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Día a día con Monseñor Romero. Libro II. Monseñor Romero - Hombre de Dios.- 14
80. Que nuestro sol, sea Dios
Así como el sol garantiza la vida en la tierra, Monseñor nos invita a vivir “una vida teocéntrica”, una vida centrada en el Dios de la vida. Esto quiere decir en primer lugar: no centrada en los falsos dioses del poder (político y otros..), del dinero, de la organización,…. Creemos que en Jesús de Nazaret Dios mismo se hizo humano, se “encarnó”, se humanizó, se hizo historia concreta y asumió todos los riesgos. Jesús nos ha dado el ejemplo de una vida “teocéntrica”: se vive centrado en Dios dando todo para dar vida a las y los demás, especialmente a las y los pobres (las y los crucificados de la historia). Creemos que en Monseñor Romero Dios mismo pasó por El Salvador y que ahí nos habló con toda claridad, enseñando el camino (el camino de Jesús, el camino de Dios).
Luego Monseñor nos pide que vivamos “con un profundo sentido escatológico”. Los pasos históricos de cambio social, económica, política siempre serán provisionales, a medias, … Siempre necesitarán iluminarse a la luz de Dios mismo y caminar hacia el horizonte del Reino. Un partido de izquierda, un partido que se llama revolucionario no es Palabra de Dios, no es el horizonte del Reino. Desde la fe tenemos que hacer nuestros aportes críticos para evitar que – lo leí hace poco – la revolución come a sus propios hijos. Que nuestro sol sea Dios.
81. El don de la fe
Al hablar del don de la fe, Monseñor Romero menciona su alegría al ver como sacerdotes, cristianos, religiosas, catequistas están formando esas comunidades de fe, comunidades de base, pequeños grupos de donde la Biblia orienta, se reflexiona y la fe crece.” Se trata de pequeños grupos de hermanos/as que en primer lugar viven la fraternidad solidaria. CEBs deben ser reconocidas por su manera de vivir esa fraternidad solidaria. Se trata de grupos que, con sus pies en la tierra y en la historia, se ponen debajo de la luz de la Biblia. Ayudarnos a entender el mensaje bíblico en sus contextos, en su mensaje literario,… es tan importante. Y por último, Monseñor menciona que en las comunidades se reflexiona críticamente la realidad en esa dinámica de Realidad – Biblia – Realidad. Y todo esto para que la fe pueda crecer: ver – reflexionar – actuar – celebrar – valorar…… y nuevos pasos.
El don de la fe no es para conservarlo “puro”, sino para sembrarlo en la realidad histórica de la vida personal, familiar, comunitaria y de pueblo. En esa siembra nuestra fe puede crecer. Oremos nos pide Monseñor: “Señor auméntenos la fe”. Nadie es dueño de la fe, nadie es propietario de la fe en el Dios de la vida. Todos y todas podemos crecer. Las comunidades eclesiales de base son una experiencia concreta de vida. Juntos oramos pidiendo a Dios, Madre y Padre, que nuestra fe pueda crecer y dar verdaderos frutos.
82. El resonar de Dios
“Yo no soy más que el humilde resonar de Dios en este pueblo”. Ojalá que cada cristiano/a, cada comunidad cristiana fuera de verdad “el resonar de Dios en nuestro pueblo”. Podemos valorar las expresiones culturales que nacieron a partir de tradiciones religiosas, sin embargo no son el resonar de Dios en este pueblo!!!! Y hasta podemos preguntarnos, o debemos preguntarnos, si nuestras liturgias son entendidas, vividas como ese resonar de Dios en nuestro pueblo. No es porque repetimos textos bíblicos, rezamos salmos, cumplimos con los cánones de la liturgia, que somos “el resonar de Dios en nuestro pueblo”. Tengo la impresión que las Iglesias (en su totalidad y su diversidad) se han convertido en expresiones religiosas tradicionales que ya no son entendidos, ni vividos como el resonar del Dios de la vida, del Dios de Jesús, nuestro Madre-Padre. ¿Cómo hacemos resonar a Dios en la política, en el partido, en la economía, en la organización social, en el trabajo, en el colegio,…? ¿Cómo explicar que en nuestro país la gran mayoría es “cristiana” (de una u otra manera), mientras somos un país tan violento, con leyes tan injustas, con estructuras que empobrecen a las mayorías y enriquecen a pocos? ¿Qué pasó y qué pasa con la resonancia de Dios?
83. No soy más que el mensajero de esa Palabra mandada
Nuevamente nos expresa Monseñor Romero que en sus denuncias no se trata de su palabra humana (“mi tosca palabra humana”) sino que es palabra de Dios mismo. “No soy más que el mensajero de esa palabra mandada a todos los pueblos a reprender, a reprochar, a exhortar”. Dios espera que los salvadoreños seamos más honrados, vivamos en más justicia, que haya más respeto. A la vez Monseñor Romero está consciente que también él está debajo de esa palabra divina. “yo mismo también aprendiendo”. Y a la vez nos pide que tratemos de ser mejores cada uno en su propia vocación.
En el caso de Monseñor Romero no era un dicho que reflejara su posición de jerarca de la Iglesia, de quien se supone que refleje la palabra de Dios. Muchos sacerdotes, pastores, obispos,… predican mensajes contrarios al Evangelio de Jesús. Seamos sinceros. Así es. Y aún más: muchos dan un testimonio de vida contraria al Evangelio que proclaman en el culto. Monseñor Romero era un pastor honrado, justo, respetuoso, consciente de la tremenda misión profética que el Señor le había dado. Predicar la Palabra de Dios, ser mensajero de Dios, no es cualquier cosa, no es un pasatiempo, no es una propiedad conseguida, no es un logro obtenido. Predicar la Palabra del Dios de Jesús y ser su mensajero en la historia, nos exige una tremenda humildad crítica, un valor enorme para enfrentarse con los poderes de los idólatras y sus instrumentos. En la oración y en su contacto constante con nuestro pueblo Monseñor lograba asumir esa tremenda misión profética.
84. Hundirse en el corazón de Dios
En esta cita Monseñor Romero nos revela su secreto: “hundiéndonos en el corazón de Dios en momentos de oración íntima con el Señor es cuando aprendemos a ver en el rostro del hombre, sobre todo el más sufrido, el más pobre, el más harapiento, la imagen de Dios, y trabajamos por él.” La sincera oración nos ayuda a evitar mirar las cosas con miopía, con resentimientos, con odios, con violencias”. Pero esa oración solo será sincera, solo logrará “hundirse en el corazón de Dios” en estricto contacto constante y permanente con los hermanos/as más sufridos/as, más pobres, más harapientos/as. En sus rostros visualizaremos el rostro de Dios. En sus palabras escucharemos lo que Dios quiere decirnos.
Monseñor Romero cree que “la fuerza del Espíritu va entretejiendo la historia” humana. Pero ese Espíritu Santo solo se logra percibir desde la dinámica fuerte entre la oración y el encuentro con el pobre, el/la sufriente. Es lo contario de los intereses políticos de los poderes. Es lo contrario de los esfuerzos de la oligarquía que através de ARENA quiere recuperar el país para sus intereses. Jamás escucharán la voz de Dios. Más bien son blasfemos cuando el miércoles de ceniza van a buscar la cruz de ceniza en su frente o cuando llevan una cadenita con una crucita en el cuello. Están hundidos en el corazón de los ídolos: poder, riqueza, organización.
85. Convertirse a Cristo
La actitud fundamental de cada cristiano/a, pastor, sacerdote, obispo,.. debe ser “pedirle a Dios que ilumine mis caminos para no decir ni hacer cosas que no sean de su voluntad, que debo de convertirme a lo que El quiere, que debo de decir lo que El quiere, no lo que conviene a ciertos sectores o me conviene a mi si es contra la voluntad del Señor.”
La oración honesta en el silencio, en la soledad, en la oscuridad de la noche o a la luz del amanecer, en la naturaleza (en el cerro, donde oraba Jesús), en a solas en un cuarto, … es tan fundamental para discernir entre la voluntad de Dios y los intereses (personales y de ciertos sectores). Para que esa oración sea sincera, al desnudo, debe insertarse en el contacto vivo y constante con “las heridas del Señor en la historia de hoy”, es decir con las y los pobres, excluidos, sufrientes, sin trabajo, sin educación, sin vivienda,….
La tentación de hacer prevalecer mis intereses personales y de mi grupo es real. La tentación de dejarse utilizar por “ciertos sectores” – entendemos sobre todo esos sectores de poder y dinero que han tenido a las iglesias amarradas y calladas gracias a las donaciones de sus benefactores – es real. Todos debemos convertirnos constantemente a Cristo.
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