Conocí a Álvaro Ramazzini en el año 1981, cuando era rector del seminario nacional. Una mañana acompañé a una Hermana religiosa en una entrevista que sostuvo con él. La Hermana le compartió la situación de varias familias desplazadas de El Quiché que habían salido huyendo de la represión militar. Él, solidariamente, apoyó con alimentos a estas familias. Desde el principio descubrí en Álvaro Ramazzini un hombre sensible al dolor del pueblo y solidario con los necesitados.
Como obispo es un pastor que, junto con Oscar Romero, Helder Câmara, Enrique Angelelli, Leonidas Proaño, Bartolomé Carrasco, Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Arturo Lona, Tomás Balduino, Juan Gerardi, Julio Cabrera, Pedro Casaldáliga, Raul Vera…, se destaca en la defensa y promoción de los Derechos Humanos como una exigencia de la fe y de la doctrina social de la Iglesia. Acompaña a los campesinos e indígenas en su camino hacia una vida digna. Denuncia con valentía la injusticia que los poderosos comenten contra la gente pobre. Lo mismo le vemos lleno de lodo y sudado, caminando a pie por los senderos de la montaña en sus visitas pastorales, que le vemos en foros internacionales defendiendo los derechos de los pobres. Tampoco es extraño verlo detrás de una pancarta en una manifestación social. Ha abanderado la oposición al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, asegurando que empobrecerá aún más a los pobres. Se ha manifestado en contra de la explotación minera a cielo abierto por parte de una compañía multinacional porque expolia la riqueza del país, destruye el medio ambiente y contamina las aguas. Ha defendido el reparto equitativo de las tierras y ha reclamado protección para los emigrantes que buscan un mejor futuro en Estados Unidos. En sus discursos ha llamado la atención de los gobernantes, haciéndoles ver la cruda realidad de los campesinos. Se ha atrevido a invitar al presidente de la República y sus ministros a que probaran por una semana vivir como un campesino del altiplano guatemalteco, para tener conciencia a la hora de planificar sus políticas de desarrollo.
Álvaro Ramazzini es un hombre valiente, de talante negociador, abierto al diálogo, mediador en conflictos. Participó en las Jornadas por la Vida y la Paz. Jugó un rol importante, junto con el obispo Rodolfo Quezada Toruño, en los Acuerdos de Paz.
Es un profeta de la justicia. En una ocasión dijo: “Cuando ayudo a los pobres o doy de comer a los hambrientos dicen ‘este obispo es un santo’, pero cuando señalo las causas de la pobreza que es la injusticia del sistema, dicen ‘este obispo es comunista`”.
Ha sido amenazado de muerte en varias ocasiones, ha sufrido atentados por parte de los sicarios de los terratenientes y de la guardia de seguridad de empresas multinacionales. Ramazzini es un pastor solidario no sólo con su gente sino también con los pueblos del mundo que sufren represión, persecución y hambre. Fue presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala y de América Central.
Posibilitó que en su diócesis se viva un modelo de Iglesia comprometida con los más pobres. El objetivo del plan pastoral diocesano reza así: “Fortalecer, en comunión y participación, una evangelización misionera, profética, liberadora e inculturada, desde los pobres, excluidos y marginados, para que desde nuestra realidad construyamos una sociedad que viva los valores del reino de Dios”.
;Monseñor Ramazzini, hombre sencillo, servidor del pueblo, pastor solícito, no busca honores ni privilegios. Sin embargo, por su compromiso en defensa de los derechos humanos ha sido galardonado con numerosos premios, nacionales e internacionales, destacándose: La orden “Monseñor Gerardi a los derechos humanos” de la Iglesia de Guatemala; el premio “Pacem in terris”, que fuera concedido también en su tiempo a John Kennedy, Luther King y Teresa de Calcuta; el premio estatal de Austria “Honrad Lorenz” para la Protección de la Naturaleza y el Medio Ambiente.
La realidad impactó mi vida
Cuando el papa Juan Pablo II lo nombró obispo de San Marcos en enero de 1989, con un gran sentido pastoral, programó un largo tiempo para conocer la realidad de la diócesis. Visitó multitud de aldeas del altiplano y de la región de la costa, algunas las recorrió a pie o a lomo de mula. Vio con sus propios ojos la situación de pobreza extrema en que vive la gente, escuchó sus lamentos y, en el silencio de la oración y en el diálogo con los agentes de pastoral, fue madurando su misión apostólica frente a esta dura realidad. Comprendió que hay otra Guatemala, que es la mayoritaria, totalmente desconocida. La Guatemala empobrecida, hambrienta, carente de servicios de salud y de educación, sin tierra para cultivar, marginada, excluida, ignorada... “La realidad impactó mi vida”, dijo. Y es así como optó por los pobres. Pastor de todos, pero con preferencia, pastor de los más débiles y vulnerables, siguiendo a Jesús el buen Pastor.
Con este obispo se puede creer en Dios
A raíz de la firma de la paz cuatrocientos médicos cubanos trabajaron durante varios años en Guatemala, como un signo de solidaridad del gobierno de la isla caribeña con este país centroamericano. En San Marcos un nutrido equipo de estos médicos desarrolló un trabajo admirable en las aldeas más apartadas, a donde ningún médico nacional estaba dispuesto a llegar. Allí donde ejercieron su labor descendió notablemente el índice de mortalidad infantil.
Coincidió que en una aldea del municipio de Comitancillo, en donde trabajaba un equipo de médicos cubanos, se celebraba una actividad religiosa a la que invitaron al obispo Álvaro Ramazzini para celebrar la Eucaristía. Los médicos caribeños, indiferentes al fenómeno religioso, asistieron respondiendo a la invitación de las autoridades locales. Comienza la Eucaristía y en la homilía el obispo comparte la Palabra de Dios aplicándola a la realidad que viven las comunidades campesinas. Hizo énfasis en el plan de vida de Dios para todos los hombres y mujeres, Dios que es Padre y Madre que nos ama, pero con amor preferencial a los pobres y sufrientes. Hizo un llamado a la unidad y a la reconciliación como camino necesario para lograr la fraternidad deseada por Dios. Presentó la situación de pobreza, hambre y enfermedad imperante como realidad contraria al plan de Dios; y destacó la solidaridad y proyectos que se implementan a favor de los más pobres como signos de la presencia del reino de Dios.
Terminada la celebración, en un ambiente festivo y fraterno, todos fueron invitados a degustar un almuerzo. Los médicos cubanos, saludan al obispo quien les devuelve su saludo fraterno y les agradece encarecidamente el servicio que están dando a las comunidades. Uno de ellos exclamó: “Verdaderamente, con este obispo se puede creer en Dios”.
Los no creyentes no son tan ateos. Lo que ocurre es que no creen en ese Dios que con frecuencia se ha predicado, un Dios amigo de ricos y poderosos. Un Dios sectario, inquisidor, justiciero y castigador. Un Dios que vive en lo alto del cielo indiferente a la injusticia y al sufrimiento de los humanos. Ese es el Dios en el que no creen los ateos, como tampoco nosotros. Creemos en el Dios revelado en Jesús de Nazaret, un Dios cercano, de amor y compasión, que acompaña nuestros procesos, que está al lado de los pobres, de los oprimidos y excluidos, que exige liberación, justicia y equidad entre todos los hombres y mujeres.
El Papa Francisco nombrará a Álvaro Ramazzini cardenal en octubre de 2019