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CRONICAS DE LA VISITA DEL PAPA FRANCISCO A COLOMBIA
Por Fernando Torres Millán. KairEd
“No se dejen robar la alegría y la esperanza!”
Llegada del Papa Francisco a Bogotá
Una bellísima tarde bogotana junto con una multitud de gente volcada a la avenida “El Dorado” recibió al papa Francisco en su llegada a Colombia. A lado y lado de los carriles “volaban” las bicicletas de jóvenes que no se cansaban de pedalear. Con razón que las primeras palabras del Papa, una vez llegado a la nunciatura, fue precisamente “ustedes los chicos, hacen camino de heroísmo, sigan adelante!”.
Vino entonces lo que tenía que venir en cualquier ambiente de regocijo colombiano: la fiesta con mucha música, baile y cantos de jóvenes, de niñas y de niños del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud IDIPRON. Cantando y sonriendo, estas chicas y chicos rescatados de las garras de las drogas, de la delincuencia y de la indigencia, ahora ofrecían una fiesta de bienvenida a quien sentían tan cercano y tan humano.
Concluidos los bailes, obsequiaron tres presentes al Papa: la ruana campesina, un cirio con diseños juveniles y un vitral de jóvenes artesanos. Símbolos de un nuevo tiempo que irrumpe desde la alegría y la esperanza juvenil, pero también desde la profunda resistencia campesina, un Kairós tejido con sus sueños, sus luchas, sus lágrimas y su coraje. El Papa, enruanado y sonriente, agradece y les pide que no se dejen robar la alegría ni se dejen robar la esperanza, como queriendo advertir el contexto adverso de una cultura y un sistema del descarte y exclusión que permanentemente les acecha, les engaña y les devora.
El primer paso tuvo como telón de fondo las montañas orientales y el cielo azul de la sabana bogotana abrazando un escenario lleno de niñez y juventud protagónica, alegre y esperanzada, la que mañana colmará la Plaza de Bolívar anunciando, exigiendo y celebrando el comienzo de un Kairós de paz, justicia, perdón y reconciliación. Es la generación de la paz que no se dejará robar su derecho a la alegría, a la esperanza y a la dignidad.
Fernando Torres Millán
KairEd
Bogotá, 6 de septiembre de 2017
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“Ser capaces de descubrir la Colombia profunda!”
Segunda crónica de la visita del Papa Francisco a Colombia
Los escenarios de hoy en Bogotá dicen mucho en el segundo día de estadía del Papa Francisco en Colombia. Los escenarios del poder: la nunciatura, el palacio presidencial, la catedral, el palacio arzobispal en contraste con el escenario popular de la multitud en la plaza de Bolívar, en las calles y en el parque Simón Bolívar, ambos escenarios contrapuestos pero al mismo tiempo desafiados al acercamiento mediante el “puente” de la reconciliación.
El vínculo entre palacio y templo es antiquísimo como es antiquísima la humanidad. En el templo se legitima teológica y ritualmente el poder concentrado y simbolizado en el palacio. Ambos lugares espacialmente están muy próximos y políticamente muy unidos. Francisco transitó entre los dos lugares de poder sin problema. En cada lugar expresó lo que quería desde su perspectiva, que también es de poder, pero poder de “hacer puentes”, que es lo que significa la palabra “pontífice” en latín.
En la Casa de Nariño dijo que la patria sea casa para todos los colombianos, que el camino de la reconciliación pasa por la cultura del encuentro y que ésta debe centrarse en la dignidad humana y en el respeto del bien común, que la inequidad es la raíz de todos los males sociales, y pidió mirar a los excluidos, pues formar sociedad no se hace sólo con los “pura sangre”, llamó a la inclusión de los chicos como los que el día anterior le dieron la bienvenida en la nunciatura, mencionó a la mujer de refilón en la perspectiva de la inclusión resaltando su ser “madre” en múltiples tareas y concluyó afirmando que “Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza”.
En la plaza de Bolívar, desde el balcón del palacio arzobispal, junto al cardenal Rubén Salazar, Francisco tuvo un hondo pero breve encuentro con la juventud, quienes desde las primeras horas del alba habían esperado un encuentro que tan sólo duró quince minutos. Lo interesante es que esta situación la tomó el Papa como su punto de partida para abrir el discurso, elogiando su esfuerzo y valentía. Saludó llamándolos “hermanas y hermanos” usando lenguaje inclusivo y les dijo que venía a aprender de su fe y de su fortaleza ante la adversidad, hizo referencia a Jesús como modelo de la inclusión, pues no excluyó a nadie y abrazó a todos, animándoles a seguir buscando la paz. Se refirió de nuevo al lío juvenil tan necesario para avivar la alegría, advirtiendo de nuevo que no se la dejen robar, y que esa alegría tiene como principio el hecho que Dios les ama con predilección, por ello les invitó a no tener miedo al futuro, a atreverse a soñar a lo grande y a volar alto. Seguidamente resaltó valores juveniles: sensibilidad para reconocer el sufrimiento de los otros y dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles, especialmente del dolor de las víctimas de la guerra, interpelar a las generaciones adultas por acostumbrarse al dolor y al abandono, comprender las razones que hay detrás de los errores de las generaciones anteriores; la facilidad de encontrarse y de enseñar a los mayores esta cultura; la capacidad de perdonar y de no dejarse enredar en las historias de rencor y odio heredadas; enfrentan el desafío de ayudar a sanar el corazón y de contagiar a otros con su esperanza. Pidió moverse, arriesgarse, ir adelante y no tener miedo (segundo llamado), descubrir el país escondido detrás de las montañas, la Colombia profunda como potencial para construir la nación soñada. Les deseó que la violencia no los derrumbe y el mal no los venza, que salgan al encuentro con Jesús y se comprometan a renovar una sociedad justa, estable y fecunda, contribuyendo de esta manera a la reconciliación y a la paz, insistiendo una vez más, incluir a los enfermos, a los pobres, a los ancianos que están en su corazón.
Del balcón-plaza pasó a una amplia sala del palacio arzobispal donde se encontró con los obispos. El contraste fue mayúsculo. Mientras la plaza colorida hervía de gritos, danza, canto y movimiento juvenil la sala estaba oscura, llena de solo hombres mayores también oscuros y estáticos, cuyo telón de fondo, una inmensa pintura colonial igualmente oscura….!
Después de un breve discurso del cardenal Rubén Salazar recordando la actual situación de polarización política del país, el Papa Francisco llamó a los obispos “custodios y sacramento del primer paso” haciendo referencia al lema de su visita a Colombia “Demos el primer paso”. Dijo que Dios en Jesús dio el primer paso irreversible, salió de sí mismo mostrando un camino que los obispos deben seguir y cuidar, para ello “mendigar en la oración” pues allí está su fecundidad espiritual, vigilar y cuidar colegialmente para anunciar el evangelio de la alegría, pidió comunión y diálogo sin apestosas “agendas encubiertas” para que la iglesia ayude a construir un país que no se quede en manos de unos pocos, llamando la atención para preservar las raíces afroamericanas de Colombia, tocar la carne de Cristo en la historia del pueblo “libres de compromisos y servilismos”, les pidió mirada de obispos hacia el primer paso de la reconciliación superando las desigualdades y la corrupción, les pidió coraje moral para seguir construyéndose de otra manera, perdonándose recíprocamente “haciendo otro camino”, animándoles para trabajar por iglesias de luces nuevas, les invitó a “hospedarse en la humildad de la gente” y a no tener miedo a migrar de las certezas, les recordó su misión como pastores en el ministerio de la reconciliación trabajando para poner en los corazones la paz de Dios a fin de derrotar los corazones autorreferidos, diciendo que Colombia tiene derecho a ser interpelada por el clamor de Dios: “¿dónde está tu hermano?”.
Les recordó que “una iglesia en misión” defiende la vida de los más débiles, promociona al laicado, abre espacio a los jóvenes y les pidió serenidad y valentía para denunciar la seducción del narcotráfico en la sociedad. Les solicitó cuidar con corazón de padre a los sacerdotes, saber de sus vidas, nutrir su formación y sus raíces espirituales, no descuidar a las religiosas y religiosos, recordándoles que la vida religiosa no es “un recurso” sino el “grito del amor consagrado”. Les pidió atender los desafíos de la Amazonía aprendiendo de la sabiduría y la espiritualidad de los pueblos amazónicos solicitándoles ser “su otro brazo”.
En el encuentro con los obispos del CELAM en la nunciatura les recordó que “la iglesia debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abatir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz”, iglesia capaz de ser sacramento de la esperanza y les recordó algunos de sus rostros ya visibles como el de los jóvenes y el de las mujeres. Es la primera vez que se refería a las mujeres de manera explícita y extensa diciendo que en América Latina la iglesia tiene rostro femenino y que es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Afirmó que “si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la obtendremos sin las mujeres. Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana”. Llama la atención tales afirmaciones sin referirse para nada a la estructura patriarcal del catolicismo que impide y obstaculiza la realización de tan loables deseos.
Vino el escenario de la primera misa en Colombia con más de un millón de personas reunidas en el tradicional parque Simón Bolívar desde muy tempranas horas de la madrugada. Fue recibido por un grupo de niñas y niños especiales de los Hogares Luz y Vida, quienes, después de recibir abrazos del Papa, tomaron sus manos y lo condujeron a la sacristía, en tanto un grupo de cantaoras del Pacífico entonaban alabaos de bienvenida.
Tanto los trajes litúrgicos como el telón de fondo del altar lucían sobrios y bellos diseños indígenas, así mismo las molas kunas que adornaban las estolas de todos los músicos de la Orquesta Sinfónica de Bogotá. Es de resaltar la magnífica intervención de la cantante barranquillera Maía quien interpretó el Salmo 97, dejándolo grabado en los corazones de sus oyentes conmovidos.
El Papa Francisco tomó el Evangelio de Lucas 5, 1-7 para hacer la homilía. Se refirió al país como la multitud del evangelio anhelante de una palabra de vida, y a las tinieblas amenazantes como las injusticias, la inequidad social, la corrupción de los intereses personales y grupales, el irrespeto por la vida, la sed de venganza y odio, la insensibilidad ante el dolor de las víctimas. Llamó luego a “remar mar adentro” sin miedo ni egoísmo, a “echar las redes” de la responsabilidad, de la unidad, de la defensa y cuidado de la vida humana, de formar comunidades vivas, justas y fraternas capaces de celebrar y acoger la palabra de Dios y hacer el camino discipular que Jesús propone en ella. Llamó a “hacerse señas” unos a otros como compañeros de camino, “que nadie quede al arbitrio de las tempestades”, que fortalezcan la familia, el bien común, cargar a los más frágiles y que todos puedan juntarse en la barca. Mientras transcurría la segunda parte de la misa un atardecer bogotano cubría con su manto multicolor a la multitud regocijada.
En la noche, de nuevo la nunciatura acoge un singular encuentro con organizaciones que trabajan con la vulnerabilidad humana quienes lo saludaron con bailes y cantos. Después de agradecerles dialogó con una de las niñas con síndrome de Down quien leyó: “Queremos un mundo en la que la vulnerabilidad sea reconocida como la esencia de lo humano” porque “todos somos vulnerables”. Luego el Papa explicó: “Todos necesitamos que la vulnerabilidad sea respetada, acariciada, curada en la medida de lo posible y que dé fruto para los demás”. Preguntó ¿Quién es la única persona que no es vulnerable? ‘Dios’. “Todos necesitamos ser sostenidos por Dios, por eso no se puede descartar a nadie”. Diciendo esto se despidió, solicitó “por favor recen por mí porque yo también soy muy vulnerable” y entró a su casa a descansar.
Fernando Torres Millán
KairEd
Bogotá (Colombia), 7-09-2017
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“Colombia… ¡déjate reconciliar!”
Tercera crónica de la visita del Papa
Villavicencio, la puerta de los inmensos llanos orientales, se convirtió en una gran maloca (casa comunitaria amazónica) para acoger el encuentro entre el Papa Francisco y las víctimas del conflicto colombiano. Nada había podido ser mejor que una maloca fresca, sencilla, silenciosa para la escucha de tantas historias de dolor enquistadas en el corazón de un pueblo sufriente, como herida profunda aún abierta y putrefacta. Nada mejor que una maloca para invocar el soplo sanador de los ancestros indígenas, capaz de activar memorias y presencias vivas y acompañantes.
En la cúspide, como grito de ocho millones de víctimas levantado hacia el cielo, la imagen de un Cristo destrozado, el “Cristo negro de Bojayá”, traído en peregrinación desde la población afrocolombiana de Bellavista (Chocó), en donde se sufrió uno de las masacres más espantosas del conflicto (2 de mayo de 2002), conservado sin restaurar como memoria pedagógica para que hechos así nunca más vayan a suceder.
Después de expresar respeto por pisar tierra regada con sangre de tantas víctimas, el Papa Francisco compartió su sentimiento de cercanía, de escucha y afecto a fin de solicitar el desafiante camino del perdón mutuo y la reconciliación. Escuchó con profunda conmoción el testimonio de tres mujeres y un hombre, víctimas de la infame guerra que los arrolló destrozándoles sin compasión. Compartieron cómo han venido haciendo caminos de restauración en compañía de sus diezmadas familias y cómo la acción solidaria hacia otras víctimas ha sido el bálsamo sanador de sus heridas.
Con estos relatos acogidos en su corazón y junto a este Cristo amputado, “más Cristo”, el Papa Francisco recordó que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y que el dolor se transforma con la fuerza del perdón y la grandeza del amor, que la escucha de historias de amor y perdón “hace mucho bien” pues hablan de vida y esperanza ayudando a romper las cadenas del odio y del dolor y a dar comienzo a nuevos caminos restauradores. Llamó a estar atentos sobre el peligro de la cizaña contra la paz y a asumir la verdad, pues ésta es compañera inseparable de la justicia y la misericordia, lanzó un clamor desgarrador: “Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia. No tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades”, insistió con serenidad pero con firmeza, que “Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”.
Terminado el discurso de la reconciliación, exclamó la oración ante el “Cristo negro de Bojayá”:
Oh Cristo negro de Bojayá,
Que nos recuerdas tu pasión y muerte;
Junto con tus brazos y pies
Te han arrancado a tus hijos
Que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá,
Que nos miras con ternura
Y en tu rostro hay serenidad;
Palpita también tu corazón
Para acogernos en tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
Haz que nos comprometamos
A restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies
Para salir al encuentro
Del hermano necesitado;
Tus brazos para abrazar
Al que ha perdido su dignidad;
Tus manos para bendecir y consolar
Al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
De tu amor y de tu infinita misericordia.
Después de la misa de beatificación del padre Pedro María Ramírez y del Obispo de Arauca Jesús Emilio Jaramillo, víctimas de la violencia colombiana, el Papa Francisco regresó anocheciendo a Bogotá. En la nunciatura se encontró con otro grupo de víctimas organizadas quienes resaltaron su misión de ser “hospital de campo” para ayudar a otras víctimas. Escuchó sus testimonios y en especial el de María Cecilia Mosquera, víctima de Machuca, quien se refirió al difícil camino del perdón, el que aún no ha terminado de recorrer. Tomó la palabra para agradecer las diversas expresiones testimoniales y para resaltar una expresión que le impactó de una víctima: “Dios perdona en mí!”. Hizo oración para pedir que Colombia abra su puerta para que Dios entre en su casa y perdone…pidió reconciliación con verdad, justicia y misericordia, y dio gracias por todo lo que las víctimas le habían enseñado. Se despidió no sin antes abrazar a cada una de las personas del “hospital de campo” y a las niñas y los niños que cantaron y bailaron para él.
Fernando Torres Millán
Bogotá, 8-09-2017
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