EL DERECHO A LA VERDAD, testimonio de dos profetas defensores del derecho a la verdad

Monseñor Óscar Arnulfo Romero, profeta de los derechos humanos

Mons. RomeroEl 24 de marzo de 1980 caía asesinado el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero. Escribo estas páginas en el 45 aniversario de su martirio. Naciones Unidas estableció este día 24 de marzo como el Día Internacional del Derechos a la Verdad sobre las Violaciones de los Derechos Humanos y la Dignidad de las Víctimas (ONU 17.6.2010).

El arzobispo Óscar Romero vivió en medio de una crítica situación de injusticia y represión estatal. En la década de los setenta y ochenta “catorce familias” poseían la mayor parte de las tierras y la riqueza del país, mientras las mayorías populares vivían en la pobreza más extrema. Las fuerzas armadas estaban exclusivamente al servicio de la oligarquía.

Frente a esta realidad de injusticia, tiranía y opresión, fueron creciendo los movimientos populares y revolucionarios que buscaban derribar el poder oligárquico y establecer un sistema socioeconómico y político equitativo y digno, lo cual generó un incremento de la represión gubernamental. Multitud de dirigentes sociales, políticos y religiosos fueron asesinados. El 22 de enero de 1980 agentes del gobierno arrojaron insecticidas desde una avioneta sobre una manifestación popular mientras otros disparaban a los manifestantes, dando muerte a decenas de personas. El gobierno de los Estados Unidos apoyaba con grandes sumas de dinero al gobierno salvadoreño y a su ejército. Esta fue la situación socioeconómica y política en la que se desarrolló la actividad pastoral de monseñor Romero.

Romero fue un hombre bueno, aunque conservador. Sin embargo, ante el asesinato de un santo sacerdote gran amigo suyo, el Padre jesuita Rutilio Grande y dos catequistas, cambió radicalmente. Desde ese momento el arzobispo Romero comenzó a leer los acontecimientos de la historia con los ojos de Dios y asumió el compromiso profético de la opción por los pobres y la defensa de los derechos humanos. Escuchó el clamor de los campesinos, trabajadores, catequistas y líderes de las organizaciones sociales. Fue descubriendo el sufrimiento de su pueblo provocado por la pobreza y la represión militar. Se presentó ante el pueblo como representante de la pasión de Dios por la humanidad sufriente, y ante Dios como representante de la pasión del pueblo.

Esta doble pasión por Dios y por el pueblo fue la inspiración profética de Óscar Romero. Desde la libertad que emana de su unión con Dios interpretó la historia salvadoreña y señaló el camino que conduce hacia la paz que nace de la justicia y del respeto a los derechos humanos.

Consoló a las víctimas. Se situó al lado de la humanidad sufriente. Consoló a las madres y a las viudas a quienes les habían secuestrado o matado un hijo o el esposo. Se mostró siempre cercano, acogedor y entrañable con ellas, e incluso se le saltaban las lágrimas escuchando los testimonios de la gente que acudía a él. El pueblo sufrido encontró en el arzobispo un apoyo moral, un desahogo, un consolador.

El 23 de marzo, en la homilía que pronunció en la catedral el día antes de su muerte, dijo dirigiéndose a los militares:

Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles.

Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que de un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice ¡No matar! Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio de que nada sirven las reformas si van tenidas con tanta sangre.

En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!" (Homilía, 23.3.1980).

Esta homilía fue el detonante que aceleró su muerte. Al día siguiente caía asesinado. Sus denuncias no iban cargadas de odio al opresor sino llenas de amor a las víctimas… “Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo… Si llegaran a matarme, sepan que perdono y bendigo a quienes lo hagan” (23.3. 1980).

El 24 de marzo, mientras Óscar Romero celebraba la Eucaristía en la capilla del hospital de “La Providencia” de San Salvador, una bala en el corazón acabó con su vida. Su sangre se unió a la sangre de Cristo y su cuerpo roto al del Crucificado y a los crucificados de su pueblo. Fue consciente de que así terminaría su vida, asesinado por las fuerzas oscuras del poder económico y militar.

Su delito fue defender los derechos humanos, particularmente el derecho a la vida de los pobres y la dignidad de las víctimas frente a la poderosa clase oligárquica y frente a un gobierno que asesinaba y masacraba a poblaciones enteras.

Los poderosos creyeron que con matar al arzobispo Romero acabarían con su palabra, esa palabra que fue el consuelo y la esperanza del pueblo salvadoreño. “Mi voz desparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”, decía.

Mataron a arzobispo Romero, pero resucitaron a un santo, San Óscar Romero. La pasión por la verdad, que es el amor y la paz nunca muere.

Monseñor Juan Gerardi, mártir de la Verdad y de la Paz

Mons. GerardiLa verdad exige conocer los aciertos y errores del pasado, para avanzar hacia una sociedad de justicia y fraternidad frente a la ideología del sistema dominante que trata de borrar la memoria del pueblo. El obispo Juan Gerardi posibilitó que en su país, Guatemala, se conozca la verdad de lo que aconteció durante la guerra. Decía: “No podemos ocultar o encubrir la realidad, no podemos tergiversar la historia ni silenciar la verdad. Conocer la verdad es una acción altamente liberadora. Nos ayuda para que «nunca más» se repita aquella historia de dolor y de muerte”.

Gerardi, con el apoyo de la Conferencia Episcopal, impulsó el proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI). Los familiares de las víctimas tienen derecho al esclarecimiento de la verdad, la justicia y la reparación. La justicia no está reñida con el perdón. No es abrir heridas, como algunos piensan, sino favorecer su cicatrización en aras a la construcción de una sociedad donde no se repitan jamás aquellas páginas oscuras de la historia.

El papa Francisco, a este respecto, señala que “La verdad no debe conducir a la venganza, sino a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido a sus parientes desaparecidos” (Fratelli tutti, 227).

El 24 de abril de 1998 el obispo Gerardi realizó la presentación oficial del proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica en la Catedral de Guatemala en presencia de la Conferencia Episcopal, del cuerpo diplomático, de los familiares de las víctimas de la guerra y de miles de ciudadanos y ciudadanas. Dos días después lo mataron. Fue la noche del 26 de abril, cuando entraba a su casa. Varios hombres del servicio de inteligencia del ejército le rompieron la cabeza con una pesada piedra para simbolizar la destrucción de sus ideas y su proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica. Murió por colocarse, al igual que Jesús, junto a los pobres y las víctimas del conflicto armado. Defender los derechos de las víctimas fue su delito. Había sido amenazado de muerte por denunciar la represión militar ejercida sobre las comunidades indígenas.

Gerardi defendió la dignidad de toda persona y los derechos humanos, particularmente de los excluidos, los pobres, los indígenas y víctimas de la guerra. Fue un pastor que amaba a su pueblo. Dos días antes de morir dijo en la Catedral de Guatemala: “Cuando emprendimos el proyecto de la recuperación de la memoria histórica nos interesaba conocer la verdad, reconstruir la historia de dolor y muerte, ver los móviles, entender el por qué y el cómo. Mostrar el drama humano, compartir la pena, la angustia de los miles de muertos, desaparecidos y torturado… Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos, y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para afrentarlos”.

Con este proyecto, que incluía exhumaciones de los cementerios clandestinos, Gerardi asumió el riego de ser calumniado, perseguido y asesinado por la oligarquía derechista y los militares. Fiel a la recomendación del papa Juan Pablo II cuando hacía referencia a los crímenes del nazismo, Gerardi impulsó el proyecto de investigación y conocimiento de la verdad, para dignificar a las víctimas y para que nunca más se repitiera esa historia de dolor y de muerte.

Le dolía que la memoria de los 200.000 asesinados durante la guerra fuese olvidada, y que la herida provocada persistiera en la sociedad. Buscaba la reconciliación que exige justicia y perdón, porque no están reñidos con el conocimiento de la verdad. Por eso, monseñor Gerardi insistía en que “el conocimiento de la verdad es una acción altamente saludable y liberadora”. En palabras de Juan Pablo II: “sólo la impunidad de los crímenes de lesa humanidad deja heridas sin cerrar. Sólo por la verdad, la justicia y la reparación se puede alcanzar la reconciliación”. Éste fue el propósito de la Iglesia de Guatemala frente a quienes querían ocultar la verdad y pretendían que las víctimas del genocidio permanecieran olvidadas en multitud de cementerios clandestinos. El obispo Gerardi sufrió su misma suerte. Fue víctima entre las víctimas.

Veintisiete años después, el testimonio profético de monseñor Gerardi, junto a los millares de mártires latinoamericano, es una fuerza liberadora para los pueblos reprimidos y un camino abierto no solo en Latinoamérica sino en todos los continentes, de búsqueda de justicia, paz y reconciliación, para “contribuir a la construcción de un mundo distinto”.

Hoy, las palabras y testimonio de los obispos Romero y Gerardi siguen vivos no solo en El Salvador y Guatemala sino en toda América Latina y en el mundo, particularmente hoy en el pueblo palestino de Gaza y Cisjordania que sufre un genocidio.

Romero y Gerardi nos retan también a los cristianos de España a comprometernos en la búsqueda de la verdad sobre lo que sucedió durante la guerra civil y durante la dictadura franquista. “No se puede ocultar la verdad”, decía. Gerardi ¿Qué intereses hay en España para ocultar la verdad de lo que sucedió durante la dictadura? Las víctimas claman desde la tierra exigiendo justicia, para que de esta manera nunca más se repitan aquellos atropellos a la vida y a la democracia y para que su sangre sea fuente de reconciliación. Hoy todavía quedan en España multitud de fosas comunes sin exhumar. Por respeto a las víctimas es justo y necesario apoyar las exhumaciones para darles una digna sepultura. Las figuras proféticas de San Óscar Romero y del obispo Juan Gerardi deben ser una luz para nuestra sociedad y nuestra Iglesia.“Conocer la verdad duele, pero es sin duda una acción altamente saludable y liberadora” (Monseñor Gerardi).

 

Día Internacional del Derecho a la Verdad

Autoría
Fernando Bermúdez López, Comité Óscar Romero de Murcia