"Vida Nueva", en condensadas pinceladas, resumía la figura de D. Sergio Méndez Arceo, VII Obispo de Cuernavaca, México:
Águila que ha roto todas las marcas y ha cruzado todas las fronteras. Figura universal. Símbolo de libertad, dentro y fuera de la Iglesia. Hacedor de comunión eclesial. Tejedor de diálogo ecuménico. Apertura de una fe abierta a todas las corrientes; respuesta a los signos de los tiempos; acogida dialogante a todos los interlocutores, creyentes y no creyentes, políticos, científicos, artistas, periodistas,... Defensor de los derechos de los pobres. Voz de muchos silencios. Apoyo a las luchas por la justicia. Signo de contracción. Hogar de todos los desplazados: exiliados, refugiados, perseguidos. Conciencia estimuladora y crítica dentro de la Iglesia mexicana y latinoamericana. Anuncio profético de esperanza, de toda semilla de resurrección.
La muerte martirial de Mons. Romero el 24 de marzo de 1980, cuando El Salvador era el epicentro de la guerra de Centro América, desencadenó una salida masiva de testigos, laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, que recalaron en México. Entre ellos, llegaban a cobijarse en una incipiente Iglesia de los Pobres que los acogía con calor y cariño dos figuras, un sacerdote español, Plácido Erdozáiz, y una religiosa mexicana, Beatriz Velázquez, que habían convivido con Mons. Romero hasta su muerte.
Ellos despertaron el sentido de la solidaridad y nos movilizaron a ella desde su fuego de testigos, desde su entrega a un pueblo que habían hecho suyo. Así nació en México el primer comité, que se tituló ya desde entonces "Comité Oscar Romero", y que floreció más tarde en una organización de alcance universal, el "Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina, Oscar Romero" (SICSAL).