Las fotos recogidas por el telescopio James Webb sobre la inmensidad del Universo me llevan a experimentar la pequeñez y soledad del ser humano en el cosmos. ¿Qué es el hombre?, se preguntaba Matin Buber. Sin embargo, no estamos solos. Los seres humanos y todos los seres vivos que pueblan el planeta Tierra salimos de las entrañas del universo. Somos hijos e hijas de las estrellas.
Al contemplar estas fotos del telescopio James Webb me estremeció de tal manera que reviví el Himno del Universo de Teilhard de Chardin: “Las profundidades astrales se dilatan en un receptáculo cada vez más prodigioso de soles reunidos…Nuestra percepción se acrecienta sin fin con las potencias secretas que duermen y con las inmensidades que se nos escapan porque no vemos más que un punto de ellas. El místico saca una alegría sin mezcla de todos estos descubrimientos, cada uno de los cuales le sumerge un poco más en el Océano de la Energía… Solo Dios agita con su Espíritu la masa del Universo en fermentación”.
La belleza de infinidad de estrellas flotando en el universo refleja la sombra de Dios, diría Gabriela Mistral. Un día me encontraba solo en la inmensidad del desierto del Sahara. Era una noche estrellada. Me tendí sobre la arena y contemplé la bóveda del cielo. En el desierto se perciben las estrellas con una claridad imponente. Me quedé absorto contemplándolas. Me detuve en una de ellas y en espíritu viajé a más velocidad que la luz hasta una de ellas. Y parafraseando a san Juan de la Cruz, llegué a proclamar en mi interior:
Mil gracias derramando
pasó por estos universos con presura
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
Asimismo, Francisco de Asís quedó ensimismado contemplando la belleza de la creación en el Cántico de las criaturas, conocido como el Cantico del hermano sol. Una bella expresión lírica del alma humana. Es un canto a los astros y a toda la naturaleza. En él, el poverello de Asís interpretó el silencioso canto que toda la creación le tributa a Dios y la silenciosa melodía que Dios canta en la creación:
Altísimo y omnipotente buen Señor
Alabado seas en todas tus criaturas,
especialmente en el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas
y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas….
Junto a esa sabia y amorosa presencia del Misterio de Dios está la existencia del ser humano que puede percibir la belleza cósmica a través de su inteligencia. Los humanos en el universo sienten la presencia de Dios acariciando la creación. “Y vio Dios que todo era bueno” (Gn 1,10).
Todo comenzó cuando Dios llamó a la nada y ésta dejó de ser nada para transformarse en una infinita condensación de materia.
En un principio el Universo se encontraba condensado en un átomo primordial, un “superátomo” que se fue desarrollando más y más. Era como una inmensa bombona de gas concentrado, denso, y a temperatura infinitamente alta, hasta que explotó. Es lo que conocemos como el Big Bang, hace 15.000 millones de años. Después de esta explosión cósmica surgieron ondas gravitacionales que se condensaron en forma de nubes de hidrógeno y polvo, dando lugar a las estrellas y galaxias. Y desde entonces, el Universo no ha dejado de expandirse. ¿De dónde surgió el átomo primordial? ¿Acaso puede surgir del azar algo tan portentoso? ¿Qué dice la ciencia? ¿Qué dice la filosofía? ¿Qué dice la teología?
Dicho de una forma poética, retomo el pensamiento del místico, revolucionario y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.
Del matrimonio de protones con neutrones vino la gran explosión del Big Bang y la expansión cósmica. Todo era una masa de hidrógeno flotando en el espacio, danzando en el universo. Y el gas se condensó hasta que apareció una masa incandescente de luz y calor de la que, en su expansión, surgieron millones de galaxias y de estrellas. Y empezaron a brillar. Y de una pequeña estrella de la periferia de una galaxia, amaneció nuestro sol con sus planetas y entre éstos nuestra Tierra, desprendida del sol hace 4.500 millones de años. Ahí estábamos lo que hoy somos los seres humanos. Venimos de las profundidades del Universo. Todos los elementos de nuestro cuerpo estuvieron en las entrañas de una estrella. Somos polvo de estrellas. Somos ciudadanos del Universo, de donde salimos.
Y apareció el planeta Tierra danzando alrededor del sol, y la luna plateada girando alrededor de la Tierra.
La gran sorpresa y maravilla del Universo es la vida en la Tierra. Y la vida evolucionó hasta aparecer la inteligencia y el amor, que es lo más bello de la creación. Hace años escribí:
Trasciendo lo que ven mis ojos,
y sueño despierto
vagando por las estrellas
de cuyo polvo incandescente formo parte
y desde ahí me elevo en mi pensamiento
hasta la partícula primordial
que dio origen al Big Bang
del cual procedemos todos
y todo cuanto existe,
árboles y plantas,
animales y personas,
montañas y mares,
constelaciones y galaxias,
todo y todos y todas,
vivificados por el Espíritu,
Fuente de Energía y de Vida
y de toda Sabiduría,
Belleza y Amor,
el corazón de Dios
en el cual existimos.
Solo en el silencio logramos ver la vida con los ojos y el corazón del Espíritu cósmico que late en el Universo y contemplar la vida con un sentido de trascendencia.
No podemos excluir de la eternidad a la tierra ni la vida de los seres humanos. Una belleza infinita culmina en un amor infinito. Me atrevería a decir que el sentido del Universo es el amor. Con Espinosa Arce proclamo que esas “
Las galaxias cantan la gloria de Dios
y Arturo 20 veces mayor que el sol
y Antares 487 veces más brillante que el mismo sol.
Sigma de la Dorada con el brillo de 300.000 soles
y Alfa de Orión que equivale a 27.000.000 de soles…
anuncian la obra de sus manos (Salmo 18 y 19).
Las imágenes del telescopio James Webb nos muestran la presencia de Dios y su infinita sabiduría. La mística y la espiritualidad, pueden ser otros telescopios que nos permiten mirar asombrados, agradecidos y extasiados el universo en su armonía y belleza, como dice asimismo, Espinosa Arce. Y con Francisco de Asís, Juan de la Cruz, Teilhard de Chardin y Ernesto Cardenal cantamos también nosotros hoy las maravillas de la Creación. Es necesaria la contemplación serena y agradecida de los espacios infinitos del Universo para escuchar la música del silencio que irradian las estrellas y, de esta manera, entender y abrazar su belleza, que es la belleza de la vida de cada ser humano y la belleza de Dios.
Siempre nos queda un interrogante: ¿Es posible que haya otros universos? Esta posibilidad del pluriuniverso plantea preguntas filosóficas y teológicas muy complejas. Si Dios, a quien consideramos el creador, es eterno, que siempre ha existido porque Él es la Existencia, -Yo Soy el que Soy (Ex 3,14)-, no podemos imaginárnoslo inactivo. Para Dios no existe el tiempo. Él existe en un Hoy eterno. ¿Habrá creado infinitos universos? Posiblemente. Es un misterio. Sin embargo, los humanos nos centramos en el Universo que conocemos y del que salimos.
Esta contemplación no nos evade de la realidad, al contrario, nos reta a hacer de esta Tierra un paraíso cósmico de amor y fraternidad. Sentirnos ciudadanos del universo nos exige vivir como ciudadanos de este mundo. Y salir al encuentro de la humanidad sufriente con un corazón compasivo, para aliviar sus sufrimientos y construir un mundo feliz para todos y todas.
La contemplación del Universo nos hace ver el absurdo de los imperios, la locura de las guerras, las ambiciones económicas y la codicia de acaparar riqueza a costa de hundir a otros en la miseria.
Nos exige luchar por otro modelo de sociedad justo y fraterno, alternativo al capitalismo neoliberal que es el principal causante de la injusticia, la pobreza y las guerras que campean por el mundo.
Nos exige crear conciencia de que es urgente el desarme de las naciones y que el dinero que se invierte en armamento se destine al desarrollo de todos los pueblos.
Nos exige fomentar el diálogo entre las religiones, buscando contribuir juntos a la paz y a la humanización de este mundo. Nos exige superar los nacionalismos fanáticos. Porque Dios creó un mundo sin fronteras. Éstas dividen, discriminan, excluyen y hacen que la vida de las personas valgan según el lugar donde han nacido. Las fronteras deben ser lugar de encuentro y de acogida. Porque antes de ser ciudadanos de este o aquel país somos ciudadanos del mundo, ciudadanos del universo, ciudadanos del reino de Dios.
Nos exige tomar conciencia de que el clamor de los pobres es también el clamor de la Tierra, como señala el papa Francisco en la encíclica Laudato Si. De ahí surge el compromiso con la justicia climática y el cuidado del Planeta, que es nuestra casa común.