CORONAVIRUS, AMENAZA U OPORTUNIDAD

Enviado por admin el Mié, 18/03/2020 - 11:21
Fernando Bermúdez
Autoría
Fernando Bermúdez, teólogo

Vivimos tiempos complejos. Una oscura nube se cierne sobre el planeta, generando incertidumbre y miedo.

Es paradójico que en un mundo superdesarrollado donde aquellos que creen que el poder del dinero, el desarrollo macroeconómico, el avance de la tecnología y la fuerza de las armas y de los ejércitos nos hacen invencibles, ahora estén de rodillas ante un minúsculo virus, que nos ha hecho caer en la cuenta de que somos seres vulnerables hasta tal punto que puede provocar una crisis económica mundial. La soberbia del ser humano se ha visto por los suelos.

Vivimos en un sistema cada vez más inhumano y cruel. El modelo capitalista neoliberal, hoy globalizado, ha colocado en el centro los intereses económicos y del mercado por encima de las personas, despreciando a los pobres, a los más vulnerables, a los ancianos, a los inmigrantes, a los pueblos del sur global y al medio ambiente. Una persona muy conocida, que fue dirigente del Fondo Monetario Internacional, llegó a decir que “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo ya”.

La macroeconomía se ha divinizado. Todo está en función del ídolo del gran capital. El sistema favorece la concentración de riqueza en pocas manos, dejando a millones de personas en la miseria, al tiempo que destruye la naturaleza, nuestra Casa Común. El cambio climático, provocado por la degradación ecológica, rompe ecosistemas y provoca la aparición de nuevas enfermedades como el SIDA, el ébola o el coronavirus. En la era de los grandes avances de la ciencia, la tecnología y las armas nucleares, los seres humanos tenemos cada vez menos defensas y estamos predispuestos a sufrir crecientes amenazas.

Ante la crisis de coronavirus hay quienes, con una visión crítica y humanista, ven en ello una oportunidad para hacer cambios en nuestra manera de vivir. Otros, los más inconscientes, se aprovechan para acaparar histéricamente alimentos y mercancías de los supermercados y otros se obsesionan en buscar culpables. No es tiempo de culpabilizar a nadie. Es tiempo de reflexión y de silencio. Es tiempo de revolucionar la conciencia para generar una nueva visión de la vida y de la historia.

No podemos detenernos en ver la parte oscura del coronavirus. Hay que ver su parte luminosa. Se trata de desnudarnos de la soberbia y prepotencia que nos envuelve, para asumir que los humanos somos débiles, que es necesario abrirnos a los más desfavorecidos, que el desarrollo más urgente es el crecimiento ético y espiritual, la solidaridad, la conciencia de que somos ciudadanos del mundo, que todos los hombres y mujeres, sin importar el color de la piel, nacionalidad o creo religioso, tenemos los mismos derechos y deberes.

Para ello es preciso revolucionar la conciencia, tener pensamientos limpios, superar prejuicios, desterrar miedos y fomentar vibraciones de energía que trascienda toda clase de obstáculos.

Después de los horrores de la segunda guerra mundial, surgió la necesidad de elaborar la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hoy, después de esta crisis vírica se nos ofrece la oportunidad de superar toda clase de egoísmos personales y colectivos, discursos nacionalistas, racistas y xenófobos, para crear una nueva humanidad donde el poder y el capital estén al servicio de todos los seres humanos, sin discriminación. Esta es la esperanza que alentamos en el silencio de la reclusión.

Como creyente, no puedo de dejar de volver la mirada a Jesús de Nazaret cuya pasión fue proclamar y hacer presente el reino de Dios, aliviando y remediando el sufrimiento humano, sanando enfermos, levantando a los pobres, liberando a los oprimidos de este mundo y colocando a la persona por encima de la economía, de la política, de la religión y de las leyes.