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DE LUTERO, “GRAN HEREJE” A REFORMADOR DE LA IGLESIA
DE LUTERO, “GRAN HEREJE” A REFORMADOR DE LA IGLESIA
Conferencia pronunciada en la Iglesia Anglicana de San Salvador el 23 de septiembre de 201
JUAN JOSÉ TAMAYO
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017)
Por primera vez Alemania ha declarado fiesta nacional el 31 de octubre en conmemoración de la fecha en la que se cree que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en torno a las indulgencias y las reliquias en las puertas de la iglesia de Wittenberg. Lo que empezó siendo una experiencia religiosa atribulada de un joven profesor de filosofía y de teología en la Universidad de Wittenberg (Alemania), abrumado por su acusada conciencia de pecado, preocupado por la salvación e insatisfecho con la rígida disciplina de la orden agustiniana a la que pertenecía, terminó por convertirse, a principios del siglo XVI, en una Reforma radical de la Iglesia cristiana, anclada hasta entonces en la Edad Media. Una Reforma con imprevisibles consecuencias políticas y sociales, que desembocó en la más dramática ruptura de la unidad religiosa de Europa y en guerras de religión, pero también en el nacimiento de la nueva Europa y de una Iglesia más encarnada en la realidad histórica y más fiel al Evangelio que la Iglesia de Roma.
El brillante profesor universitario artífice de la Reforma protestante, que, con poco más treinta años, dio un giro copernicano a la Cristiandad y a Europa, fue Martin Lutero, nacido en 1483 en Eisleben, junto al bosque de Sajonia, en el seno de una familia campesina muy religiosa. Allí recitaba diariamente el rosario, rezaba con fervor a los santos y a la Santísima Virgen María, veneraba las reliquias, buscaba ganar las indulgencias para librarse de las penas del purgatorio, tenía un miedo cerval a la condenación eterna, creía a pies juntillas en la presencia real de Cristo en la eucaristía y se confesaba con verdadero temblor de sus pecados para librarse de las penas del infierno. Prácticas que él mismo se encargó de desmontar de manera iconoclasta posteriormente porque carecían de fundamento bíblico y respondían más a una religión del temor que del amor.
El clamor por la reforma de la Iglesia
Lutero no fue el primero que propuso un programa de Reforma para la Iglesia de Roma. A lo largo de más de un siglo se habían sucedido otros intentos y propuestas similares. El teólogo inglés Wicleff (+ 1384) consideraba la Biblia única fuente y regla de fe y había negado la institución divina del Pontificado romano. El teólogo checo Jan Huss (+ 1415) defendía abiertamente que el papado era de institución imperial, y no divina, y que la obediencia eclesiástica no era conforme con el Evangelio. Engañado por Roma, terminó en la hoguera tras ser condenado por el concilio de Constanza, el mismo que se autodefinía como “Concilio general que representa a la Iglesia católica militante y recibe su poder de Cristo”, cuyo objetivo era la reforma universal de la Iglesia en la cabeza y en los miembros, y cuyas conclusiones eran de obligado cumplimiento para todo cristiano, incluido el papa. Opinión compartida por prestigiosos teólogos como el español Juan de Segovia y el cardenal Nicolás de Cusa.
La propuesta se plasmó en la doctrina conciliarista, que defendía el concilio como forma habitual de funcionamiento de la Iglesia y consideraba la autoridad de este por encima de la del papa. Se ponían así las bases para la democratización y la reforma de Roma, que no pasaron de simples propuestas.
Las demandas de Reforma estaban muy extendidas y surgían de todos los rincones: desde los campesinos a los humanistas, y no podían detenerse por más tiempo. Inmerso en ese clima reformista, Lutero no desaprovechó la ocasión y puso manos a la obra. No tardó en tomar conciencia del cambio de era que se estaba produciendo y que el historiador inglés Fraude describe así: “De hecho se estaba produciendo en el mundo un cambio cuyo significado y dirección aún hoy están ocultos para nosotros, un cambio de era a era. Los caminos trazados por el paso del tiempo se borraban, las cosas antiguas morían, y la fe y la vida de diez siglos se desvanecían como un sueño”.
Lutero: respuesta a los desafíos de su tiempo. Aspectos más importantes de la Reforma
Cuando la Iglesia romana se sabía todas las respuestas los nuevos climas culturales le cambiaron las preguntas y no fue capaz de captar el cambio y menos aún de aportar las respuestas adecuadas. Enrocada en la Cristiandad medieval como única forma de vivir la fe cristiana, siguió dando respuestas del pasado a los desafíos del presente. Lutero, empero, se tomó en serio las nuevas preguntas e intentó responder a ellas con coherencia y honestidad, desde una auténtica inspiración religiosa, mirando al Evangelio y a la realidad cambiante.
Ejerció, primero, la función crítica, condición necesaria para toda Reforma. Muy pronto constató y denunció la corrupción de la Iglesia con la misma radicalidad con la que estaba produciéndose. Una corrupción que se dejaba notar especialmente en la cúpula, que comerciaba con lo sagrado de manera simoniaca, anunciando la liberación de las penas del purgatorio a través de las indulgencias. La indignación del fraile agustino por el uso mágico-supersticioso de la indulgencias estuvo en el origen de la revolución copernicana eclesial que Lutero puso en marcha..
La Iglesia estaba aliada con el poder y se mostraba más preocupada por sus intereses terrenales que por la salvación de las almas. Lutero la definía como “una hidra, un monstruo de muchas cabezas, un submundo de simonía, avaricia, pompa, crimen y todas las demás abominaciones (de la curia romana)”. La institución eclesiástica enterraba la subjetividad de la fe bajo los cascotes de las pompas mundanas.
Al deterioro eclesial se sumaba una teología que había caído en un escolasticismo doctrinario, en un argumentario vacuo e insensible a la realidad cambiante, en un estado de senilidad incapaz de recuperar la frescura de la primera escolástica. Una teología que respondía a preguntas que muy pocos mortales se planteaban. Lutero solía decir con la rudeza que le caracterizaba, que leer a los escolásticos era como ordeñar a un macho cabrío. Da el tiro de gracia, metafóricamente, a esa teología y elabora un discurso religioso centrado en el Crucificado y en la Cruz encarnado en las situaciones de sufrimiento humano.
Era necesario volver a la vida evangélica, recuperar la experiencia comunitaria del cristianismo primitivo y vivir la fe desde la propia subjetividad. En eso consistía la reforma, que, según Lutero, no era incumbencia del papa ni de los cardenales, sino de toda la Cristiandad y, sobre todo, de Dios, que es el verdadero protagonista. Una reforma que empezaba por la renuncia del papa al poder temporal y el retorno a la oración y a la palabra de Dios, continuaba con la crítica de los sacramentos, muchos de ellos sin base bíblica y convertidos en prácticas más paganas que cristianas, y culminaba con la abolición de la corte pontificia y de los gestos de adulación al papa, como besarle pos pies o llevarlo a hombros.
Tan importante como el nuevo modelo de Iglesia que proponía la reforma era el nuevo modo de vida en el seguimiento de Jesús. El protagonismo de los seglares sustituye al de los clérigos. Surge así una Iglesia cuya base sociológica y vital son los laicos y no los ministerios ordenados.
La Reforma supuso un giro de 180 grados al interpretar la Biblia no desde la tradición, desde el magisterio, en definitiva, desde el poder, como legitimación de la jerarquía eclesiástica, sino desde la subjetividad del creyente, sobre la que no tiene autoridad el papa. Este, decía Lutero, “abusa de la Escritura. Niego que esté por encima de la Escritura”. Tal planteamiento está en la base del descubrimiento de la subjetividad y de la libertad de conciencia, y marca el origen de la Edad Moderna.
La Reforma comienza propiamente el 10 de diciembre de 1520, cuando Lutero quema públicamente la bula papal de excomunión: la conciencia se coloca por encima de la tiara; el creyente se libera de la autoridad papal y empieza a vivir su fe como persona adulta. Lo que viene después no es otra cosa que la puesta en práctica de este acto subversivo en cada una de las esferas de la vida de la Iglesia, con sus aciertos y errores, que de todo hubo en la Reforma.
Quienes realmente salvaron a Lutero y facilitaron el triunfo de la Reforma frente a las instancias romanas inquisitoriales fueron los príncipes -y muy especialmente el de Sajonia Felipe-, quienes se enfrentaron a su majestad católica el emperador Carlos V y a la mismísima Roma. Sin ese apoyo Lutero hubiera terminado en la hoguera como un siglo antes el reformador checo Juan Hus y casi un siglo después Giordano Bruno. Fueron ellos quienes, al negarse a aceptar las condiciones impuestas por el Papa, facilitaron, e incluso alentaron, la actividad reformadora y, con la firma de la confesión de Augsburgo, redactada en tono moderado por Melanchton, lograron si no la concordia, sí una tregua en las conflictivas relaciones entre la Iglesia de Roma y la Reforma.
Páginas oscuras en la biografía de Lutero
En la biografía del Reformador hay sin duda páginas oscuras, que no pueden desconocerse y menos aún justificarse. Una es su teología política antirrevolucionaria que le llevó a colaborar con los príncipes en la represión contra las sublevaciones populares, para mí legítimas, especialmente en la Guerra de los Campesinos, que se saldó con miles y miles de estos muertos y, tras la guerra, con cientos de ellos ahorcados.
En esa guerra cayó también su líder, el reformador anabaptista Thomas Müntzer –calificado por Ernst Bloch como “teólogo de la revolución”-, quien fue torturado y ahorcado. Representaba el ala radical de la Reforma, a la que Lutero persiguió. En apoyo a la actitud violenta y feudal de los príncipes escribió la obra Contra los asesinos y ladronas bandas de campesinos, donde establecía la siguiente máxima de acción contra los sublevados: “herir, matar y estrangular”.
Otra de las páginas discutibles de Lutero fue su oposición a los humanistas y su conflicto con Erasmo de Rotterdam, uno de los intelectuales más lucidos de su tiempo, que promovió la causa de la reforma como el primero denunciando los abusos eclesiásticos y revitalizando los estudios bíblicos y patrísticos. Colaborador de la reforma de Lutero al principio, Erasmo fue distanciándose poco a poco de ella en la medida en que aquel radicalizaba sus posturas.
En su polémica obra La libertad de la voluntad llegó a calificar a la reforma de depravación absoluta. El humanista de Rotterdam defendía el libre albedrío como exigencia fundamental de la responsabilidad moral, si bien dejaba espacio para la acción de la gracia en el ser humano. Lutero no tardó en responderle. Y lo hizo en diciembre de 1525 a través de la obra Sobre la esclavitud de la voluntad, una de las más sólidas y mejor argumentadas teológicamente del reformador.
En ella venía a coincidir con la doctrina pesimista de Agustín de Hipona sobre la depravación y la corrupción de la persona en todo su ser y quehacer. La respuesta a esta situación es la gracia que Dios concede al ser humano sin merecerlo y de manera libre. ¿Dónde quedaba la libertad de acción del ser humano? Éste fue el punto de fricción con Erasmo y los humanistas. Yo creo que Lutero minusvaloró el papel del esfuerzo humano.
Vuelvo al enfrentamiento de Lutero con Roma. Ciertamente, la respuesta de la Iglesia de Roma no fue el diálogo, sino el anatema, no el apoyo a las demandas reformistas que se oían por doquier, sino la convocatoria de un concilio contrarreformista, el de Trento, que comenzó un año antes de la muerte del reformador alemán. Tenían que pasar cuatro siglos para que no pocas de las propuestas de Lutero fueran asumidas en parte por la Iglesia católica. Eso sucedía en el concilio Vaticano II (1962-1965), que definió a la Iglesia como “santa al tiempo que necesitada de purificación constante, buscando sin cesar la penitencia y la renovación”. Luego vendría el reconocimiento de Lutero.
Tras estos gestos comienza una nueva etapa en la Reforma, que se lleva a cabo en amplios sectores del protestantismo y del catolicismo, y que está dando ya los primeros frutos evangélicos en la opción de las iglesias cristianas por los pobres y en el compromiso por su liberación. Eso sucede sobre todo en las iglesias del Tercer Mundo que no se guían por una ortodoxia rígida y excluyente sino por una ortopraxis abierta, plural y ecuménica.
Cambio de imagen en la figura de Lutero: de la condena al reconocimiento
Coincidiendo con el V Centenario de la Reforma Protestante, que estamos celebrando este año, el Papa Francisco ha dado pasos en el acercamiento al mundo evangélico-protestante y está contribuyendo a importantes cambios en la imagen de Lutero dentro del catolicismo: de ser considerado el “peor de los herejes” a su reconocimiento como profeta; de persona mundana a místico; de iconoclasta (destructor de la Iglesia) a reformador (la necesaria y permanente Reforma de la iglesia); de anatema a “testigo del Evangelio”
Los gestos valen más que mil palabras. Con motivo de la audiencia de Francisco a un grupo de luteranos alemanes (13 de octubre de 2016), Francisco colocó una estatua de Lutero en el aula Pablo VI. En la audiencia calificó el proselitismo de veneno: “No es lícito convencerlo de tu fe. El proselitismo es el veneno más potente contra el camino ecuménico”. Ante la colocación de la estatua de Lutero en el Vaticano un comentarista recordó en la red la amenaza de Lutero al papa: “En vida fui tu castigo, muerto seré tu muerte, Papa”. Mostró su alegría por la fraternidad reencontrada tras siglos de división. A su juicio, lo que une a católicos y luteranos es el servicio a los más pobres, enfermos, emigrantes, refugiados, a los más necesitados.
El Vaticano ha elaborado un sello conmemorativo del V Centenario en el Vaticano. Francisco visitó Suecia para celebrar la inauguración del V Centenario de la Reforma en la catedral luterana de Lund, donde celebraron una oración ecuménica en común. El Papa y el obispo Munib Yunan, presidente de la Federación Luterana Mundial, firmaron una declaración conjunta el 31 de octubre de 2016 con los siguientes reflexiones:
. Avances en la mutua comprensión y confianza y mayor acercamiento “a través del servicio al prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución”.
. Mayor cercanía (“ya no somos extraños”) a través del diálogo y del testimonio, y aprendizaje de que “lo que nos une es más que lo que nos divide”.
. Agradecimiento por los aportes espirituales y teológicos recibidos de la Reforma, pero también reconocimiento de haber dañado la unidad visible de la Iglesia.
. Constatación de que las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por prejuicios y de que la religión fue instrumentalizada con fines políticos.
. Compromiso de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, defender los derechos humanos y la dignidad, sobre todo la de los pobres a través del trabajo por la justicia y el rechazo de toda violencia, de estar cerca de quienes trabajan por la dignidad, la justicia, la paz y la reconciliación.
. Reclamar el fin de la violencia y del radicalismo.
. Compromiso de trabajar conjuntamente para acoger a las personas extranjeras, ofrecer socorro a quienes se ven obligados a huir de la guerra y la persecución y defender los derechos de los refugiados y y de quienes piden asilo.
. Defensa de la “creación de Dios, que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable”.
- En una entrevista concedida a la Civiltá Católica (28/10/2016), Francisco declaró que las dos cosas fundamentales de la tradición luterana son la Reforma de la Iglesia y la Escritura. El objetivo de Lutero fue renovar la Iglesia en un momento difícil, buscar un remedio a la complicada situación en la que se encontraba la Iglesia entonces, que desembocó en un “estado” de separación y no en un proceso. El proceso de reforma de la Iglesia, que estuvo presente y demandada vivamente en las discusiones antes del cónclave en el que fue elegido el papa Francisco, es fundamental porque “ecclesia semper reformanda”, A su vez, Lutero puso la Escritura en manos del pueblo, frente a la prohibición de la Iglesia católica de leer la Biblia a los seglares.
- En la recepción del Papa a una delegación de la Iglesia luterana de Finlandia recordó los cincuenta años de diálogo ecuménico, expresó un sincero arrepentimiento “por nuestros pecados”, dijo que católicos y luteranos deben comprometerse con quienes sufren, se encuentran en necesidad y son objeto de violencia. Es ahí “donde estamos unidos en el camino hacia la plena comunión”. “La intención de Lutero –aseveró- era renovar la Iglesia, no dividirla”.
- Lutero es presentado por Francisco como medicina para la Iglesia.
- Owen Chadwick, profesor de historia de Cambridge, comienza su obra sobre la reforma de esta guisa: “A principio del siglo XVI todas las personas importantes de la Iglesia Occidental estaban clamando por reformas. Había corrupción y superstición. Los puestos eclesiásticos se podían comprar y vender. Muchos sacerdotes eran adúlteros, borrachos e ignorantes de las Escrituras. Por eso Maquiavelo confesó: ‘Nosotros los italianos somos los más irreligiosos y corruptos porque la Iglesia y sus representantes nos han dado el peor ejemplo”.
El papa Francisco ratificó este testimonio y reconoció la corrupción en la Iglesia en tiempos de Lutero en el viaje de vuelta de Armenia: “En ese tiempo la Iglesia no era un modelo a imitar. Había corrupción en la Iglesia, mundanidad, apego al dinero, al poder, y por eso él [Lutero] protestó”.
Esta imagen de Lutero contrasta con la crítica que hizo de las Iglesias reformadas la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Iesus, que no las considera verdaderas iglesias y resucita la vieja tesis “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, ya superada por el concilio Vaticano II,
La Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos aprobaron un Documento conjunto para celebrar el V Centenario de la Reforma con motivo de la semana por la unión de los cristianos en enero de 2017 con aportaciones nuevas que superaban viejos anatemas.
- Citando el documento de la Comisión Luterana-Católica Romana sobre la unidad “Del conflicto a la comunión” define a Lutero como “testigo del evangelio”:
“Separando lo que es polémico de las cosas buenas de la Reforma, los católicos ahora son capaces de prestar sus oídos a los desafíos de Lutero para la Iglesia de hoy, reconociéndolo como un ‘testigo del Evangelio’. Y así, después de los siglos de mutuas condenas y vilipendios, los católicos y los luteranos en 2017 conmemorarán por primera vez juntos el comienzo de la Reforma”
- “Martín Lutero –afirma el Documento conjunto- levantó preocupación sobre lo que él consideraba abusos en la Iglesia de su tiempo haciendo públicas sus 95 tesis. 2017 es el 500 aniversario de este acontecimiento crucial de la Reforma que ha marcado la vida de la Iglesia occidental a lo largo de muchos años”.
- Considera reformadores al mismo nivel a los católicos Ignacio de Loyola, Francisco de Sales y Carlos Borromeo (sin el “san”) y a los protestantes Lutero, Zwinglio y Calvino, considerados durante siglos cismáticos y herejes:
“Los grandes reformadores Martín Lutero, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino, como también muchos que permanecieron católicos, como Ignacio de Loyola, Francisco de Sales y Carlos Borromeo, intentaron conseguir que la Iglesia occidental se renovara. Sin embargo, lo que debería haber sido una historia de la gracia Dios, estuvo también marcado por el pecado de los hombres y se volvió una historia de los desgarramientos de la unidad del pueblo de Dios. De la mano del pecado y de las guerras, la hostilidad y la sospecha fueron creciendo a lo largo de los siglos”.
En las celebraciones del V Centenario –tanto las protestantes como las ecuménicas- una ausencia notable y un silencio “clamoroso: la falta de reconocimiento a Thomas Müntzer, líder de la Guerra de los Campesinos, que representa la Reforma Radical y al que el filósofo alemán Ernst Bloch califica como “teólogo de la liberación” en un libro del mismo título: Thomas Münzter, teólogo de la revolución (Editorial Antonio Machado, Madrid, 2002), cuya lectura recomiendo. Él representa la corriente revolucionaria que es necesario rehabilitar dentro de la Reforma, que, sin dicho reconocimiento, quedaría incompleta.
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