Lo sabían EEUU y la Unión Europea. Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, 33 años, se iba a plantar en la calle y autoproclamarse presidente de Venezuela. La Administración Trump le mostró su apoyo en pocos minutos. Lo sabía de primera manera. Se confirma el rumor de que Guaidó viajó hace un mes a EEUU, Colombia y Brasil para, en secreto, informar o acordar la operación. La eufemísticamente llamada Comunidad Internacional reparte juego. Nicolás Maduro, te tocó, esta vez sí, parecen decir. Tras algunos ajustes, España dice que plantea a la UE reconocer a Guaidó como presidente venezolano si Maduro no convoca elecciones inmediatas. La prensa toma partido. Se llega a escribir que " Maduro se atrinchera en el poder con el apoyo de la cúpula militar". Muchos parecen no recordar que -mal o bien- Maduro es el presidente electo de Venezuela y que lo normal en estos casos es que la "cúpula" militar, como todo ejército, esté bajo las órdenes del poder político. De momento se mantiene. Total, los golpistas -autoproclamados, si lo prefieren- "solo" se están saltando los trámites democráticos.
La derecha española se desnuda al límite y se echa a la calle a exigir el apoyo a Guaidó bajo las más desaforadas amenazas. La derecha del PP de Pablo Casado –con su corte de hooligans- y los Ciudadanos de Albert Rivera. Vox también. Y Aznar y Felipe González como si les fuera la vida en ello. Y con el apoyo mediático de costumbre todos ellos. Lo más terrible, sobrecogedor, de la máxima preocupación, es que los líderes de la derecha parecen considerar la democracia como un trámite, incómodo y prescindible. Y hace temer que de llegar al poder se quitarán de un plumazo las opciones políticas que no coincidan con la suya. Concretamente, Casado y Rivera ilegalizarían partidos independentistas. Lo han dicho. Corruptos, no, por supuesto. El gravísimo problema ahora es ese.
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