El pasado 30 de septiembre fallecía en Santiago de Chile, a los 94 años de edad, nuestro querido hermano, presbítero Jesús Rodríguez Iglesias, nacido el año 1928 en Galicia, y que llegaría a Chile el mes de agosto de 1965.
Tal como él mismo indicara en su libro de memorias "Un misionero español en Chile", la Misión fue la pasión de su vida.
Desde su arribo a este país, y durante más de 50 años fue un quehacer infatigable hasta que sus fuerzas no le dieron más y decidió retirarse a un hogar de ancianos.
Hombre del Vaticano II y de la Conferencia de Medellín, ecuménico, profundamente estudioso de los avances teológicos, de la doctrina social y de la Biblia.
Sería muy largo de hacer memoria de sus quehaceres y de lo que ha significado el P. Jesús para las y los empobrecidos de los barrios marginales de Santiago: Asesor de jóvenes en la JOC, párroco, viviendo en sencillo hogar, entre su gente, siempre disponible para quien lo precisara, a cualquier hora.
Simultáneo a ello acudía en las mañanas a acompañar a los presos comunes y también a los presos políticos durante la dictadura. Con todos ellos mantenía una relación muy cercana, de mucho diálogo y de solución de conflictos y necesidades de sus familias.
En relación con los 17 años que duró la cruel dictadura de Pinochet, asumió, en sintonía con la iglesia chilena, un compromiso firme de defensa y protección de las y los perseguidos, lo que llegó a poner en riesgo su vida, por lo que debió salir un tiempo del país.
En relación a celebración de los sacramentos, especialmente las Misas, tenía un carisma muy especial, para generar un clima de cercanía y dialogo con la comunidad, partiendo de las situaciones concretas por las que pasaban.
Pedagogo admirable y ameno en su forma de evangelizar, con una permanente disposición a entregar cursos de Biblia, allá donde se le solicitara.
Nunca tomaba vacaciones y aprovechaba los meses de verano, para realizar con un equipo o solo, misiones en alejados sectores campesinos.
Asumió de tal forma su compromiso con Chile que renunció a realizar vacaciones en España. No por ello olvidó nunca su querida Galicia ni perdió el contacto. Leía revistas de allá como Encrucillada o Vida nueva. Y con relación a su familia, decía que todos los días rezaba por ellos, y se involucraba cuando sabía de alguno en problemas. Siempre gozó de un gran respeto y cariño que todas y todos ellos.
Todo lo anterior, podría ser “metal que resuena” si no fuera acompañado del profundo amor que pudimos percibir cada gesto de su vida, hasta sus últimos días en que expresaba su deseo de descansar ya en los brazos del Señor Jesús.
Para terminar, bien podemos afirmar que en la sencillez y grandeza humana de Jesús Rodríguez, ha pasado por nuestras vidas un hermano, ejemplar discípulo del Maestro Jesús de Nazaret comprometido siempre en hacer presentes las Bienaventuranzas. El pueblo sencillo de Santiago, siempre lo sintió así y dio fe de ello, en un masivo y ferviente acompañamiento, lleno de testimonios, en su velatorio, misa de despedida y sepultación en el Cementerio Católico de Santiago.