
Esta reflexión es fruto de ocho días de silencio, meditación y contemplación en torno a "La Misa sobre el Mundo" de Teilhard de Chardin, jesuita, doctor en Ciencias Naturales, filósofo, místico y poeta, científico y pensador. Teilhard había vivido de lleno los horrores de la primera guerra mundial, trabajando de camillero, recogiendo heridos, prestándoles los primeros auxilios físicos y espirituales y conduciéndolos al hospital de campaña.
En 1923 se encontraba en el desierto de Gobi entre China y Mongolia. En medio de su trabajo como paleontólogo, en un arrebato místico, redacta el texto “La Misa sobre el Mundo”. Deseaba celebrar la Eucaristía. No tiene ni pan ni vino. No tiene altar ni mesa. Sentado en una roca celebra la eucaristía sobre el mundo. Ofrece como víctima, en el altar de la tierra entera, el trabajo y el dolor de toda la humanidad.
Contempla en su imaginación la hostia consagrada como una presencia que se extiende y se adentra en toda la creación. El mundo se convierte en una gran hostia. Teilhard sentía que todo se transforma en el cuerpo y sangre de Cristo.
La Misa sobre el Mundo es una Eucaristía cósmica. Es la celebración que se extiende más allá del templo. Se proyecta en el espacio hasta abarcar todo el cosmos y se prolonga en el tiempo hasta alcanzar las generaciones pasadas, presentes y futuras de creyentes y no creyentes...
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