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Día a día con Monseñor Romero. Libro II. Monseñor Romero - Hombre de Dios.- 32
210. No para tener más, sino para ser luz.
Por supuesto en nuestro pueblo hay una buena cantidad de personas que viven “su profesión como un servicio a la humanidad”, que “como lámpara se van consumiendo, mientras ilumina como comunidad y como Iglesia”. Pienso en el servicio que prestan tantos/as promotoras de salud, enfermeras/os, médicos, también maestros/as, trabajadores/as sociales, …… Son las personas que hacen “hermosa la sociedad”.
Sin embargo en su homilía Monseñor Romero se dirige a los profesionales denunciando”cuando ambicionan vivir su profesión para tener más, para enriquecerse más”. En el sector salud vemos (no pocas veces) la tremenda contradicción de médicos, especialistas, que (a veces a mala ganas) trabajan en el sistema público o en el seguro, unas horas por la mañana, pero por la tarde acumulan en su consultorio privado. A lo mejor existen abogados honestos, al servicio de la justicia y la verdad, pero en este país da la impresión que el gremio de los abogados está borracho de corrupción. Se podría dar mucho más ejemplos, también de los profesionales (¿) de la política. Monseñor habla de “la codicia, el afán de tener, el frenesí del poder, la idolatría”. Pensemos aquí a los profesionales y dueños de los bancos, de las AFP, de los seguros, en las altas esferas de las (grandes) empresas privadas (ANEP y semejantes), a los terratenientes y casatenientes,….. Monseñor recuerda: no para tener más, sino para ser luz.
211. La revelación más sublime.
El título no es un texto de Monseñor. En esta cita Monseñor nos dice: “tu vida no tiene sentido si no es entrando en esta corriente, identificándose con Cristo; porque unido con Cristo, tú estás con Dios y Dios está contigo.” En la misma cita se dirige al pobre en la casa de cartón y al rico en su palacio. En un contexto cristiano, todo el mundo va a estar de acuerdo con Monseñor Romero. Ahora bien, la pregunta es: ¿qué significa identificarse con Cristo?, ¿qué significa “unirse con Cristo”? Hay muchas preguntas semejantes: ¿qué es servir al Señor?, ¿qué es aceptar a Cristo como Señor de mi vida?
En primer lugar me parece importante recordar siempre que la única respuesta a esas preguntas puede y debe vivirse en la vida real, en la vida concreta, en la historia de ahora. Identificarse con Cristo es asumir su causa, que es la causa del Reino de Dios, la causa de los pobres (recordemos: yo tenía hambre, yo tenía sed, estaba enfermo, era forastero (migrante), estaba en la cárcel..) Jesús es un camino a andar, una manera de vivir (de vivir sirviendo a otros/as, para que tengan vida en abundancia).
Solamente asumiendo esa práctica de Jesús podremos expresarlo también en su dimensión religiosa, en la liturgia, en los ritos, en la oración. El grave error en el cristianismo ha sido y sigue siendo limitarse a esa dimensión religiosa, sin asumir la causa de Cristo. Recordemos que al morir Jesús, torturado, asesinado en la cruz, “la cortina del templo se rasgó en dos partes” (Mt 27,51). Su muerte violenta y su resurrección son el fin de una religión encerrada en lo religioso, sin práctica de justicia, verdad, libertad, fraternidad, solidaridad.
212. El Reino de Dios es la verdadera riqueza.
Monseñor cuenta en palabras propias la parábola de Jesús acerca del Reino de Dios: alguien que encuentra la piedra realmente preciosa y superior, vende todo lo anterior para conseguir la más valiosa. Así sucede con quien confía de verdad en el Reino de Dios. Todos los otros valores desaparecen ante lo precioso del Reino: justicia, verdad, libertad, fraternidad, solidaridad, vida, misericordia.
Quizás no podemos trabajar y comprometernos en cada una de esas dimensiones del Reino, pero sin una entrega en serio y radical en por lo menos una de ellas, no estaremos asumiendo las causas del Reino, es decir, las causas de Dios mismo.
Esta cita termina con la pregunta de Monseñor Romero: ¿Qué nos está diciendo con esto el Señor? Hagamos esa pregunta. ¿Dónde están nuestras verdaderas opciones en cuanto a tiempo, importancia, inversión de energía,…? ¿o sería que siempre estamos guardando “piedritas no tan auténticas, ni tan valiosas”, porque son menos exigentes y más cómodas?
213. Discernimiento entre el verdadero Dios de las riquezas y las falsas riquezas.
La cita de hoy viene de la misma homilía de la anterior. Monseñor nos pide reflexionar en seriedad y honestidad: ¿Qué pediríamos al Señor si en una de esas noches el Señor se nos presenta para decirnos: “Te voy a dar lo que me pidas”. En la respuesta real (que nace del corazón) a esa pregunta, “conocemos el criterio del hombre”. O, aún más sencillo. Miremos hacia atrás, miremos nuestra historia concreta, ¿cuáles han sido nuestras prioridades en la vida? ¿Qué ha sido nuestro tesoro? ¿Qué ha sido nuestra mayor preocupación?, ¿para qué hemos vivido y trabajado?
El verdadero tesoro de un valor imposible de medir es el Reino de Dios. Salomón, así nos dice la tradición bíblica, pide a Dios la capacidad “para discernir entre el bien y el mal, un corazón sabio e inteligente”. Poder discernir entre la verdad y la mentira.
214. La gran verdad que llena nuestro corazón.
Con ojos de fe podemos confesar, confiar y vivir desde la verdad que “antes que tú existieras, Dios te amaba y te predestinó para hacerte semejante a Cristo”. Desde antes de nacer, desde el vientre de nuestra mamá, o aún antes… Dios nos ha llamado para ser semejante a Jesús, para vivir como Jesús, para ser de verdad hijos e hijas de Dios, como Jesús mismo. Si nos damos cuenta, hasta la profundidad de nuestra vida, de esa llamada, nada ni nadie nos detendrá. Caminaremos sobre las aguas más violentas y destructivas, aguantaremos calumnias y persecuciones, venceremos toda forma de cansancio y agotamiento. Y esa semejanza a Jesús (su vida, su práctica, sus opciones,..) es lo que nos abrirá también la puerta de la resurrección (“esa semejanza con Cristo te justifica, te glorifica”). ¿Nos atrevemos a vivir esa confianza en esa llamada de Dios?
215. El verdadero tesoro.
Siempre en la misma homilía del 30 de julio de 1978, Monseñor Romero nos invita a alimentar nuestra oración desde lo que la tradición bíblica ha puesto en la boca del rey Salomón. “Señor no me des riquezas; no me des vida larga o corta; no me des poderes en la tierra que embriagan a los hombres; no me des locuras de idolatría de los falsos ídolos de este mundo. Limpia, Señor, mis intenciones y dame la verdadera sabiduría del discernimiento para distinguir entre el bien y el mal; dame la convicción que sentía San Pablo de saberse amado.”
El poder que embriaga a los hombres y a las mujeres. ¡Qué verdad más grande! Lo vemos en la política, en los partidos, en los gobiernos, en el sistema judicial (jueces y magistrados), en toda forma de organización (la tentación del poder!!!), también en las iglesias, también en las familias,….
Las locuras de idolatría, el servicio a los ídolos de este mundo: el poder, la riqueza, el placer, la ideología, las redes sociales, los juegos electrónicos, el consumismo, …. Tanta tentación real en esta historia humana.
La oración diaria podría ser pedirle al Señor de la vida que nos limpie las intenciones y que sepamos discernir con claridad (asumiendo las consecuencias) la frontera entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Monseñor Romero está consciente que nuestras intenciones ocultas (ante los ojos de otros/as, o ante nuestros propios ojos – intenciones inconscientes) muchas veces están ensuciadas, contagiadas, mezcladas,…. De ahí, que el Señor pueda ayudarnos a limpiarlas y así nos sabremos “amado” de verdad.
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