Un drama que sacude la conciencia europea

Enviado por admin el Jue, 02/03/2023 - 17:39
Muerte en Calabria
Autoría
Fernando Bermúdez. Miembro de la Comisión de Migración de Convida-20

El Mediterráneo ya no es solo agua salada. Es también sangre y lágrimas. Hombres, mujeres y niños hambrientos de paz y de pan huían de sus países en busca de una vida digna en una rústica barcaza procedente de Turquía. Las víctimas mortales superarán el centenar, ya que solo han sido rescatadas 81 personas y en el barco viajaban unos 200 afganos, irakíes, iraníes, paquistaníes y somalíes, seres humanos que buscaban escapar de la pobreza, la opresión y la violencia.

Otras veces los naufragios han ocurrido en la travesía del Estrecho o en la ruta a Canarias. Esta vez, frente a las costas italianas de Calabria. Han sido 63 personas ahogadas, entre ellas un recién nacido, 14 niños y 33 mujeres.

La tragedia se produce días después de que el Parlamento italiano, a propuesta del gobierno de extrema derecha, aprobara una ley sobre salvamento marítimo, que dificulta la acción de las organizaciones humanitarias de rescate en el Mediterráneo.

Italia y toda Europa está más preocupada por evitar las llegadas que por rescatar a los que llegan. Desde hace años, las organizaciones humanitarias se han visto hostigadas por las leyes migratorias europeas. Se enfrentan a una estrategia de obstaculización de esa labor, sufriendo multas, retenciones de sus barcos e incluso procesos judiciales contra sus responsables por supuesto “tráfico de personas”.

De acuerdo a la Organización Mundial de las Migraciones, 25.882 migrantes han desaparecido o perdido la vida en el Mediterráneo desde 2014, pero seguramente son muchos miles más de los que no hemos tenido noticias. Es una responsabilidad directa de la Unión Europea, que, dominada en este terreno por los ultraconservadores, pone a los migrantes todo tipo de trabas, legales e ilegales, para que puedan llegar a nuestras costas. Desde hace años prioriza la militarización, el abuso de fuerza y la brutalidad en el control de fronteras, en vez del respecto a los derechos humanos y la acogida a quienes buscan una vida digna.

Por otro lado, las expulsiones sumarias o devoluciones en caliente son prácticas ilegales, violentas, sistemáticas y generalizadas por todo el territorio europeo (España, Grecia, Italia, Croacia, Bulgaria o Macedonia…), coordinadas con la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) y grupos necrófilos como los guardacostas libios. El barco recientemente naufragado se dirigió directamente a Italia y no a las islas griegas precisamente para evitar las devoluciones en caliente.

La estrategia de militarización de las fronteras y de criminalización de migrantes y de organizaciones humanitarias son parte de la dinámica estructural de la Unión Europea para impedir el acceso de los migrantes y refugiados pobres, expresión de una estrategia de discriminación, racismo, xenofobia y discursos de odio, mientras se abren de par en par las puertas a inmigrantes de ciertas nacionalidades y de altos ingresos, a quienes se les facilitan permisos especiales y visados. Una política que nos avergüenza.

El Mediterráneo es llanto de olas rotas, de vidas truncadas y esperanzas destrozadas y, sobre todo, un espejo de una Europa que ha destrozado su humanidad y olvidado sus valores. El papa Francisco, ONGs especializadas y organismos como Acnur han exigido en reiteradas ocasiones la puesta en marcha de vías legales y seguras de entrada a Europa para evitar que las personas se vean obligadas a poner en riesgo su vida en el mar. La reciente tragedia es otro recordatorio de la necesidad de esas vías.

La vida de las personas es primero. Leyes y discursos políticos que no defiendan la vida de todo hombre y mujer son inhumanos y degradan la conciencia de la nación. Estamos en precampaña electoral. Este es un elemento a tener en cuenta. Si no hay ética y respeto a la vida de todo ser humano caminaremos hacia la descomposición moral. Solo el servicio a la humanidad, entre nosotros y más allá de las fronteras, nos humaniza y nos dignifica. La política debe empezar a razonar no según la lógica del poder sino según la lógica del servicio a la humanidad, particularmente a los más vulnerables, migrantes y refugiados. Los ultranacionalismos matan la esencia del ser humano, que es su capacidad de amar y de acoger sin discriminación al necesitado.

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