En el actual contexto de crisis global sanitaria, el papa Francisco ha divulgado al menos tres documentos que recogen aspectos humanos y cristianos que no debemos pasar por alto, pues hacen pensar y replantear realidades fundamentales de la convivencia social, política, económica, cultural y ecológica de nuestro mundo. Una idea fuerza que atraviesa los textos es que una emergencia como la del covid-19 solo puede ser derrotada con los anticuerpos de la solidaridad, justicia y esperanza.
Echamos mano de documentos clave: la bendición Urbi et orbi (BUO), oración en tiempos de pandemia, divulgada el 27 de marzo; el mensaje pascual Urbi et orbi (MPUO) del 12 de abril; y la meditación titulada “Un plan para resucitar” (MPR), publicada en revista Vida Nueva el 17 de abril. Enunciamos siete rasgos de esos textos que, ciertamente, sitúan en la realidad, interpelan e inspiran.
Primero, el hecho social total y desolador. Hasta el 4 de mayo, las cifras oficiales hablaban de 170 países afectados (de 195 existentes); 4 mil millones de personas en cuarentena; más de 3 millones de contagiados; más de 250 mil muertos; y 1,250 millones en riesgo de perder el empleo a causa de la crisis mundial provocada por el coronavirus. Más allá de las frías cifras, el Papa visualiza el drama humano: “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos” (BUO).
Segundo, la pandemia desenmascara nuestra vulnerabilidad. Francisco lo explica de manera gráfica: “Con [ella] se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos” (BUO).
Tercero, ¿dónde está Dios en la pandemia? ¿Qué hace y qué no hace? Desde su mirada de fe, el papa nos comunica una imagen sana de Dios, contraria al Dios del miedo que suele ser difundida frente a este tipo de crisis. Cuando el papa habla de Dios en estas circunstancias, habla de un Dios que es aliado nuestro, no del virus: “En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: ‘Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?’ (Is 43, 18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente” (MPR).
Cuarto, los mártires de la pandemia, es decir, las personas que por cuidar a los contaminados por el coronavirus sufren rechazo, agotamiento, contagio y muerte. Frente a ellos, el papa tiene dos palabras: estima y gratitud:
Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— […] pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. (BUO.)
Quinto, ¿cómo revertir este mal? Mediante el otro “contagio” que se transmite de corazón a corazón: renaciendo la esperanza. Para Francisco, esto tiene implicaciones directas en las actitudes que podamos asumir en la vida personal, social o institucional. Por eso proclama:
Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia… Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas… No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas… Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. (MPUO.)
Sexto, después del coronavirus será necesario sembrar semillas de nueva civilización. La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar. Por eso el obispo de Roma propone la implementación de un proyecto alternativo que dé consistencia al cambio buscado. Un proyecto que efectivamente “civilice”, que nos haga mejores seres humanos y mejores sociedades. Que tenga como principio y fundamento que las mayorías alcancen unos niveles de vida aptos para satisfacer dignamente sus necesidades básicas fundamentales.
En esa línea, el papa afirma:
Ojalá [esa amenaza] nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza”: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos. (MPUO.)
Séptimo, con el coronavirus y después de él, hay preguntas que debemos retomar y cuyas respuestas no admiten dilación. El papa las deja sonando en la conciencia personal y colectiva, esperando un cambio de dirección:
¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? (MPUO.)
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara, docente jubilado de la UCA y exdirector de Radio YSUCA.
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