Estamos en el día más importante de Semana Santa, domingo de resurrección, envueltos en una crisis mundial que va dejando miles de muertos y sembrando el miedo en no pocas personas. ¿Qué sentido tiene la resurrección de Jesús en este contexto?
Los discípulos y discípulas de Jesús fueron testigos de su rotundo fracaso al verlo ajusticiado en la cruz por las autoridades de Israel y considerado como un impostor ante el pueblo. Fue una experiencia que los hundió en la más profunda tristeza, angustia y miedo. Basta ver a los dos discípulos de Emaús que caminaban tristes hacia su pueblo. Pero, ¿cómo es posible que, apenas unos días después, estas mismas personas proclamaran ante el mundo que el Crucificado está vivo? No se puede entender si no hubieran tenido una fuerte experiencia de su presencia viva. “Yo estoy entre vosotros. No temáis”.
La resurrección de Jesús es el Sí de Dios a su vida y a su proyecto. ¡La muerte ha sido vencida! Es el grito que surge tras su resurrección. La resurrección de Jesús no es un privilegio exclusivo suyo. Es el destino que aguarda a todas las personas que, como él, dedican su vida al bien de la humanidad. La resurrección abre las puertas a la esperanza. A los crucificados de la historia, esclavos, pobres, marginados, explotados y a todos los que han muerto soñando y luchando por un mundo más justo y humano, se les hace justicia.
La Resurrección es el triunfo de la libertad sobre la opresión y tiranía, de la justicia sobre la injusticia, de la verdad sobre la mentira y falsedad, de la vida sobre la muerte. Nos revela que la última palabra sobre la historia no la tiene el sistema de muerte que hoy domina el mundo, sino el Dios de la Vida que resucitó a Jesús.
Vivir hoy el acontecimiento de la resurrección es seguir al Crucificado desde el horizonte de esperanza que genera la fe en Jesús, el enviado de Dios. Por eso tenemos esperanza de que la crisis de la pandemia que invade el planeta revolucione la conciencia de los pueblos de la tierra y de sus dirigentes. La resurrección es un desafío a vivir como resucitados, como hombres nuevos y mujeres nuevas, que han vencido el egoísmo, el individualismo, el consumismo, el afán obsesivo de riqueza y de poder, la discriminación social, racial o de género, para vivir una vida nueva, más austera, sencilla y fraterna. La resurrección abre nuestra vida al clamor de las víctimas que reclaman solidaridad con su causa justa. Los hombres y mujeres que se han encontrado con el Resucitado experimentan un cambio profundo en sus vidas que los abre a la vivencia de una espiritualidad mística con una dimensión social y política.
El mundo tal como está conformado niega la resurrección. La humanidad yace en la noche oscura de la globalización neoliberal. La desigualdad crece en el planeta. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tanta riqueza como hay hoy día y, sin embargo, más de 900 millones de seres humanos viven en la extrema pobreza, sumidos en situación de hambre. Se invierte más dinero en la industria armamentista que en la salud, educación y el desarrollo humano de los pueblos. Se hacen guerras con móviles geopolíticos y económicos que ocasionan millares de muertos y millones de refugiados. En nuestros ambientes mucha gente ha sido atrapada por el consumismo y el desarrollismo depredador de la naturaleza.
La resurrección de Jesús trasciende las creencias y las no creencias. Trasciende las ideologías. Va más allá de nuestra manera de pensar. Su resurrección es un desafío para resucitar esta humanidad que yace en la muerte. Este mundo necesita un cambio, clama el papa Francisco. Un cambio que requiere un nuevo orden socioeconómico y político, sin armamento bélico y basado en la justa distribución de la los bienes de la tierra y en el cuidado del planeta, nuestra casa común. ¿Utopía? Sí. Es el horizonte del Reino de Dios proclamado por Jesús.