En la Biblia encontramos imágenes de un Dios guerrero, que está de parte de unos y favorece el exterminio de otros. Esta imagen impera en aquellos cristianos que se quedaron con el Dios guerrero del Antiguo Testamento y ocultan la voz de Jesús Nazaret que grita desde la otra orilla de las Escrituras revelando un Dios de amor, de misericordia y perdón, un Dios universal que no hace acepción de personas y que está siempre al lado de los más débiles y vulnerables. El odio, la guerra y el uso de las armas es rechazado por Jesús. Cuando Pedro sacó la espada y detuvieron a Jesús, éste le dice “Guarda tu espada en su vaina, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán” (Mt 26,52). Jesús se opone a las armas. Su arma es el amor y el perdón.
Hoy hay cristianos, católicos y protestantes, intolerantes e intransigentes, que no aceptan al diferente y discriminan a quienes no entienden la religión bajo sus conceptos fundados más en el Antiguo Testamento que en los Evangelios. Ignoran el Dios que nos revela Jesús. Se comportan como los fariseos de aquel tiempo, aquellos judíos intransigentes y observantes de la ley hasta el punto de colocar las normas por encima de la vida de las personas. Así también pasa en el islán, el ala conservadora islámica se cierra en sus dogmas y normas por encima de la vida humana y persigue a muerte a los que no siguen sus creencias, de ahí las acciones terroristas de algunos de estos grupos. Este es, asimismo, el caso del actual gobierno de Israel, ultraconservador y genocida, que en nombre de Dios pretende conquistar la tierra de los palestinos, usurpando sus tierras, destruyendo sus casas y asesinando a sus habitantes, incluidos niños y niñas, como está ocurriendo en Gaza y Cisjordania, y para ello lo justifica utilizando la Biblia, como hemos escuchado a su primer ministro Netanyahu.
Las hazañas bélicas, muy propias de las culturas mesopotámicas, egipcias y más tarde de la babilónica incidieron en algunos autores bíblicos. No podemos decir “palabra de Dios” a lo que es palabra de hombres que, con buenas intenciones, nos presentan a un Dios vengativo y guerrero, que está de lado de unos y promueve la muerte de otros. Para el Dios de Jesús no hay pueblo elegido. Todos los pueblos de la tierra son su pueblo.
La narrativa bíblica tiene su clímax en el acontecimiento del Éxodo, con Moisés encabezando una gesta independentista que incluye la muerte de niños y adolescentes, primogénitos de Egipto, para poder escapar de la mano del Faraón. Y después, en la conquista de la tierra de Canaán, tal como aparece en los libros de Josué y Samuel, aparece Dios incitando a la destrucción y muerte de las ciudades conquistadas. Algunos teólogos y especialistas bíblicos sostienen que dichos relatos fueron elaborados durante la cautividad del pueblo de Israel en Babilonia (siglo VI a.C.), ya que ciertos elementos de estos relatos reflejan la situación de abatimiento y desesperanza de un pueblo que vivía en el exilio. Por lo tanto, aunque es un tema en discusión, se puede sostener que estos relatos fueron compuestos para preservar la identidad y la fe en Yahveh en un territorio extranjero (Babilonia). De dicha epopeya surgen muchos de los salmos del Antiguo Testamento donde se habla del Dios de los ejércitos. (1 Sam 1,3; 17, 45; Sal 46, 7; Malq 1, 10-14), que apoya al pueblo “escogido” en sus batallas. Un Dios que sale a combatir y matar a los enemigos de su pueblo, incluidos mujeres y niños (conquista de Jericó: Josué 6,20-21; conquista de Ay: Josué 8,1-2 y 24-26, entre otros).
Esta imagen del Dios guerrero impera en algunos sectores “cristianos” de hoy, algunos de ellos intolerantes, integristas y fundamentalistas, que no aceptan y discriminan a quienes no entienden la religión bajo los mismos conceptos con que interpretan las escrituras. Sin ningún remordimiento se siguen recitando algunos salmos que ensalzan la muerte del enemigo y que preparan al creyente para la batalla: “Bendito el Señor, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea” (Sal 143).
Nos hemos acostumbrado a recitar salmos y cánticos bélicos que narran el triunfo de una nación sobre otra. Creo que hay que dejar de lado aquellas expresiones del Antiguo Testamento que se oponen a la vivencia de Dios que nos enseñó Jesús. Hay movimientos católicos y evangélicos que se quedaron en el Dios guerrero de los judíos, de lucha contra los adversarios, como hicieron Josué, David, Judas Macabeo... En el arte medieval cristiano con arcángeles empuñando espadas y el apóstol Santiago a caballo matando moros ha incidido en la teología de la intolerancia e intransigencia.
Los intolerantes no aceptan ni permiten el diálogo. Solo hablan de imposición y de victoria. Han hecho de la religión una ideología y en nombre de ella es permisible matar. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia católica es que las guerras se pueden prevenir cuando se busca el diálogo, se respeta la vida y se practica la justicia social y la solidaridad. Para un verdadero seguidor de Jesús no hay pueblos ni razas enemigas. Sus enemigos no son los rusos ni los ucranianos, ni los israelíes ni los palestinos, ni los estadounidenses ni los chinos. Sus enemigos son la codicia, el egoísmo, el odio, la venganza, el afán de poder económico, político o religioso.
¿Qué diría Jesús ante el genocidio perpetrado por Israel en Gaza? Muchos pueden plantearse interrogantes frente a las guerras del presente y del pasado, con esta pregunta: ¿de qué lado está Dios en la guerra? Dios no está de lado de nadie en las guerras. No quiere ninguna guerra. Las guerras no son obra de Dios sino fruto del pecado, del egoísmo humano, de la ambición de poder y de intereses económicos y geopolíticos. Su Espíritu mueve a romper fronteras mentales para vivir en fraternidad con todos los seres humanos, solidarizándonos con los más pobres y vulnerables, acogiendo a los que huyen del hambre y llamando al diálogo y negociación diplomática como vía de solución de conflictos, como tanto insiste el papa Francisco. En una guerra declarada, abierta, como es el caso de Israel en Gaza, Ucrania, Sudán, Congo, Myamar… Dios está siempre con las víctimas, sobre todo con los más débiles, mujeres, niños y niñas. Ahí está Dios. ¿Qué lo gazatíes son musulmanes y los otros son judíos? ¿Qué unos son cristianos y otros son ateos? No importa. Dios no tiene religión. Él es el Dios de todas las religiones, el Dios de creyentes y no creyentes, que se encarnó en Jesús para anunciar al mundo un mensaje de vida plena para todos que salta hasta la vida eterna (Jn 10,10). Este es el Dios cósmico, universal, infinitamente mayor que nuestros pensamientos sobre él, que no pueden abarcar.