26 de abril de 1998. Era de noche cuando el obispo Juan Gerardi entraba a su casa. Varios hombres estaban esperándole. Eran miembros del servicio de inteligencia del ejército de Guatemala.
Dos días antes el obispo había realizado la presentación oficial del proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica en la Catedral de Guatemala en presencia de miles de personas, Conferencia Episcopal, cuerpo diplomático y familiares de las víctimas de la guerra. Este informe afirmaba que el 83% de las masacres fueron cometidas por el ejercito y sus escuadrones de la muerte. Es por eso que los militares no perdonaron este trabajo del obispo.
Lo mataron en el silencio de la noche. Le rompieron la cabeza con una pesada piedra para simbolizar la destrucción de sus ideas y su proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica. Murió por colocarse, al igual que Jesús, junto a los pobres y víctimas del conflicto armado. En una realidad de injusticia, explotación y represión, estar junto a estos y defender sus derechos era un delito. Había sido amenazado de muerte por denunciar la represión militar ejercida sobre las comunidades indígenas de El Quiché.
Gerardi defendió la dignidad de la persona y los derechos humanos, particularmente de los excluidos, los pobres, de los campesinos e indígenas. Fue un pastor que amaba a su pueblo. Desde esta opción impulsó el proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica. Dos días antes de morir dijo en la Catedral Metropolitana: “Cuando emprendimos este proyecto de la memoria histórica nos interesaba conocer la verdad, reconstruir la historia de dolor y muerte, ver los móviles, entender el por qué y el cómo. Mostrar el drama humano, compartir la pena, la angustia de los miles de muertos, desaparecidos y torturados… Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos, y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para afrentarlos”.
Con este proyecto, que incluía exhumaciones de los cementerios clandestinos, Gerardi asumió el riego de ser calumniado, perseguido y asesinado por la oligarquía y los militares. Impulsó la investigación y conocimiento de la verdad, para dignificar a las víctimas y para que nunca más se repitiera esa historia de dolor y de muerte.
Le dolía que la memoria de los más de 200.000 asesinados durante la guerra fuese olvidada, y que la herida provocada persistiera en la sociedad. Buscaba la reconciliación que exige justicia y perdón, “porque no están reñidos con el conocimiento de la verdad”. Por eso Gerardi insistía en que “el conocimiento de la verdad es una acción altamente saludable y liberadora”. En palabras de Juan Pablo II: “sólo la impunidad de los crímenes de lesa humanidad deja heridas sin cerrar. Sólo por la verdad, la justicia y la reparación se puede alcanzar la reconciliación”.
Éste fue el propósito de Gerardi y de la Iglesia de Guatemala frente a los enemigos de la verdad que pretendían que las víctimas del genocidio permanecieran olvidadas en multitud de cementerios clandestinos. Gerardi sufrió su misma suerte. Fue víctima entre las víctimas.
Veinte y cuatro años después, el testimonio profético del obispo Gerardi, junto a los millares de mártires, es una fuerza liberadora para los pueblos que fueron reprimidos y un camino abierto en Latinoamérica y en el mundo entero, de búsqueda de justicia, paz y reconciliación, para “contribuir a la construcción de un mundo distinto”. Él y otros obispos, como Hélder Cámara, Óscar Romero, Leónidas Proaño, Sergio Méndez Arceo, Bartolomé Carrasco, Samuel Ruiz, Arturo Lona, Pedro Casaldáliga... son testimonios vivos y creíbles. “El hombre contemporáneo escucha más atento a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son también testigos”, señalaba Pablo VI (EN. 41).
Hoy, las palabras y testimonio del obispo Gerardi siguen vivos en América Latina. Muchos obispos en el continente amerindio retoman su ejemplo situándose junto a los pobres, en defensa de los derechos humanos y comprometidos con la paz que nace de la verdad y la justicia.
Gerardi nos reta también a los cristianos de España a comprometernos en la búsqueda de la verdad sobre lo que sucedió durante la guerra civil y durante la dictadura franquista. “No se puede ocultar la verdad”, decía. La figura profética de monseñor Juan Gerardi debe ser una luz para nuestra Iglesia hoy.
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