Sin embargo en cada época ha habido comunidades y pastores que saber que el prestigio de la Iglesia es la presencia de las y los pobres: cuando los pobres se sienten en casa, cuando los pobres siente la iglesia como suya. Y además, dice Monseñor Romero, solamente desde ese prestigio la Iglesia será capaz de llamar a los ricios y poderosos a convertirse, a dejar de hacer leyes y sus escapes, a dejar de explotar al pueblo, a dejar de oprimir y reprimir, a dejar de acumular riquezas robadas al pueblo.
Hace unos años leí un estudio que decía que en América Latina (originalmente un continente católico romano), las y los pobres están integrándose masivamente en Iglesias evangélicas, mientras la Iglesia romana se está quedando con clase media hacia arriba. No sé si es cierto. En una valoración de nuestra experiencia como CEBs, un hermano dijo esta semana: me siento muy bien en esta experiencia de Iglesia, porque aquí somos “comunidad”, vivimos la fraternidad (no nos limitamos a llamarnos con “hermano o hermana”. Esta fraternidad solidaria nunca la he sentido en ninguna parroquia. Una Iglesia de masa (vale también para las mega iglesias evangélicas) pierde totalmente tanto el sentido crítico y profético del Evangelio como la dimensión comunitaria donde las y los pobre sienten y sabe que la Iglesia (la comunidad, la CEB) son ellos/as
330. La pobreza es un compromiso
Estamos acercándonos a otra Navidad. Da lástima que los cantos (villancicos) de las posadas se oigan mucho más fuerte que las voces proféticas de los personajes del Adviento. Al otro lado está el consumismo del comercio que con símbolos religiosos o semi religiosos tratan de atraer y atrapar al máximo de compradores para obtener así el máximo de ganancia, mientras las y los trabajadores en esas tiendas deben trabajar muchas horas más y con salarios de hambre.
“Seguir a Jesús” es la dinámica de la fe cristiana. De esto nadie duda en teoría, pero la práctica es diferente. Navidad es la memoria subversiva de la encarnación del Dios de la Vida, de la Liberación, de la Misericordia en la historia humana: se hizo humano y para hacerse humano se hizo “pobre, perseguido, refugiado, amenazado, excluido”. Su madre le abrió el horizonte del Reino que mina los tronos de los poderosos, y como adulto joven asumió todas las consecuencias de esa pobreza, hasta la muerte de esclavos rebeldes.
Dice Monseñor Romero: “El cristiano que no quiere vivir ese compromiso de solidaridad con el pobre, no es digno de llamarse cristiano”. Creo que se puede ir más allá, diciendo, que quien no vive esa solidaridad concreta y exigente, no es cristiano/a aunque vaya a misa y haya recibido todos los sacramentos. La solidaridad activa y concienciadora con familias más pobres que la nuestra es el medidor de nuestra fe en Jesús y el Dios de la Vida.
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