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IGLESIA DE LOS POBRES Y PUEBLO DE DIOS. A los 50 años del concilio
IGLESIA DE LOS POBRES Y PUEBLO DE DIOS.
A los 50 años del Concilio Vaticano II.
“El Papa Juan XXIII, días antes del inicio del Vaticano II, en un radiomensaje relacionado con el Concilio y de manera sorprendente, pronunció unas palabras que nos han marcado mucho”, dice Gustavo Gutiérrez. "la Iglesia de los pobres". Con esta frase "frente a los países subdesarrollados, es decir, frente a la pobreza en el mundo, la Iglesia es y quiere ser una realidad germinal y un proyecto, la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres". Posteriormente, el 7 de diciembre de 1962, al finalizar la primera sesión del Concilio Vaticano II, el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia (Italia), señaló que “la evangelización de los pobres no debía ser uno de los tantos temas del Concilio, sino la razón central para la unidad de los cristianos”.
No obstante, otros temas opacaron este aspecto que, hasta hoy, afecta a dos tercios del género humano “que es ultrajado por las inmensas riquezas de una minoría”
.
La Iglesia de los pobres y la pobreza evangélica en todas sus dimensiones espirituales, culturales e institucionales, cayó en el vacío, para ser retomada por la Iglesia de América Latina en las asambleas episcopales de Medellín y Puebla, asumida como Pueblo de Dios y, como afirma el teólogo Jon Sobrino, solo "después de silencio de siglos, el Concilio proclamó que la Iglesia es "pueblo de Dios”. Se superaron concepciones de la Iglesia poco evangélicas, como la sociedad perfecta, o poco históricas, como la de cuerpo místico. Esto propició un espíritu eclesial positivo, fruto de una mayor cercanía al Evangelio, al asumir que “la Iglesia es la congregación de todos con igual dignidad, por lo cual el pueblo de Dios es presentado, no solo cronológica, sino esencialmente, antes de la diferencia entre jerarquía y laicos. El pueblo de Dios está en la historia humana, caminando entre peligros y tribulaciones”.
Ser Pueblo de Dios remite al misterio absoluto, sin los apoyos tradicionales e institucionales más bien ligados al poder. El Dios “de un pueblo” no es un Dios estático, sino “en marcha”, que exige “practicar la justicia y amar con ternura”. (Miqueas 6, 8). Ello implica igualdad y libertad, porque todos los bautizados forman parte del pueblo con igual dignidad, puesto que la verdad de la fe es comunicada en directo a la totalidad de los creyentes.
En Medellín, en el capítulo “Pobreza de la Iglesia” se recoge el planteamiento de vivir “en pobreza y sin poder”, desde la pobreza real y la opresión de las mayorías del continente latinoamericano, de lo que emana la comprensión de la misión de la Iglesia en la búsqueda de la paz como fruto de la justicia.
“Volver” al Concilio, a Medellín, a Monseñor Romero no es nostalgia ni ingenuidad, sino una manera de formular la necesidad de conversión de la Iglesia, no por volver al pasado sino al “principio” profético de cercanía a Dios y a su liberación, lo que se manifiesta en justicia, solidaridad y lucha contra los ídolos que buscan y mantienen víctimas para subsistir.
Comité Obispo Oscar Romero de Chile.
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