Hace treinta y ocho años, mientras trabajaba con un equipo pastoral en Chalatenango – una de las regiones mas conflictivas en El Salvador – acompañé a centenares de sobrevivientes de la masacre del rio Gualsinga, huyendo por la noche por las quebradas y cerros bajo la lluvia, escondiendonos en el monte durante el dia para escapar de los ojos del ejercito invasor y los aviones arriba.
No todos tuvieron la suerte de escapar, como el grupo con que andaba. El 30 de agosto, 1984, centenares de personas fueron cercados por soldados salvadoreños cerca del rio Gualsinga, y cuando intentaron huir, 50 de ellos fueron asesinados. Entre las víctimas se encontró una familia que conocía: Dora Menjívar, su niño de cinco meses Luis, su mama, y un sobrino de cinco meses. Su hermana, quien era sorda y muda, fue gravamente herida en la espalda por una bala.
Según un reportaje del New York Times, dos semanas y media después, “Los sobrevivientes dijeron que entre 300 y 400 campesinos de tres casarios se cansaron de la caminata de seis millas subiendo los cerros y se quedaron por las riberas del rio Gualsinga, cerquita del casario de Santa Lucia. Por la mañana del 30 de agosto, tropas del Batallon Atlacatl transportados por helicoptero empezaron a cercar el area, según los habitantes. Dijeron cuando se dieron cuenta que el ejercito los habian cercado, huyeron por todos lados. Fue entonces, según ellos, que comenzo la balacera.”...
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