DON SAMUEL RUIZ GARCÍA, PROFETA DE LOS DERECHOS DE LOS POBRES

Enviado por admin el Mié, 08/01/2025 - 08:28
D. Samuel, Fernando y Maricarmen
Autoría
Fernando Bermúdez y Mari Carmen García

El 24 de enero conmemoramos un aniversario más de la partida de este mundo del obispo Samuel Ruiz. No hay que dejar que mueran los profetas. Son luces de esperanza para el mundo y para la Iglesia. Conocimos a Don Samuel el año 1981 en San Cristóbal de las Casas cuando comenzaron a llegar a Chiapas los primeros refugiados guatemaltecos. Desde el primer momento nos impactó su profundidad humana y espiritual y su firme opción por los pobres y, más concretamente por los pueblos indígenas. Sabía compaginar la sencillez con una recia personalidad. Vibraba escuchando los relatos de Guatemala. Fue un hombre con un corazón que latía al ritmo de los procesos de los pueblos de América Latina.

Años después tuvimos la dicha de trabajar con él en la región de Frontera Comalapa y Chicomuselo, Chiapas. Posibilitó que en su diócesis se viviera un nuevo modelo de ser Iglesia en base a cinco líneas pastorales:

  • Opción por los pobres y liberación de los oprimidos
  • Responsabilidad compartida y pastoral de conjunto
  • Inserción en la realidad social, concretamente en la cultura campesina e indígena
  • Iglesia abierta al diálogo interreligioso
  • Comunión con la Iglesia latinoamericana y universal.

Don Samuel fue Padre Conciliar. El espíritu del Concilio Vaticano II lo insertó en su misión episcopal durante los más de 45 años que estuvo al frente de la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Impulsó la renovación de la iglesia diocesana entendida como una gran comunidad de comunidades. Una Iglesia participativa, con igualdad de género, toda ella ministerial y misionera, y con una jerarquía de servicio. Una iglesia libre frente al poder y la riqueza. Una iglesia liberadora y profética, que anuncia con la palabra y el testimonio de vida el mensaje de Jesús y denuncia todo aquello que se opone al plan de Dios. Una iglesia defensora de la vida y de los derechos humanos. Una iglesia solidaria con el sufrimiento, esperanzas y luchas de los pobres y excluidos, que acogió a más de 50.000 refugiados guatemaltecos en la década de los ochenta. Una iglesia ecuménica, abierta al diálogo, dispuesta a caminar junto a aquellos, cristianos y no cristianos, que también buscan otro mundo alternativo de justicia y fraternidad. Una iglesia orante, abierta al Espíritu para ser signo y anticipo de la presencia del reino de Dios en la historia.

En su diócesis no se hacía diferencia entre quién es laico o sacerdote, hombre o mujer. Don Samuel ordenó a más de 400 indígenas con el diaconado permanente, acompañados de sus esposas. Admitió en la diócesis a pastoras y pastores luteranos y de otras iglesias cristianas como agentes de pastoral. Nosotros, como pareja, fuimos aceptados con responsabilidades diocesanas.

A Don Samuel le acompañaba un carisma especial en las relaciones humanas, de trato cordial y directo, siempre respetuoso con las opiniones de los demás. Fue un hombre que infundía confianza. En sus conferencias y homilías fuimos captando la profundidad de su alma. Fue un hombre de Dios, de fe sólida y sentida, hecha experiencia. Era un profeta cuyo testimonio y palabra incidían en Iglesia y en la sociedad. Le dolía el sufrimiento de los pobres. La injusticia, la explotación de los campesinos e indígenas le quemaba por dentro. Defensor infatigable de las causas de los más vulnerables. Los indígenas le llamaban “Tatik”, padre. Fue un digno sucesor de Fray Bartolomé de las Casas, primer obispo de Chiapas, en el siglo XVI, considerado el precursor de la teología y pastoral de la liberación en el continente americano.

El pueblo indígena fue para Don Samuel el lugar teológico donde Dios manifiesta. Por eso miraba con simpatía y esperanza las reivindicaciones de los zapatistas. El poder económico y los militares señalaron al obispo, sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral laicos de la diócesis como parte activa del conflicto y, por lo tanto, en objetivos bélicos. Después de meses de búsqueda de diálogo, el gobierno de México aceptó al obispo Samuel Ruíz como mediador. Éste aceptó pero siempre con una actitud profética de respeto y de defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Insistía que había que lograr la paz avanzando hacia la construcción de un México nuevo, estructurado por los grandes valores humanos de justicia, fraternidad, democracia, libertad y respeto de los derechos humanos para todos. No obstante, sectores hostiles al obispo, involucrados en una guerra sucia para torpedear la paz, lanzaron una dura campaña contra la diócesis y amenazas de muerte contra Don Samuel, quien con serenidad repetía aquellas palabras de Jesús “bienaventurados los que trabajan por la paz…, bienaventurados cuando les odien, les insulten y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre”.

A raíz del martirio de Monseñor Óscar Romero, Don Samuel, junto con los obispos Don Sergio Méndez Arceo y Pedro Casaldáliga, impulsaron el movimiento de solidaridad internacional de los pueblos de América Latina, SICSAL, particularmente con El Salvador y Guatemala.

Nos llamaba la atención la naturalidad, serenidad, convencimiento y respeto con que Don Samuel hablaba de temas “fronterizos”. Dialogaba con marxistas no creyentes y con pastores de las iglesias protestantes. Yo le acompañé en algunos de estos encuentros.

Ha sido para nosotros un honor y motivo de gozo haber conocido y colaborado con un profeta, y yo dirá, con un santo. Don Samuel fue un santo de nuestro tiempo. Su gran milagro fue la fidelidad a la causa del Reino, como liberación integral del ser humano, hasta la muerte y haber caminado hacia un modelo de Iglesia comunidad de comunidades, que años después impulsaría el papa Francisco. Su testimonio y su presencia espiritual seguirán vivos, alimentando la esperanza en una Iglesia profundamente evangélica y en la utopía del reino de Dios.

Fernando Bermúdez y Mari Carmen García