El día 8 de agosto traspasó el umbral de la historia Pedro Casaldáliga, profeta y poeta de la vida, obispo de Sao Felix do Araguaia, en el Mato Grosso, una de las zonas más pobres de Brasil. Originario de Catalunya, claretiano, con más de 50 años de misionero en la selva amazónica. Inspirador de la teología de la liberación. Insigne defensor de los indígenas frente a la codicia de los grandes terratenientes brasileños que llegaban a quitarles las tierras. Su diócesis de Araguaia tiene una extensión tan grande como una tercera parte del territorio español, con caminos de tierra, intransitables en época de lluvia. Las lanchas por el río Araguaia y otros afluentes del Amazonas fueron su medio habitual de transporte.
Casaldáliga, fue un fiel seguidor de Jesús. Vibraba con su evangelio. Hombre austero. Decía que “el consumismo consume la dignidad humana”. Vivió pobremente, como la gente campesina del lugar. Sencillo, cercano, amable y bondadoso. Su casa siempre abierta a toda la gente. Fue un hombre libre como el viento y coherente. Proclamaba lo que vivía y vivía lo que proclamaba. Lúcido, observador de la realidad social y crítico frente al sistema capitalista neoliberal que deshumaniza y explota a los seres humanos y a la naturaleza. Soñador de una nueva humanidad. Apasionado por la utopía del reino de Dios.
Fue un hombre de Dios, contemplativo en la acción. Místico con los pies en la tierra y revolucionario del espíritu, de corazón sin fronteras, grande como el continente latinoamericano al que llamaba la Patria Grande. Un hombre a quien se le estremecían las entrañas y el alma ante las injusticias y las masacres de los indios y campesinos en quienes veía el rostro de Cristo. Su vida fue un canto a la compasión, a la solidaridad y al compromiso liberador.
Denunció al imperio y desafió la dictadura militar (1964-1985). Fue calumniado, perseguido y amenazado de muerte por los poderosos terratenientes, por el régimen militar y por la policía de la región. Sufrió varios atentados. Su arma fue el amor, la denuncia profética, el perdón, la oración y la vivencia del espíritu de las bienaventuranzas de Jesús “Felices los que sufren persecución por causa del bien, porque suyo es el reino de los cielos. Felices vosotros cuando os insulten y os persigan por mi causa”. En medio de las amenazas nunca perdió la esperanza y la paz interior. Decía: “Cuanto más difíciles son los tiempos, más fuerte debe ser la esperanza”. Fue un hombre de esperanza contra toda desesperanza.
Se mostró crítico con el poder y la riqueza de las altas jerarquías de la Iglesia. Soñaba con una Iglesia pobre al servicio de los pobres, al estilo del papa Francisco. Como obispo, rechazó las insignias episcopales, por báculo tenía un bastón, por mitra un sombrero de paja y siempre caminando con sandalias campesinas. Así llegó una vez al Vaticano. Fue incomprendido por Juan Pablo II y por el entonces cardenal Ratzinger. Sin embargo, Pablo VI lo defendió cuando fue amenazado, diciendo “Quien ataca a Pedro, ataca a Pablo”. Francisco valoró su labor y se inspiró en él para la elaboración de su encíclica Laudato Si.
Como hombre de espíritu, fue abierto más allá de las fronteras culturales y religiosas. Impulsó el diálogo intercultural e interreligioso y el macroecumenismo.
Se identificó con la causa de los mártires, desde Óscar Romero a quien proclamó a los pocos días de su martirio “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”, hasta Enrique Angelelli, Juan Gerardi y tantos laicos y laicas, religiosas y sacerdotes que dieron la vida por ser consecuentes con su fe en la defensa de los pobres. Pedro Casaldáliga vivió siempre al filo de la muerte. Cuando recibía amenazas de muerte decía: “No me da miedo morir”. Había asumido una causa justa y no le importaba morir asesinado. Siempre tuvo conciencia de que sus causas valían más que su vida. Casaldáliga fue un mártir viviente.
"Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres..."
Pedro Casaldáliga ha llegado con sus 92 años al final del camino. Él no ha muerto. Terminó su camino en la historia, su cuerpo quedará sepultado junto a los indios de la Araguaia. Pero su espíritu y su palabra seguirán vivos en el corazón de Dios y en el corazón de los hombres y mujeres que sueñan y luchan por una nueva humanidad de justicia y fraternidad.
Tras su muerte, fue reconocido y venerado por el pueblo latinoamericano, por la Iglesia de Brasil y por el gobierno de España quien valoró su intensa labor humanitaria y social al servicio de los más pobres, los indígenas de la Amazonia.
Nosotros tenemos la dicha de haber sido amigos suyos. Nos comunicábamos con él en distintos encuentros de solidaridad del SICSAL (Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad de América Latina), en ciudad de México, Chiapas, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Panamá… En una ocasión tuvimos la dicha de recibirle en nuestra casita en la aldea de Champollap, aprovechando la invitación que le hizo Monseñor Álvaro Ramazzini, hoy cardenal, para visitar la diócesis de San Marcos, al occidente de Guatemala. Años después, estando ya nosotros en España seguimos comunicándonos con él. En la última carta que recibimos, poco antes de que el parkinson le impidiera escribir, terminaba diciendo: “De Alguazas a la Araguaia seguiremos unidos en comunión pascual”.
Sentimos que Pedro Casaldáliga no ha muerto. Se fue, pero nos dejó el testimonio de su vida y su palabra profética, que permanecerán para siempre no solo en América Latina sino también entre los pobres de la Tierra y en la Iglesia que busca ser coherente con el Evangelio de Jesús.
*Fernando Bermúdez y Mari Carmen, matrimonio misionero en Guatemala, hoy residentes en Alguazas (Murcia).